lunes 17 febrero
Opinión  |   |

¿De qué sirve ser negacionista?

Esta mañana me he levantado, como siempre, maldiciendo la alarma que me saca de la cama sin tener gana alguna. Estoy pensando hacerme negacionista del despertador. A partir de ahora, voy a hacer como que no existen y, de hecho, me voy a reír de los que los utilizan. Decidido. Espero que mi jefe lea esto para comprender por qué mañana llegaré tarde a la oficina.

Ojalá todo fuera tan fácil como escribir tremenda chorrada como la que he escrito en el párrafo anterior y quedarse tan tranquilo. Y eso es lo que parece cuando abres cualquier red social, un podcast o algún programa de televisión donde habitualmente hombres blancos, heterosexuales, y privilegiados niegan la violencia machista, el cambio climático, el racismo en España, las vacunas, el gluten, Australia, la nieve, o, incluso, en un alarde de creatividad, hasta los pájaros. ¡Los pájaros! (No sé si sabes que hay una teoría que dice que los pájaros no existen y son drones del gobierno para vigilarnos. Si no lo sabes, mejor, la verdad, más tranquilo vives).

Es sorprendente que haya gente haciendo gala de su desprecio hacia la realidad. No ya es que piensen diferente, o quieran construir un mundo distinto, hayan creado una burbuja propia, o tengan unos referentes o ideas llamemoslas educadamente como “transversales”, sino que, directamente, niegan la realidad del espacio - tiempo tal y como lo conocemos. ¿De qué les sirve eso a ellos? ¿De qué le sirve a nadie?

Siempre ha habido chalados. Pero mientras antes se les llamada “el tonto del pueblo”, ahora se les dan altavoces y espacio donde decir sus patochadas. Este ejemplo no es mío, lo he sacado de Twitter, pero comparto por completo lo que simboliza. ¿En qué momento interesa un discurso no solamente falaz, sino facilísimo de desmontar? Lo que antes se habría solucionado con muchas horas de terapia y medicamentos recetados, ahora, simplemente parece divertido de escuchar por parte de cientos de incels.

Esta gente se enfunda su gorra de aluminio metafórica y sale al mundo armado con videos de YouTube de dudosa calidad, memes mal redactados y un firme rechazo a los libros, porque, ¿para qué leer si puedo opinar sin datos? Su lema podría ser algo como: “Mis sentimientos son más válidos que tus evidencias científicas”. Pero ¿Para qué sirve ser negacionista?

No seré yo el que reniegue de algunas cosas inservibles pero divertidas o bonitas, como un bote de purpurina, unas botas por encima de la rodilla de pelito en tono magenta, un gorro divertido o ese curso de Google Analytics que hiciste en 2015 y que seis meses después quedó obsoleto porque cambiaron por completo la herramienta.

Pero de ahí, a tener que aguantar a gilipollas (si te sorprende el uso de este término, lee mi artículo anterior) diciendo burradas por búsqueda de atención o likes es agotador. Antes me enfadaba, rebatía o pataleaba. Pero de un tiempo a esta parte, cuando he detectado que esta serie de discursos se amplifican para generar frustración y, sobre todo, para alimentar la rueda de la polémica, me estoy bajando del carro. Allá ellos, que se apañen.

Lo que sí reconozco es que me gustaría conocer de cerca cómo vive uno de estos conspiranoicos radicales. ¿Cómo plantean su vida diaria? ¿Salen a la calle? ¿Se relacionan con gente “normal”? ¿O ellos mismos han creado una cárcel ideológica, vigilada por los terribles pájaros del Gobierno, que los impide llevar una vida normal?

Ser negacionista es, en el fondo, un grito de rebeldía mal dirigido. Es como un adolescente con problemas de autoridad, pero en lugar de enfrentarse a sus padres, le hace la guerra a la ciencia, la lógica y el sentido común. Pero, oye, ¿qué sabré yo? A lo mejor tampoco existo. Quizá tú tampoco. Quizá todo esto sea una simulación y una conspiración contra ti orquestada por Perro Sanxe e inclusiva en la Agenda 2030.

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Columnista
Gafas Amarillas

Periodista y Creador de Contenido

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