jueves 28 marzo
Opinión  |   |

El estado de la cuestión

La crónica de la actualidad transcurre con tanta rapidez que cualquier acontecimiento queda sepultado por la sucesión de nuevas noticias. Apenas han pasado diez días desde el debate de la moción de censura y ya parece una eternidad. Aún a riesgo de llegar a destiempo ese desfase permite sin embargo analizar las cosas con cierta perspectiva, separando lo relevante de las anécdotas.

El debate no comenzó el 13, martes, sino semanas antes, con el anuncio de presentación de la moción. En ese instante se abrieron todas las vías para el debate y la polémica en torno a una iniciativa que era evidente para todos, incluidos los promotores, que no iba a prosperar. En España echar a un presidente es mucho más complicado que nombrarlo, dado el blindaje legal que lo protege.

A pesar de los intentos en contrario, pienso que la moción ha tenido finalmente el resultado que esperaban en Podemos y que a mi juicio eran dos. Por un lado, poner el foco sobre la anomalía democrática que se vive actualmente en este país, donde gobierna un partido trufado de corrupción y que utiliza los aparatos del Estado (parte de ellos) para sus propios intereses, en concreto perseguir a sus adversarios políticos o tratar de tapar sus propias vergüenzas. Algo impensable en cualquier país de Europa con cierta tradición democrática. En Francia, por ejemplo, el candidato de la derecha quedó laminado por cuestiones que en España no pasarían de simples “pecaditos”. Y el flamante presidente de la República, en un mes, ha perdido a varios ministros obligados a dimitir por acusaciones tales como “sospechas de nepotismo” o “posibles irregularidades en el pago de los sueldos de sus asistentes”. Algo que nos suena a chino en España.

En segundo lugar, parece evidente que Podemos pretendía aparecer ocupando el espacio de real oposición, aprovechando la vacante, al menos temporal, y las contradicciones del PSOE. En este sentido llamó la atención el perfil adoptado por el “presidenciable” Pablo Iglesias y, sobre todo, la revelación de la joven mujer Irene Montero, a quienes los analistas parecen haber descubierto como un valor muy en alza en la política española. Joven y mujer, dos hándicaps no fáciles de superar en nuestra tierra.

Rajoy al final optó por asumir el papel que como presidente “censurado” le correspondía. Su tono dejó algunas pinceladas dignas de señalar. La retranca tan habitual en sus réplicas parlamentarias y, por otro, un cierto tono de cinismo cuando dejaba caer su máximo y demoledor argumento, algo así como díganme lo que quieran pero la gente me ha votado a mí y no a ustedes. Tremendo.

El PSOE, con nuevas caras, procuró mantener el tipo ante una iniciativa que, probablemente, debía haberle correspondido por ser el segundo partido en escaños. No era fácil en su situación de interinidad afrontar este debate. Pasar del apoyo pasivo a la investidura de Rajoy a la promesa de una oposición dura, no será fácil. En cualquier caso su reto principal, como par toda la socialdemocracia, será demostrar dónde se sitúa, más allá de los discursos, si por un cambio real de un modelo político y social que hace aguas o por la gestión del sistema con un tono más amable que los conservadores. Es decir, apostar realmente por ese cambio o volver a la vieja dinámica de “intentar llegar al gobierno por la izquierda para luego gobernar por la derecha”, e intentar reconstruir el bipartidismo.

Ciudadanos demostró su perfil cada vez más indisimulable de muleta del viejo bipartidismo. Hizo honor a las palabras del presidente del Banco de Sabadell, “necesitamos un Podemos de derechas”. A arremetió con virulencia contra Pablo Iglesias. Defendiendo a la vez las políticas más ultraliberales de todo el arco parlamentario. Y en lo que podría ser más novedoso, la regeneración política, pocos avances se vislumbran, por ahora.

De Hernando, Rafael, poco que decir, sencillamente impresentable.

Miguel Martín Velázquez
Colaborador de Ahora Sí

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