viernes 23 mayo
Opinión  |   |

El elefante en la habitación

Esta expresión metafórica, que proviene de un cuento indio, suele referirse a un problema evidente que se ignora de forma deliberada. Quienes están dentro de la habitación con el elefante evitan afrontar dicho problema, pero la magnitud de lo evidente hace que resulte incómodo fingir que no existe. Esa incomodidad, en lugar de provocar una reacción, acaba por consolidar el silencio, convirtiendo el conflicto en algo crónico, enquistado en el tiempo.

En la habitación del Granada CF no hay un solo elefante, sino varios. Y todos juntos hacen que estar dentro resulte cada vez más sofocante, hasta el punto de que cuesta respirar. Incluso los aficionados, ya habituados a convivir con lo esperpéntico, asisten incrédulos a lo que ocurre. El más grande de todos, y quizás el más preocupante por el cartel con el que arrancó el club en verano —tanto por presupuesto como por plantilla—, es que este equipo nunca ha sido un verdadero candidato al ascenso directo. Y no lo ha sido porque en ningún momento de la temporada, ni siquiera durante la primera racha positiva de Escribá, ha pisado esas posiciones.

Esto ya de por sí es sintomático, y habla claramente de lo delicado del momento que atraviesa el club. Seamos sinceros: abrazar el mantra del “mal de muchos, consuelo de tontos”, fijándonos en los otros dos equipos recién descendidos, no nos deja en buen lugar. Ni a nosotros ni a ellos. Cádiz, Almería y Granada fueron tres proyectos fallidos el curso pasado, y los tres están dejando muchas dudas en Segunda División, aunque con diferentes matices. El caso del Granada es el de un equipo que jamás ha terminado de funcionar de forma colectiva, y que únicamente se ha mantenido con vida gracias a aportaciones individuales aisladas que lo han mantenido relativamente cerca de los puestos de playoff. Todo esto, además, con el segundo mayor presupuesto de la categoría y con salarios que en muchos casos son más propios de la élite que del fútbol de plata.

Pero ese no es el único elefante. Hay otro que apenas se menciona, aunque debería estar también en el centro del debate: el Recreativo Granada. El filial, cuya función principal es nutrir al primer equipo y formar jugadores de futuro, ha descendido en solo dos temporadas del tercer al quinto escalón del fútbol nacional. Mientras este descalabro ocurría, hasta 63 jugadores han tenido minutos en sus filas, y lo más probable es que una gran mayoría de ellos no sigan vinculados al club la temporada que viene. De todos esos futbolistas, solo Adri López, Juanma Lendínez, Óscar, Rodelas y Pablo Sáenz han debutado en liga con los mayores. Y aún más llamativo resulta que únicamente uno de ellos, Pablo Sáenz, lleve la firma de los que han sido hasta hace poco responsables de cantera: Luis Aragón y Salva Serrano. Todo esto sucede, además, en un club que presume de ser “súper estable”, al menos según palabras de su director general. Una afirmación difícil de sostener si uno se detiene mínimamente en los datos.

Y aún queda otro elefante, uno que quizás ahora se intuye más pequeño, pero que en pocos meses podría hacerse tan grande que acabe aplastándolo todo: el del límite salarial. Un problema que se cierne como una sombra cada vez más próxima, especialmente si no se consigue el ascenso. Podemos buscar consuelo en el espejo de otros clubes que han sabido maniobrar con ingenio en situaciones parecidas, como el Levante en las dos últimas temporadas, pero la realidad es otra: no hay muchas razones para creer que los actuales gestores sean capaces de encontrar soluciones cuando hasta ahora no han sido capaces de afinar una sola tecla del piano. Porque si en una temporada con más de 20 millones de ingresos por ventas se terminó con un saldo positivo de apenas dos millones —y con solo 21 puntos en el casillero—, ¿qué nos hace pensar que serán capaces de actuar con inteligencia en un escenario mucho más restrictivo?

El problema del Granada no es solo el elefante en la habitación, sino la costumbre de vivir con él como si fuera parte del mobiliario. Hemos normalizado lo inaceptable, disfrazado de paciencia lo que es pura dejadez y convertido la desilusión en rutina. Y mientras tanto, se consume el tiempo y se marchita el escudo. El elefante en la habitación ya no molesta: gobierna. Toma decisiones, impone su presencia y marca el ritmo de la decadencia. Lo más grave no es que nadie lo nombre, sino que parece que a muchos les interesa que siga ahí.

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Columnista
José David Collina

Abonado del Granada CF y creador de contenido en Puerta Nueve

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