viernes 26 abril
Opinión  |   |

Andalucía corre por las venas

Ser de Andalucía corre por las venas. A qué persona andaluza no se la ha puesto el vello de punta tras cruzar Despeñaperros y, tras un suspiro que te llega al alma, exclamas “ya estoy en mi tierra”. Esa sensación de paz es colosal. Si se le pregunta a un andaluz o a una andaluza que, si volviera a nacer donde le gustaría hacerlo, no dudaría en afirmar, con orgullo, en Andalucía. Su Mar Mediterráneo junto a su trozo de océano Atlántico, su Sierra Nevada, su sol, sus campos, sus gentes, su alegría aún la pena…, se me viene a la cabeza aquella letra escrita por Gabriel Hurtado Díaz: “Sevilla para nacer, Granada para morir, Málaga de mis amores cómo me acuerdo de ti…Cádiz es un blanco pañuelo y un suspiro en la bahía. Huelva es fandango y bandera de Aracena a Punta Umbría. Córdoba es mora y cristiana, puente de San Rafael. Almería y sus parrales. Olivares de Jaén…”. Es la tierra de las cuatro estaciones en un solo día.

Los atardeceres inmortales en Cabo de Gata o los de Granada, de los que dijo un norteamericano de postín cuando miraba La Alhambra desde el Mirador de San Nicolás que la puesta de sol "más bonita del planeta, en Granada”. A pesar de que alguien se empeñe en comparar lo incomparable, porque inconmensurable es Fisterra porque única es la tierra vista desde el Cabo del fin del mundo. Lo mismo que la alborada azul de Almería, ahí el sur te cala y donde los bejucos de los pescadores sondean las mareas graduales que contrastan cuando haces el camino hacia adentro y te encuentras con el amanecer verde de los olivares de Jaén.

Como no reivindicar el legado de Al-Andaluz, cuya herencia dio a Europa grandes conocimientos en medicina, botánica, farmacología, astronomía, matemáticas, no digamos en la técnica del tratamiento de la seda, vidrio y cerámica y, el ajedrez, del que los árabes escribieron varios tratados y que Alfonso X, el Sabio, interpretó, tradujo y adaptó.
Es impensable rememorar el legado Andalusí y no pararse en el patio de los leones, las fuentes del Generalife, La maravilla de la Alhambra o el genial desorden matemático de las columnas de la Mezquita de Córdoba, la más bella del mundo. Y no, no se me olvida la Giralda de Sevilla, patrimonio de la humanidad, que fue construida como alminar de la gran mezquita de la ciudad en la época almohade.

El orgullo de ser andaluz te recorre el cuerpo cuando se disfruta de las marismas de Huelva que alcanzan a Cádiz. Es Doñana, en el que las aves, el lince, el águila imperial y la tortuga mora todavía campan por sus respetos, y donde la buena agricultura florece, ahora en peligro por la iniciativa del actual gobierno andaluz de legalizar las fincas sin permiso de riego y que ha supuesto una dura advertencia de la UNESCO y la Comisión Europea que ha avisado al Estado Español de imponerle severas multas si finalmente se llevara a cabo tal legislación, que pondría en serio peligro, así mismo, a la fauna y flora del parque natural andaluz.

Orgullo de ser andaluz es cuando se recorren los pueblos blancos, las Alpujarras andaluzas y te llena la historia vivida, la que se vive y, cuando te calientas al sol o te refrescas a la sombra, oliendo el jazmín, el azahar, la rosa y el galán de noche, escuchando los acordes de una guitarra, el flamenco o el amor brujo.

Ser andaluz o andaluza es vivir en la calle, degustar la clara de cerveza, el rebujito, la sangría, el tinto de verano con blanca o limón, el salmorejo el gazpacho, es disfrutar de los carnavales, aún la malafollá de algunos (jajajaja) y, por supuesto, el vino de Jerez o el amontillado y, como no, el calicasas. Pero sobre todo significa solidaridad, humanidad, amistad, convivencia, la mezcla, aceptar al diferente, libertad y apego a la tierra. Con esas bases por lo políticamente incorrecto ganamos nuestra plena autonomía y autogobierno.

Conseguimos, por derecho, ser una comunidad reconocida como nacionalidad histórica, lo que nos ha traído respeto, progreso y mejor calidad de vida. Ser andaluz, andaluza, es un sentimiento, un amor a la tierra, una actitud, una identidad. Es una grandeza, es un acento. Y, todo eso no se consigue por el simple hecho de, con engaño, empadronarse en Salobreña unos meses antes para presentarse a las elecciones en Andalucía. Imposible que te corra por las venas.

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Columnista
Salvador Soler

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