viernes 29 marzo
Opinión  |   |

Cuarenta años de democracia

Venimos celebrando los cuarenta años de las primeras elecciones democráticas en España. Hay a quién en este punto le pone la coletilla, de “las primeras elecciones democráticas después del franquismo”, pero, para ser del todo justos, posiblemente fuesen las primeras elecciones realmente democráticas en España, con todo lo que ello implica.

No deja de ser curioso comprobar aquellos primeros resultados desglosados en la provincia de Granada pueblo a pueblo, como se ha podido comprobar y disfrutar por quienes se apasionan con la estadística electoral.

Una celebración ésta, que llega en pleno debate, de si aquello que se denominó Transición fue realmente eso, un proceso por el cual se pasó de una dictadura a una democracia, siguiendo en todo momento el paso marcado por la legalidad.

Para muchos, sobre todo, los que no vivieron aquella época (yo tampoco lo hice), no fue eso lo que ocurrió y prefieren utilizar expresiones como traición, engaño o incluso aquiescencia con los poderes facticos que venían del tardofranquismo.

En definitiva, según estos últimos, aquello de la transición no fue más que una excusa pactada con los líderes políticos más pujantes del momento, para continuar con un sistema seudodemocrático, basado en una partidocracia. Esto es, un sistema en el que son los aparatos de los partidos los que deciden el devenir de nuestro país, alternándose en el poder de forma periódica.

Posiblemente nuestro sistema adolezca de muchos defectos, pero de los que yo conozco, es el que menos defectos tiene.

Nuestro sistema se fundamenta en una democracia representativa, en la que los ciudadanos votamos, y elegimos a nuestros representantes en los diferentes estamentos políticos (Congreso, Senado, Parlamentos Autonómicos o Ayuntamientos, incluso indirectamente, en las Diputaciones Provinciales).

A quienes confrontan nuestro sistema con el francés (de doble vuelta) o el americano y el británico, alegando que en todos ellos, se elige a un representante por distrito, mientras que en el nuestro es el partido el que marca la pauta poniendo un candidato u otra sin dejar una libertad real de elección al ciudadano. Habría que explicarles que nuestro sistema es mucho más representativo con toda la ciudadanía y no con las mayorías.

Es decir, si la provincia de Granada tiene siete representantes en el Congreso de los Diputados, para emular estos sistemas, habría que dividir la provincia en siete distritos, y en cada uno de ellos los distintos candidatos se la jugarían entre sí, de manera que ganaría siempre el más votado en cada distrito. De forma que al final, la inmensa minoría quedaría sin representación. Por el contrario, en nuestro sistema, representando a la provincia de Granada, hay diputados de hasta cuatro partidos que representan la gran mayoría de las opciones políticas votadas en Granada (3 PP, 2 PSOE, 1 Podemos y 1 Ciudadanos), con un reflejo mucho más real de las sensibilidades políticas existentes.

También se critica, no sin razón, la existencia de las enormes estructuras político-administrativas, que suponen las comunidades autónomas. No seré quién defienda su existencia, pues en esto sí que creo en un modelo de Estado centralista al estilo francés por ser más justo, igualitario y solidario entre todos los ciudadanos.

Pero no dejan de ser las Autonomías el intento fallido de solucionar los cíclicos intentos de los nacionalismos catalán y vasco de tratar de inestabilizar un país en favor de sus propios intereses. Fundamentándose en uno hecho diferencial inexistente, y tratando de mantener unos privilegios prolongados demasiado tiempo.

Sirva, este intento fallido, como lección para las actuales y futuras peticiones nacionalistas. Nunca van a verse plenamente satisfechos con las cesiones del Estado, justificándose en el mencionado y supuesto hecho diferencial.

Otra de las críticas que se hacen al sistema es el de que se fundó hace nada menos que cuarenta años, y que buena parte de la población ni siquiera había nacido entonces y la mayoría no pudo votar la Constitución. Cuestión bastante absurda, pues la mayoría de las constituciones sólidas tienen bastante más años que la nuestra (200 años la americana, casi 70 la francesa, y mucho más la inglesa que ni siquiera está escrita).

Podríamos seguir analizando la pertinencia, o lo adecuado de nuestro sistema. Un sistema no exento de defectos y problemas, que deberán acometerse con precisión, pero además, nos guste o no la expresión, con consenso. Una palabra llevada a la política durante  la Transición (su significado viene del ámbito religioso, de la necesidad de alcanzar posturas entre las distintas facciones de la Iglesia durante los concilios), rescatada para el vocabulario político por Zapatero y que es imprescindible para acometer cualquier reforma de calado de la Constitución Española.

Pues se necesitarán dos tercios de los diputados y senadores, de las Cortes, un presidente dispuesto a dejar de serlo, en cuanto consiga ese consenso, pues se verá obligado a convocar nuevas elecciones, y  una ciudadanía que tendrá que refrendar mayoritariamente cualquier cambio de trascendencia, adoptado por las Cortes.

Dura tarea que difícilmente pueda resolverse con un ingenioso tweet o una cargante tertulia televisiva.

Gustavo García
Historiador y escritor

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