viernes 29 marzo
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"Me imaginé los titulares, a un geólogo español se lo traga el tsunami de Japón"

El científico del CSIC relata tres años después cómo vivió el terremoto de Japón

Tres minutos son muy largos. Da tiempo a pensar muchas cosas. No sé por qué me vino a la cabeza el pensamiento de que la tierra se podía abrir y tragarme”. La ocurrencia es todavía más singular si se tiene en cuenta que proviene de Juan Manuel García, geólogo de la Universidad de Granada que trabajaba en la facultad de Sendai, en Japón, cuando se produjo el tsunami del 11 de marzo de 2011. “Me imaginé hasta los periódicos del día después con titulares como 'Muere un científico' o 'A un geólogo español le traga la tierra en Japón'”, añade. En lo que no pensó fue en lo que supuestamente se suele pensar en estos casos, en los seres queridos. “Sería una especie de instinto de que el final no estaba tan cerca como parecía”, reflexiona.

 

"Pensé en los titulares '¡A un geólogo español se lo traga el tsunami de Japón'"

Juan Manuel García, a la izquierda, junto al periodista Alejandro Víctor. Foto: Álex Cámara

García tiene una mente científica. No le gustan los dramas. Dice que un terremoto es algo natural en una zona con tantos movimientos sísmicos, que las presiones de las cuatro placas tectónicas empujan para uno y otro lado y genera estrés. Asegura que amigos y compañeros le decían 'qué mala suerte, que te pille el tsunami'. “Aquí no hay dioses ni demonios. Hay una actividad sísmica en una isla propensa a ello. Lo más normal del mundo”, comenta.

Conforme va hablando, muestra en la pantalla de la sala del Parque de las Ciencias de Granada, donde ha tenido lugar su conferencia, diapositivas y fotografías que muestran cómo en otras zonas la tierra efectivamente se abre, se cuartea y se parte. “Y si te pilla en medio, pues...”, explica.

El tsunami de hace tres años ha sido el quinto más potente jamás registrado. Nueve grados en la escala Richter. García se sorprendió de la capacidad de los japoneses para mantener la calma, la serenidad, ser fríos y organizados. “Desde luego que es otra cultura, son especiales. Hemos vivido catástrofes en otras partes del mundo y la actitud de la gente ha sido distinta. Recordemos los estadounidenses con el Katrina, o los italianos con L' Aquila -que dejó 308 fallecidos y 1.500 heridos, además de una ciudad devastada-,”. El científico del CSIC confiesa que no puede ser objetivo, que disfruta del país y de la gente y que no sirve de nada que le convenzan de que el peligro del terremoto, de la radiación nuclear de las centrales es cancerígena o que es un 'Estado marcial', disciplinado pero con falta de libertades individuales. “Estoy enamorado de Japón. Es como cuando te enamoras de una chica, puedes admitir defectos, pero te da igual”, compara.

Aunque las diferencias culturales entre España y la isla oriental son visibles, claras, a juicio de García hay ciertos aspectos que son comunes a la humanidad, y en este aspecto no existe divergencia por razones de latitud u origen. “Justo cuando salí del edificio de la universidad me encontré de frente a una mujer. No sé qué edad tendría, quizá unos 30 años. Lo que vi en sus ojos es exactamente lo mismo que vería en los ojos de una albaicinera o de una gitana. Vi el miedo y la angustia. Estaba buscando a su marido y no le encontraba”, razona. Esa pareja, una vez hallado el esposo, fue la misma que posteriormente le acompañó hasta su apartamento a recoger algo de abrigo, a poner orden, y le dejó en el colegio que sirvió de refugio a los habitantes de Sendai. Al llegar a casa, una réplica del terremoto de 7,8 grados. Les dice al matrimonio que quiere bajar a tierra firme y le responden que no puede hacerlo, que el protocolo dicta que permanezca dentro del edificio. “No sé si se lo dije, pero, de verdad, yo no estoy preparado para esto”, rememora, ahora con una humilde sonrisa.

Sensaciones cruzadas

El 11 de marzo de 2011 a las tres menos cuarto todo iba bien. Cinco minutos después la sala de trabajo estaba toda revuelta. Escuchaba al personal de la facultad bajar corriendo. Él fue de los últimos en salir. Buscó la escalera de incendios y tropezó “como unas 500 veces. Parecía una película de Chaplin”, relata. Intentó sostenerse ante un muro y se dejó caer. En la calle hacía frío. Unos ocho grados bajo cero. A los 15 minutos del tsunami y del susto, ya estaban preparadas cajas con agua embotellada, latas de conservas y el operativo para intentar poner las cosas en regla.

Para ellos -los japoneses-, también es la catástrofe de su vida, pero son capaces de mantener la serenidad de una forma asombrosa. He aprendido muchísimo de ellos, de sus comportamientos, de las cosas que vi en ese tiempo”, aclara. La ciudad de Sendai, a 15 kilómetros del epicentro, no sufrío sobremanera por el golpe sísmico. Se notó en la costa y hasta tres o cuatro kilómetros desde la línea de playa. La urbe quedó limpia, ordenada, sin grandes daños. La misma tarde del 11 de marzo se sentó en el banco del parque frente a la mediateca del centro. Ese edificio le gusta por la forma rectangular y transparente, accesible al público, que utiliza la figura de los árboles en la concepción de la estructura de una manera franca y deja pasar la luz.

“Me vino una idea todavía más absurda que la anterior. Que me hubiera gustado estar dentro del edificio cuando se produjo el terremoto. Ver cómo se comportaba mecánicamente la estructura ante la tensión”. La mediateca sigue en pie y apenas se rompieron unos cristales.

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