miércoles 16 julio
Opinión  |   |

Cómo ser Antonio Puertas

Reconozco que tenía esto guardado desde aquel partido contra el Eibar que perdimos en Los Cármenes hace unos meses, con dos asistencias del jugador almeriense. Y es que ahora, cuando se abre el debate sobre quién se va, quién se queda y quién prometió quedarse y no lo cumple, no puedo evitar acordarme de él, del de Benahadux. El caso de Antonio es el más claro, pero también vienen a la memoria nombres como Ángel Montoro, Quini, Víctor Díaz, Jorge Molina o, más recientemente, Carlos Neva. Gente que siente Granada como su hogar, que echó raíces aquí y que acaba marchándose por la puerta de atrás. Cada uno con sus circunstancias, sí, pero todos con ese poso de frustración y, sobre todo, de disgusto hacia la propiedad actual del club.

En estos últimos días, Villar ha sido el blanco de las críticas de la afición, pero no es más que otro nombre en la lista de los señalados por el granadinismo. Jugadores que dijeron una cosa, atrapados por sus propias palabras en redes sociales, y que terminaron actuando de manera distinta a la prometida. Y yo, como decía al principio, no puedo dejar de pensar en Puertas. Él es la personificación del sueño de cualquier chaval que sueña con ser futbolista y marcar goles con la camiseta de su equipo. Debutar en categorías inferiores, crecer, regresar a tu casa adoptiva, superar adversidades y alcanzar la gloria de Primera División. Y como broche, llevar a tu equipo a donde nunca había llegado. A pasear ese escudo —que aún se sacudía el barro— por los estadios más grandes de Europa.

Por el camino, no fue nada fácil. Incluso lo pasaste realmente mal con el COVID, que te frenó físicamente justo cuando estabas probablemente en el mejor momento de tu carrera. Pero tú seguiste. Te empeñaste en continuar, en trabajar sin mirar atrás. Te tropezaste con muchas piedras, incluso sufriste el descenso. Y entonces, tu único objetivo fue devolver al Granada al lugar que merece. Todo ello sin alardes públicos, sin discursos vacíos ni postureos en redes. Solo con esfuerzo, con constancia. Incluso alguna vez, soportando el murmullo del viento en la grada. Algún día habría que hablar de eso, por cierto.

La realidad es que, por desgracia, vas asumiendo que tu etapa en la que sientes como tu casa llega a su fin. Igual que lo hicieron muchos otros que dieron lo mejor de sí mismos. Y todo acaba con un sabor amargo. Sin el homenaje merecido o, en el mejor de los casos, con un adiós descafeinado. Es verdad que todos pedimos jugadores “que sientan los colores”, pero no es menos cierto que muchos de los que sí los han sentido, de los que han querido echar raíces en el club y en la ciudad, han sido apartados. Hemos desperdiciado un legado de un valor incalculable. Gente con la que identificarse, con la que emocionarse. Sobre todo, personas comprometidas.

Al final, da la sensación de que no nos gusta este tipo de futbolista. No nos gusta el que no hace ruido, el que trabaja en silencio. En esta época en la que la repercusión en redes sociales lo es todo, la discreción parece no tener cabida. De hecho, me viene a la cabeza algún que otro reproche que se le ha hecho recientemente a Carlos Neva, nuestro capitán, por no despedirse del granadinismo públicamente. Porque en el fútbol —como en la vida— el silencio a veces se interpreta como apatía. Como si ya no te importara, como si hubieras dejado de sentir. Como si los colores ya no formaran parte de ti. Pero tal vez ese silencio no sea indiferencia, sino justo lo contrario: dolor contenido, heridas que no encuentran palabras. Y a veces, simplemente, no lo vemos. O no queremos verlo.

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Columnista
José David Collina

Abonado del Granada CF y creador de contenido en Puerta Nueve

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