miércoles 24 abril
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Aprendiendo de la irrealidad

“Lo único mágico en estos días es la sensación de irrealidad que nos envuelve”. Leía ayer esta frase de Enric Juliana, en su columna “La lección italiana”, en el diario la Vanguardia, y me hizo pensar que efectivamente la vorágine de estas últimas semanas nos puede estar generando esa sensación de vivir en una cierta irrealidad. Todo lo que está sucediendo, a toda velocidad, es nuevo para nosotros. Mientras se hablaba de China o de Italia a propósito de la pandemia no dejaban de ser noticias del telediario, una especie de realidad virtual. Ahora ya lo son de España. Ayer mismo Granada dejaba de ser la única provincia sin infectados por el Covid-19 y de pronto aparecían varios casos.

El presidente del gobierno, en una rueda de prensa rodeada de expectación y mucha solemnidad nos leyó toda una retahíla de medidas, más económicas o sociales que sanitarias, y que sumaban un elevado coste. Transmitía la sensación de estar ante una emergencia nacional. Como el despertar de un sueño o el darnos de bruces con una realidad que parecía no acabábamos de creernos. Como si no la hubiésemos tomado como cierta.

De pronto todo parece desconocido, todo se torna inquietante. Y no se trata únicamente de la alarma sanitaria sino también el temor a las repercusiones en la economía, y no solo en la global sino en la de cada uno de nosotros. En un territorio donde tantísima gente vive del turismo los efectos de esta alarma pueden ser, lo están siendo ya, muy serios. Y lo peor de todo es que a la intuición de la gravedad de sus consecuencias se une la de su posible duración en el tiempo.

En tiempos de crisis y de incertidumbre social lo normal es confiar en quienes nos gobiernan. Otra cosa sería un disparate. Dejarse llevar de rumores y bulos no ayuda en nada a controlar y resolver los temores colectivos. El problema es que la credibilidad de nuestros gobernantes, en general, está bajo mínimos.

Se complica aún más la cuestión porque a nuestra desconfianza congénita se contrapone el convencimiento sensato de que ante un riesgo de posible catástrofe los responsables de su gestión han de ser prudentes en sus palabras, porque cualquier exceso puede contribuir al pánico colectivo que añadiría daños colaterales. Pero precisamente este límite, derivado del imprescindible equilibrio que han de mantener entre informar de la situación, por un lado, y tratar de tranquilizar a la población, por otro, puede contribuir a acrecentar aquella desconfianza ya tan arraigada en la sociedad. Difícil papeleta conjugar ambas variables.

Las experiencias anteriores, aunque incomparables a esta, no ayudan en nada a nuestra tranquilidad. En las primeras semanas del coronavirus no era extraño oír comentarios del tipo "va a ser como la gripe aviar, que se pasa y se olvida". Todo parecían alarmas infundadas.

Llevamos ya algunos años donde las certezas que teníamos por inamovibles se tambalean y los cambios se suceden en cascada. Esta crisis viene a complicar aún más esa percepción. No seré yo el que contribuya a acrecentar el miedo. Porque de una sociedad atemorizada históricamente sólo nacen monstruos en forma de propuestas autoritarias y reaccionarias. Hay que mantener la esperanza. Existen medios para enfrentarnos a esta crisis. Necesitamos inteligencia, aunar esfuerzos y remar juntos como sociedad, confiando en nosotros mismos.

Algunas cosas podemos aprender de esta angustiosa situación. Tenemos un sistema público de salud que aún funciona. Y lo hace mucho mejor que en otros países, incluso más ricos. A pesar de los recortes, de la escasez y precariedad del personal y de la falta de medios. Tras la crisis habrá que repensar como lo mejoramos. Porque algo está claro, la sanidad privada ni está ni se le espera en esta crisis.

Hace escasos días recibí una llamada ofertándome un seguro médico privado. Harto de este tipo de llamadas, siempre tan intempestivas, rápidamente contesté a la operadora que no me interesaba, pero ésta de inmediato sacó el argumento de los recortes en la sanidad pública y de que lo mejor es un seguro privado. Curiosa forma de intentar convencerme. Recortan mis derechos y prestaciones y a cambio me proponen pagar un extra a una compañía privada para tener incluso menos de lo que tenía o puedo tener a través de la sanidad de todos. Mal negocio para la mayoría pero magnífico para unos pocos, los que convierten nuestra salud en una mercancía.

Grave responsabilidad la de muchos de nuestros gobernantes que después de haber descuidado el sistema público de salud ahora dependen de él para resolver esta crisis.

Otra enseñanza a extraer, ante retos tan colosales no valen las soluciones individuales. O afrontamos juntos como sociedad esta crisis, y otras de gran calado (como el cambio climático o la sociedad de los cuidados, por ejemplo), o no lo conseguiremos. Solo la cooperación, la solidaridad y la ayuda colectiva servirán para superar esta situación. El individualismo y la competitividad salvaje no contribuirán más que al desastre. El tiempo y los acontecimientos así nos lo muestran.

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Columnista
Miguel Martín Velázquez

Portavoz de Podemos Granada

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