viernes 29 marzo
Opinión  |   |

Banderas, sentido de pertenencia y diálogo

La cuestión catalana está monopolizando la información y el debate políticos y amenaza con prolongarse aún por mucho tiempo. Ha conseguido tapar otros debates trascendentales para la vida de la mayoría de la gente. Poco se habla de la sostenibilidad del sistema de pensiones, de su pérdida de poder adquisitivo, de la pobreza, del desempleo, de la precariedad laboral, del desmantelamiento continuado de los sistemas de bienestar, de la corrupción… Síntomas todo ello de la devaluación del país, que ha sido y es el modelo aplicado para afrontar la crisis económica. Problemas que se unen y entrelazan con la crisis de legitimidad de las instituciones políticas y del modelo de construcción europeo.

Probablemente para muchas de las personas que apoyan el secesionismo en Cataluña la independencia sea sentida como posible salida a estas crisis. Aunque razonablemente otros pensemos que en este mundo globalizado los grados de soberanía están bastante limitados. Ni siquiera el Estado español es ya plenamente soberano. Por razones de Derecho o de hecho tiene delegadas (UE, BCE, OTAN…) o usurpadas (en manos de los grandes poderes financieros y económicos), lo que se consideraban los ejes de la soberanía de las naciones, la Hacienda y la Defensa.

Pero el sentido de pertenencia y el poder de lo simbólico son elementos que atrapan a las personas y determinan sus conductas sociales. Las banderas no son más que objetos que en sí mismos (trozos de tela) carecen de valor pero a los que colectivamente les otorgamos una capacidad de representación de ideas, valores y sentimientos de enorme fuerza. En torno a ellas las sociedades catalizan “el sentimiento o la conciencia de formar parte de un grupo en el que adquirimos modelos de referencia”.

El problema viene cuando esos sentimientos se convierten en confrontación, se construyen en contra de otros o se alimentan a base de odio o exclusión. Éste es el tema que más me preocupa de cómo se está afrontando el asunto catalán. Más allá de la cuestión legal el problema es la desafección de una parte creciente de catalanes respecto al resto de España y cómo conseguimos que nadie sea español a la fuerza.

Me temo que afrontar el asunto únicamente con medidas legales, judiciales o policiales, sin atender al fondo de la cuestión, no resuelva el problema e incluso contribuya a agravarlo.

En la gestión de este conflicto hemos asistido a momentos cercanos al esperpento, como las sesiones del Parlamento catalán en el que se aprobaron las leyes de referéndum y transitoriedad. La de proclamación de la República catalana y su suspensión ocho segundos después. El alojamiento de miles de policías en barcos de “Piolín”... ¿Y qué decir del reciente intercambio de misivas entre Rajoy y Puigdemont?. Podría resultar hasta gracioso si no fuese porque la cuestión es seria y se están viviendo también elementos más cercanos a la tragedia, como las cargas policiales, las detenciones, la confrontación creciente…

Los escenarios se suceden en lo que parece una guerra de posiciones. Primero el independentismo fue capaz de movilizar a sus partidarios. Después han sido las fuerzas contrarias a la secesión las que han logrado activar a los suyos. En todo caso no parece cercano que nadie pueda ganar este conflicto de manera contundente, ni mucho menos definitiva. Y es seguro que al final la única solución viable será el diálogo. Por muchas críticas o desprecio que esta posición reciba desde ambos extremos, la única esperanza es que “hablemos/parlem”, como tantas personas gritamos en las plazas hace quince días.

Entre tanto, lo que se está provocando es el desgaste de nuestras instituciones y la división y la fractura interna, que costará mucho esfuerzo y tiempo superar. Y como daño colateral la lesión a nuestros derechos y libertades. La arriesgada utilización del poco definido artículo 155 de la Constitución. La incomprensible actuación selectiva de los tribunales. O la peligrosa, por expansiva, interpretación del delito de sedición. Recomiendo el artículo del magistrado Miguel Pasquau, “Los contornos de la sedición”.

Miguel Martín Velázquez
Colaborador de Ahora Sí

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