jueves 25 abril
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXXII) (3-7-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXXII)

 

El filón narrativo que ha cogido el padre del ciudadano perruno Igor González con su vecino norteamericano, es sencillamente impresionante. Ese yacimiento narrativo que después le cuanta al perruno ciudadano. Y porque este gringo que fue ayudante o sheriff, tiene una enorme y buena memoria. Y porque conoce muchos personajes norteamericanos que son dignos de ser los auténticos protagonistas de los relatos sobre yanquis que después escribe el perruno ciudadano. Hoy es un día muy especial para el ciudadano perruno Igor González, y ya que es su cumpleaños. El perruno ya tiene entre cincuenta y doscientos cincuenta años. Toda una vida dedicada a la escritura y al periodismo. Y su padre, además del relato diario, le va a obsequiar con una comida pantagruélica de carnes y pescados variados que estará regada con unos caros y exquisitos caldos tintos y blancos y con un postre singular que ha confeccionado el progenitor del perruno: una tarta de moras del bosque con nata y crema de caramelo. Y en la sobremesa, los güisquis de malta maravillosos que nunca faltan en la mansión del señor González, el padre del ciudadano perruno Igor González. El perruno está como un niño pequeño. Está maravillado. Y ya que su padre también le ha regalado uno de esos relojes que los tipos pijos no los llaman cronómetros, sino simplemente Rolex.

 

-Querido padre, ha sido un detalle por tu parte lo de la gran pitanza. Todo ha estado de fábula. Maravillosa la comida. Las carnes y pescados nada pasados y con esa textura de haber estado muy poco tiempo en las planchas de los fogones. Y un detalle inmenso el Rolex, el reloj, no deseo que me digas que soy un pijoleto. Es increíble el reloj Rolex. Lo llevaré siempre en mi muñeca derecha, y hasta que se lo regale a mi hijo Alejandro- le dice el perruno a su padre, y que está sonriendo lleno de satisfacción.

 

-No es nada. Tú te lo mereces. Y prepárate porque te voy a relatar otra aventura que me ha contado mi vecino yanki. Y que comienza así…- le responde su padre al ciudadano perruno Igor González.

 

“-Que deliciosos están los perritos calientes. Los “hot dogs”. Me comería una docena de ellos sin pestañear. Y no digamos nada de lo buenas que están las tartas de frambuesa que preparaba mi abuela Lilly. Eran de un dulce tan rico y espectacular, por su crema pastelera interior de caramelo y su bizcocho borracho de licor, que ahora mismo me zamparía otra docena de trozos de ella, y como postre. Cómo echo de menos a mi abuela, me gustaría que todavía estuviese por los andurriales mortales de este mundanal humano- pensaba ensimismado Mortimer Harris, y relamiéndose de gusto y hartándose de comer con sus culinarios de comida basura, con sus hamburguesas, y con sus íntimos y pasteleros pensamientos.

 

Mortimer Harris es un joven anciano con ochenta años recién cumplidos, pero que se encuentra tan bien de salud, de movilidad y de su pensante cabeza como cuando tenía treinta años de edad. Es un monstruo de la naturaleza, este Mortimer Harris. Mortimer Harris, verdaderamente, está como un chaval. Y es feliz. Y sigue con su buen humor de siempre. Sigue con sus redondas orejas. Con sus orejones. Con sus mofletes rojizos y sus bigotes negruzcos. Con su ratona nariz  Y también siempre metiéndose en los mismos líos quijotescos de dibujos animados de toda su vida. Y su amistad con sus amigos, es inquebrantable. Que ser tan extraordinario y singular, es este Mortimer Harris. Y no se ha divorciado de su esposa Minnie Harris. Llevan tantos años juntos, que ya son un matrimonio ejemplar. Y su sonrisa es cinematográfica, eso sin duda alguna. Aunque es muy bajito, este Mortimer Harris. Es como un ratón cinematográfico.

 

-Me gustaría mucho hacer teatro como en mis tiempos de escuela primaria. Y con obras de Tennessee Williams o William Shaquespeare. Un drama. Y porque los actores no nos jubilamos nunca. A los actores sólo la jodida muerte nos hace pasar a las clases pasivas. Hacer en Londres, de Romeo en el Romeo y Julieta de Shaquespeare, sería un sueño para mí a mis ochenta años recién cumplidos. ¿Y por qué no iba yo a dar una buena imagen de Romeo en el escenario? Las buenas tablas se adquieren con los años y con la experiencia- sopesaba mentalmente Mortimer Harris, metiéndole el diente a otro perrito caliente.

