viernes 29 marzo
Opinión  |   |

Negando la mayor, la socialdemocracia no está en crisis

Entre los “memes” circulantes desde hace algunos años, hay uno que ha acabado instalándose como si fuese verdad establecida en todos sus planos y dimensiones: la crisis de la socialdemocracia. No hay analista o tertuliano político que se precie que no acabe invocándola como dicho de autoridad indiscutible; y ahí queda la cosa. Incluso hay quien se atreve a ir todavía más allá y pronostica su muerte. Niego la mayor. La socialdemocracia, en sí misma considerada como teoría y necesaria práctica política para nuestro tiempo, no está en crisis. En absoluto.     Ni por lo que es y representa, ni por lo hecho según sus postulados ni por lo que de nuevo está en disposición de alumbrar. Es la profunda crisis económica, social y política en la que seguimos inmersos la que ha debilitado progresivamente la opción de las formaciones políticas socialdemócratas a lo largo de estos últimos años, precisamente en los países donde más éxitos ha venido cosechando a lo largo de décadas de gobierno bajo el paradigma del Estado de bienestar. Y esto es cosa bien distinta. El fenómeno de la pérdida de apoyo a los partidos socialdemócratas, en el que intervienen muchas variables, se produce en el marco de una sociedad extraordinariamente compleja y cambiante, en mitad de una gran crisis económica y en el contexto de una galopante globalización sin gobierno.

En estos tiempos marcados por la deriva de un neoliberalismo desbocado, el populismo como reacción, en todas sus versiones, ha impregnado el escenario político en su conjunto, agigantado por las posibilidades que para su expresión y expansión abren las nuevas tecnologías y las redes sociales. En ellas nuevas cohortes de élites políticas ha encontrado el instrumento perfecto para desplegar masivamente su demagogia y hacer una gran mella a ambos márgenes del espectro político en el que se mueve el electorado progresista y socialdemócrata. Lo hace utilizando fórmulas simples y emocionalmente cargadas que proporcionan un escape a la indignación que por los negativos y dolorosos efectos de la crisis sienten amplios sectores de la población de las clases medias y más desfavorecidas, así como por la intolerable y pestilente corrupción que no cesa de aflorar. Se unen a todo ello errores cometidos, déficits de gestión y la inoperancia para encontrar soluciones viables y rápidas a tal estado de cosas por parte de un sistema político ciertamente rígido y envejecido.

La reacción de miedo de muchas personas, de un lado, ha acabado potenciando en algunos países a formaciones de extrema derecha o ha propiciado que se refugien en formaciones conservadoras o neoliberales embozadas en planteamientos tecnocráticos y/o regeneracionistas. De otro, y hacia la izquierda, la indignación se ha canalizado a través de movimientos radicales y formaciones políticas populistas surgidas a su amparo, que gastan casi toda su energía en la protesta callejera o en otros recursos más o menos efectistas. Su sustento: una pretendida pureza dogmática que acaba siendo antisistema y completamente huera en resultados. Su consecuencia: el debilitamiento de los partidos socialistas y de la izquierda en su conjunto, fragmentada y enfrentada, con la consiguiente pérdida de la política de reformas y cambios constantes y progresivos característica de la socialdemocracia que, en su conjunto, van revolucionando la sociedad de manera efectiva y sostenida.

Así las cosas, la socialdemocracia, por sí misma, como construcción teórico-política llena de posibilidades de acción, no está en crisis ni carece de ideas ni de nuevas propuestas en las que hallar las anheladas soluciones. Antes al contrario, está más vigente que nunca. Son determinados sectores del electorado que antaño sustentaban opciones socialdemócratas los que dolidos por la falta de una respuesta política que al menos frenase el deterioro de sus condiciones de vida, se han dejado llevar por los cantos de sirena de las diversas formas de populismo y han abandonado o arrinconado coyunturalmente a opciones socialdemócratas en un contexto en el que, por razones diversas, no han podido hacer frente eficazmente a los procesos de crisis económica, política y territorial a los que se enfrentan, dejando de ser fuerzas gobernantes. Las excepciones (relativas) son elocuentes: véase, por ejemplo, el caso de Portugal.

Pero la fuerza teórica y práctica de la socialdemocracia sigue siendo indiscutible y, además, necesaria, insustituible para el avance de las vías progresistas de desarrollo económico, social y político. Por eso estoy seguro de que, puesta al día, resurgirá potente otra vez. Con las claves de la socialdemocracia podemos y debemos innovar, sin duda, en la búsqueda de soluciones a los nuevos retos y desafíos, como, por ejemplo, el tecnológico, el medioambiental o el migratorio. Pero lo fundamental es que tanto éstos como los grandes problemas pendientes de siempre solo pueden encontrar respuestas adecuadas a partir del tronco doctrinal y práctico del socialismo democrático y humanista: acabar con el dominio del mercado sobre la política para ponerlo al servicio de una economía productiva y no especulativa; reducir y destruir desigualdades; construir calidad laboral y solidaridad social; establecer las bases y disponer los elementos para un desarrollo sostenible; poner a la educación, a la salud, a los servicios sociales y a la atención a la dependencia en el centro del sistema; profundizar en la democracia, tanto representativa como directa y deliberativa; construir una Europa más justa, más social, más democrática y más solidaria; encauzar y resolver la crisis territorial con los principios y técnicas del federalismo… Podríamos alargar la lista.

La socialdemocracia es una Weltanschauung, una concepción del mundo civilizatoria y emancipadora que no puede ser expulsada sin más por consecuencia de las crisis de concretas formaciones políticas en un tiempo y en un espacio determinados. Ninguna otra doctrina y práctica política ha combinado ni combina mejor la libertad y el pluralismo, la igualdad, la justicia social y la solidaridad, el individualismo y el colectivismo, aunque otras formaciones diferentes hayan adoptado, por conveniencia o por necesidad, algunos de los elementos característicos de la gran obra de la socialdemocracia, que es el Estado social como precipitado final de aquellos principios y valores. Tanto como necesitamos más Europa, necesitamos más democracia social. Como sostiene Habermas, el Estado social está entre las más preciadas señas de identidad de Europa.

Esta es la savia imperecedera de la socialdemocracia, lo que unánimemente nos une a los socialistas por encima de barreras nacionales, de diferencias conceptuales, de estrategia o de táctica política, de liderazgos o de cualquier contratiempo o coyuntura. Aquí está la razón de ser del socialismo democrático y el rumbo que garantiza su futuro para el desarrollo humano. A este firme mástil debemos asirnos todos los socialistas en estos tiempos de zozobra para no sucumbir a los cantos de sirena de los improductivos populismos, las recetas neoliberales o el letal faccionalismo interno. Manteniéndonos unidos en la pluralidad y leales a sus principios y valores, seremos fuertes y convenceremos. Y si convencemos, volveremos a tener la confianza de la ciudadanía. La socialdemocracia ha cambiado extraordinariamente la sociedad en torno a logros de dignidad humana, de reconocimiento de derechos y de bienestar social, y tiene que seguir luchando para ser de nuevo la gran fuerza de gobierno y faro de progreso para un futuro mejor.

Gregorio Cámara Villar
Diputado socialista del Congreso por Granada

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