viernes 18 julio
Opinión  |   |

Defender la democracia

No sólo continúa sino que se incrementa el ruido en la política. Se hace tan ensordecedor que probablemente consiga hacernos desviar la atención desde lo importante hacia las formas, esa especie de humo denso y tóxico que nos ciega de poder percibir la realidad más profunda.

Por los medios de comunicación pululan personajillos de poca monta, con intereses poco claros, filtrando grabaciones que apenas nadie sabe de dónde salen ni con qué objetivos. Pero lo grave es que la atención se fija en los aspectos más morbosos, aunque sean anecdóticos, y no se entra a analizar el fondo de la cuestión, siempre más compleja y por tanto más exigente en esfuerzo para poder desentrañarla.

Es clara la existencia de una estrategia de acoso y derribo contra este gobierno en la que coinciden, en su parte principal, poderosos intereses y fuerzas concertadas y organizadas, a las que se suman toda una serie de adláteres, con intereses diversos pero apuntados a ese plan del que esperan obtener réditos, directos o derivados.

Cualquier demócrata percibe que la democracia está en peligro, no tanto porque se tema un golpe de Estado de viejo cuño como por la degradación que sus formas y su fondo vienen sufriendo desde hace tiempo.

La democracia española nació con algunos déficits muy importantes que la lastraron desde su inicio y a los que se han sumado algunos nuevos. Un sistema electoral claramente dirigido a conformar un modelo bipartidista, con dos fuerzas situadas en el etéreo centro y dejando fuera o haciendo muy difícil el surgimiento de partidos que pudieran entrar en el juego electoral de modo competitivo. El mantenimiento intacto de los aparatos judicial, policial y militar de la dictadura. La constitucionalización de la Monarquía sin consulta directa a la ciudadanía, con todo el fenómeno cortesano que conlleva.

Las cosas no han ido a mejor. La democracia española no ha evolucionado hacia su mejora y profundización sino al contrario. El bipartidismo, marca del régimen del 78, ha llevado aparejada la corrupción sistémica de los dos partidos que se han relevado en el gobierno. Basta mirar atrás para comprobar que todos los ciclos de gobierno de la alternancia han acabado manchados por clamorosos procesos de corrupción, marcados por la permeabilidad entre ambos partidos y los poderes económicos, con favores mutuos y puertas giratorias escandalosas. A la corrupción sistémica se añaden las corruptelas y una generalizada práctica clientelar. Resulta extraña la atención que se presta al presunto amaño de una plaza en la Diputación de Badajoz para el hermano de Sánchez cuando todos conocemos que ese tipo de prácticas, amaños y enchufes ha sido y es una práctica generalizada en las administraciones públicas y especialmente en la local, como es el caso.

Cuando leemos el último informe de la UCO sobre el caso Cerdán-Ábalos-Koldo no podemos dejar de sorprendernos porque tras casi 50 años de democracia los métodos de la corrupción siguen siendo idénticos, sin que tantos precedentes y tantas supuestas medidas de prevención hayan cambiado nada. ¿Cómo es posible que tras varias reformas de la ley de contratos siga intacta la corrupción vinculada a los contratos de servicios y obra pública?. ¿Cómo es posible que en su comparecencia de ayer, el presidente Sánchez no haya anunciado una auditoría de los contratos de obra pública del Ministerio de Fomento para detectar los métodos corruptos y a todos los implicados por acción u omisión, necesarios en esos complejos procesos?. ¿Cómo es posible que en los casos de corrupción solo se señala a los corruptos pero casi nunca a las empresas corruptoras?

Al peligro que acecha a la democracia se unen algunos fenómenos muy preocupantes. El primero es que en este momento resulta obvio que el capitalismo no necesita la democracia y actúa en consecuencia. El capitalismo financiero ya no precisa del modelo europeo, que aúna democracia con modelo social. Ha decidido que puede prescindir de ciertos consensos para garantizar la paz social. Está claro que aspira a no tener que compartir parte de las posibles ganancias si puede quedarse con todas. Para eso está optando por alimentar las diferencias, el conflicto y los odios, fomentando la confrontación de los penútimos contra los últimos, así como debilitar y/o excluir a cualquier fuerza política, sindical o social que pueda constituir un freno a sus objetivos.

Existen una serie de modos de actuación comunes a muy distintos países. En España llevamos años sufriéndolos. El Lawfare, la existencia de la mal denominada Policía Patriótica, las cloacas, los elementos de la judicatura que actúan guiados claramente por objetivos políticos, la conversión de tantos medios de comunicación en auténticos instrumentos políticos e ideológicos, en muchos casos propagadores activos de noticias falsas y bulos que intoxican e incluso fomentan el odio y la crispación, el autoritarismo que se expande en las formas y en el fondo de la actuación de los poderes públicos...

El PSOE miró para otro lado cuando algunas de estas prácticas iban dirigidas contra otros partidos, especialmente Podemos o los nacionalistas periféricos, o contra activistas sociales. Ahora comprueba que aquello sólo era el primer paso. El régimen parece ya no necesitar al PSOE, hasta ahora columna vertebral del régimen del 78 y la Monarquía. A pesar de su moderación y su constante freno a las medidas más avanzadas que se le han propuesto o se le proponen desde sus socios de investidura y de las que curiosamente luego presume como propias. Los poderes económicos lo quieren todo y hasta les estorba este PSOE y este Sánchez contradictorio, que siempre prefirió a Rivera y Ciudadanos y que acaba sometiéndose a los poderes fácticos, desde las eléctricas o los bancos, hasta Trump y la OTAN y su exigencia de incremento del gasto militar, la aceptación de la ocupación del Sáhara por Marruecos o su respuesta tibia sobre el genocidio palestino.

Es evidente que la democracia está en riesgo. Es a la ciudadanía a quien más nos interesa su defensa. Los poderosos no la necesitan, ya tienen medios para imponer su voluntad. Somos la gente de a pie quienes la precisamos, para poder hacernos escuchar, para conseguir políticas favorables a la mayoría social. A estas alturas no caben dudas, ni tampoco resignación al malmenorismo.

Que tanto ruido y tanta humareda no nos impida ver la realidad. Ni movilizarnos en defensa de una democracia de calidad. Exijamos un proceso de regeneración, con más transparencia, más participación y cambios decididos para limpiar la basura que está destruyendo nuestra democracia.

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Columnista
Miguel Martín Velázquez

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