¿Asco de la política?
Las encuestas detectan que los problemas políticos son una de las principales preocupaciones en el sentir de los españoles. Viene siendo así durante bastante tiempo. Pero no hace falta atender a las encuestas para percibir que existe una amplia desafección respecto a la política por parte de mucha gente. Aunque esto no es incompatible con que se entre en el propio juego del debate político actual. Probablemente lo que suceda es que en parte se sigue la política más como rechazo hacia unas opciones concretas que como adhesión a otras.
Entiendo que este hartazgo genera un alto grado de distanciamiento respecto de la política y que se produce una reacción más emotiva que racional.
Ambas respuestas, emoción y razón, forman parte indisoluble y esencial del ser humano, aunque se supone que la característica principal de la humanidad debiera ser el predominio final de la racionalidad. Suele simplificarse su relación diciendo que las emociones pueden proporcionar el impulso inicial para actuar pero que la racionalidad debería ser la encargada de evaluar las distintas opciones y determinar la decisión final. Se entiende que cuanto más compleja es una situación, y por tanto más complicada se hace la decisión, toma más importancia el componente racional para elegir la opción más adecuada.
La política, como actividad regidora de los asuntos colectivos pero con importantes afecciones a los intereses individuales, está caracterizada por su complejidad. Se conforma en torno a una serie de problemáticas muy diversas y entrelazadas que admiten a su vez muy diferentes respuestas posibles. En un sistema democrático la ciudadanía viene llamada periódicamente a elegir entre diversos modelos o programas políticos. Desgraciadamente no hay muchas más opciones de participar más allá de votar cada cuatro años. No se facilita la participación en la toma de decisiones concretas. Los escasos mecanismos que existen, como el referendum, son muy poco ofertados.
La lógica aconsejaría que ante cuestiones complejas debería prevalecer la razón sobre las emociones. Pero la realidad política parece que circula más por el segundo camino que por el primero. La toma racional de decisiones frente a problemas complejos requiere información y análisis y en estos momentos no son precisamente las corrientes que predominan.
Los grandes partidos han descubierto que es más fácil influir en el electorado estimulando sus emociones que ofreciendo información, análisis y propuestas complejas.
La información viene siendo distorsionada por la inundación de bulos y mentiras descaradas que a fuer de ser repetidas acaban calando en la sociedad. El debate se reduce a una permanente confrontación en base a la repetición sistemática de consignas simplonas y provocadoras.
Aquellos partidos delegan en publicitarios y diseñadores de imagen antes que en analistas y profesionales de las distintas disciplinas sobre las que han de tomar decisiones. En éstas tienen más influencia los más poderosos lobbys que la mayoría social. Los medios de comunicación están más al servicio de los intereses de sus dueños que de proporcionar una información de calidad, convirtiéndose en sibilinos propagandistas, cada vez más indisimulados, de determinadas opciones y programas políticos. Por si faltaba algo, entran en juego importantes sectores del poder judicial para intervenir como agentes políticos.
Todo esto acaba conformando una enorme y poderosa coalición que actúa en favor de opciones e intereses muy determinados.
Complicado para las personas de a pie, para el conjunto de la ciudadanía, centrados en sus problemas laborales y familiares cotidianos, poder asimilar y desentrañar la complejidad de la política y toda la vorágine de estímulos y manipulaciones interesadas con las que intentan dirigir nuestras vidas y hacernos reaccionar y decidir de una determinada manera.
El escenario político concreto se ha convertido en un cenagal, lleno de mentiras, insultos y crispación. Sin argumentos mínimamente sensatos, los debates se centran en el improperio permanente, la ocurrencia más chistosa o más ofensiva que pueda caber en los 20 segundos que conceden los medios. Cualquier persona sensata debería pensar que todo esto constituye una afrenta inaceptable a nuestra inteligencia.
La política es imprescindible y la participación en ella una necesidad. La desafección de la gente hacia la política solo beneficia a quien de verdad manda en la sombra y a sus servidores. No podemos desertar de nuestra responsabilidad. La propia democracia está en peligro, no por un golpe de estado militar sino por todos estos mecanismos alineados que la vacían de contenido.
Hace tiempo pensaba que esta dinámica estaría a punto de tocar suelo. Ahora tengo claro mi error y ya no me arriesgo a pensar cuándo alcanzará el sótano. Lo que tengo claro es que resulta insufrible, insoportable.
La única opción saludable es la desconexión. Quitar la televisión, cerrar las redes... buscar información y opiniones en aquellas fuentes que sean de confianza, no porque piensen como uno mismo sino porque sencillamente ofrezcan pensamiento y oferten puntos de vista racionales, argumentados, sensatos. Ver, escuchar y leer a cualquier persona que se pueda entender que no intenta manipular o excitar las peores emociones sino que facilite la actividad de pensar.
Necesitamos un impulso de rebeldía, personal y colectivo ante tanta demagogia insensata. Desconectar de la toxicidad y abrir las puertas a la inteligencia y la decencia. Nos va el futuro en ello.