"Somos rusos, mi país es Ucrania"
Esta joven estudiante de Erasmus en Granada da su versión de la situación que atraviesa el país del este de Europa
Se llama Diana Muravyova. El sol le da en la cara y sonríe. El sábado mataron en un tiroteo a dos personas tras un enfrentamiento entre prorusos y nacionalistas ucranios en la ciudad donde vive su madre, Járkov. Tiene 20 años y estudia Filología Hispánica y Francés en la Universidad de Granada. Su padre es de origen ruso y su madre, ucraniano. Él vive en la parte occidental de Ucrania con su segunda mujer; ella, en la oriental.
Su familia pertenece a esa mayoría rusa que conserva un vínculo casi sagrado con la patria. “Hablamos ruso, y nuestra cultura está más cercana a ésta que a ninguna otra, y por supuesto que a la europea. ¿Qué es lo mejor? Mi país es Ucrania”.
Crimea dijo 'sí' ayer a la anexión por una mayoría aplastante. El 96,6% de los crimeos se sienten rusos, no ucranios. Mientras, la comunidad internacional liderada por Estados Unidos y la UE niega la mayor y reclama que el referéndum es ilegítimo. Vladimir Putin, presidente de Rusia, dice que no dará marcha atrás y su homólogo interino ucraniano, Arseni Yatseniuk, que la tierra arderá bajo los pies de los independentistas. Y el pueblo en medio del fuego. “Las elecciones son ilegítimas, atentan contra el derecho internacional. Es una agresión, una invasión. Nos deja en una situación casi de guerra civil”, lamenta. La consulta conduce a la división de la sociedad entre los prorusos y los nacionalistas ucranios. No sólo en Crimea, sino en todo el país y particularmente en la parte oriental, que durante décadas fue colonizada con el cuerpo funcionarial y militar soviético.
“La gente está muy confusa. Es verdad que hay muchos problemas, que somos un país pobre y que hay mucha corrupción, pero así no se puede arreglar”, opina.
Status quo
“El actual presidente -Yatseniuk- es pro europeo, pero no estamos preparados para entrar en la Unión Europea. Quizá...No sé, en 20 años”, asegura. Diana sostiene que las revueltas organizadas contra el anterior gobierno fueron azuzadas por alborotadores a sueldo, que no se puede borrar de un plumazo la historia de la Unión Soviética y que en Rusia se vive “un poquito” mejor.
Luego, agachando la cabeza y tragando saliva, susurra que el Imperio ha hecho mucho daño a su pueblo desde la época de Stalin, hace ya 80 años, y eso deja huella en la memoria colectiva durante generaciones. “No tenemos capacidad para defendernos. No podemos hacer nada. No podemos hacerles frente”, piensa en voz alta.
La última vez que estuvo en Kiev fue en enero. Por aquel entonces afirma que el país socialmente estaba más tranquilo. Hoy, medio mundo está pendiente de lo que pase en su ciudad natal, Járkov, y en la de su padre, Donest, y en Odessa, y en Sebastopol. Dice, seria, que su familia está bien, segura.
Para Diana lo deseable hubiera sido que nada de esto pasara. Que el presidente depuesto permaneciera en el poder, que el pueblo no se tirara a la calle a formar barricadas y pegarse tiros, y que Ucrania conservara su unidad territorial como hasta ayer. “Todos sabíamos que nuestro anterior presidente -Viktor Yanukovitch- no es muy inteligente, que no tiene mucha cultura, pero es al que habíamos elegido. Votamos al Partido”.
Su vida aquí
Diana se queja de que en Granada tiene que estudiar muchas horas, que tiene que subir hasta la facultad para las clases de Filología Hispánica y que los trabajos que los profesores les manda son muy duros para los extranjeros, que no dan facilidades.
No tiene muchos amigos españoles. Estudia el tercer curso y los grupos ya están formados, es difícil introducirse. Hacer nuevas relaciones. En la ciudad vive al menos un compatriota, al que no conoce: “Sé que existe, eso es todo. Con los que sí tengo más relación es con rusos”, dice, sonriendo. El segundo semestre termina en julio y no va a volver a Ucrania hasta que finalice. “Aquí se está bien. Hace sol”.