 

-Hola Donald. ¿Como estás tú. Yo muy bien de todo, en serio. Fíjate si estoy hecho un crío, que hoy hemos hecho el amor Minnie y yo. Y dos veces, dos revolcones gloriosos. Gracias por acordarte de mí en mi cumpleaños, y aunque solo han pasado dieciocho días de este mes. Gracias por el detalle, eres un buen amigo Donald. Minnie, te manda un gran beso. ¿No he tenido noticias de Goofy? ¿Tú, conoces su paradero? El muy canalla, como siempre tan viajero y sin escribir ni llamar por teléfono- le dijo Mortimer Harris a su amigo y compañero Donald, y al descolgar el teléfono y hablar con él.

 

-Minnie, otro beso para ti de parte de Donald. No sabe nada de Goofy. Ese viejo loco, estará viajando por todo lo ancho de este planeta tan campante... Y también me ha dicho, que se acuerda mucho de Walt. Hoy debemos salir a dar un largo paseo, me apetece mucho- le dijo Mortimer Harris a su mujer Minnie Harris, y al colgar el teléfono y haber hablado con Donald.

 

-Claro que sí querido, hoy pasearemos un buen rato. Hace un día espléndido Y nos comeremos unos perritos calientes. ¡Eh! ¿Y si tú quieres y lo deseas ardientemente, asaltamos un banco a punta de pistola o secuestramos un autobús repleto de escolares?- le contestó Minnie Harris a su marido Mortimer Harris, y a quién cuando están los dos solos y en la más absoluta intimidad, le llamaba Mickey Mouse”.

 

Al ciudadano perruno Igor González, le encantan las tardes veraniegas. Esas en las que refresca la temperatura porque el astro sol ya está en brazos del ocaso. En esas horas las gentes comienzan a salir a las calles y plazas. Y la bullanga ciudadana se hace notar, y sobre todo en la localidad en la que mora el perruno. Allí las gentes son muy ruidosas por naturaleza. Hablan muy alto. A voces. Y con un deje que es muy peculiar. Aunque los perros ladran igual que en otras localidades del Valle de Lecrín. Y los gatos maúllan exactamente lo mismo que en otros pueblos del mismo valle. Quizá las campanas, cree el perruno ciudadano porque es ateo, tañen de otra forma. Con otros sonidos. O quizá sea que los monaguillos, el sacristán y el párroco han estudiado música y solfeo. El ciudadano perruno no lo sabe cierto, pero opina que las campanas de su pueblo adoptivo suenan de otra forma a como suenan las campanas en otras poblaciones. Allí los sonidos son muy melodiosos. Cosas del ciudadano perruno Igor González, y que está más loco que una cabra metida en una sala cinematográfica cuando pasan una película de dibujos animados. El perruno ciudadano tiene unos gustos y unas creencias que son singulares.

 

El ciudadano perruno está en esta tarde fresca con la mente puesta en la novela que está escribiendo, y que la está confeccionando con los relatos que su padre le cuenta. Quiere hacer una novela diferente. Algo novedoso en literatura, aunque con muchas cautelas porque en este país (España), a los innovadores les suelen llamar estúpidos que desean la gloria literaria a costa de hacer novelas que son infumables, farragosas y nada leíbles.

El perruno sopesa que hay que innovar en literatura. Y en poesía también. No hay que escribir novelas en las que el lector tenga que pensar mucho más de la cuenta. No están los lectores para quebraderos de cabeza. Cosas ligeras que se lean en un pis pas, aunque no mal escritas. Los premios que se los metan en los cojones los que los dan u otorgan. Los premios literarios son solo para los enchufados que tienen cosas inconfesables con los jurados. Un escritor para escribir bien no debe de poseer mucho dinero, solo la pasta con forma de billetes que es la necesaria para no pasar hambre ni demasiadas fatigas económicas. Un escritor debe de ser independiente y no ligado a los interese de ninguna editorial ni de ningún grupo de presión económico. El escritor libre es feliz y hace muy felices a sus lectores con lo que escribe. El escritor apadrinado es un gilipollas que no es libre ni independiente. Aunque algunos gilipollas que escriben, está constatado que se mueren por ser subsidiados y premiados. Ellos sabrán sobre sus inconfesables y turbias necesidades económicas y sobre sus culos abiertos de par en par como las puertas de las catedrales góticas europeas. El perruno ciudadano se conforma con poco. Solo con lo que gana modestamente con su trabajo periodístico y literario que le da para que sus hijos no pasen fatigas ni privaciones. El perruno es marxista. Y modesto republicano.

 

Publicidad

Comentarios

©Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta noticia sin autorización expresa de la dirección de ahoraGranada
Publicidad
DÍA A DÍA
Desarrollado por Neobrand
https://ahgr.es/?p=43593