Estado de la ciudad
Esta semana toca hacer balance. El ayuntamiento celebra el debate sobre el estado de la ciudad, un pleno extraordinario con aroma a examen de mitad de curso; la nota cuenta pero no es definitiva. En cualquier caso, la alcaldesa hará lo habitual, llegará al pleno como quien va de visita y se volverá al despacho de su mayoría absoluta sin haber escuchado.
Aunque Carazo quiera reducirlo a un mero trámite, no estaría mal que esta reflexión fuera más allá del salón de plenos y hubiera un verdadero debate público sobre cómo está Granada. A veces conviene pensar en la ciudad como si fuera una comunidad de vecinos, mirándola como el gran espacio compartido del que somos parte. Al fin y al cabo, es el ayuntamiento quien pone el autobús que nos lleva al trabajo, manda la ayuda a domicilio a los abuelos y limpia el parque antes de que bajemos a jugar con la niña. La política municipal nos afecta, queramos o no, por eso hay que evaluarla de vez en cuando y no solo cada cuatro años.
Veo un gobierno municipal en campaña electoral permanente, más preocupado por confrontar con Pedro Sánchez que en echarnos una mano a los vecinos y vecinas. La trinchera política ha convertido a Carazo en una alcaldesa insumisa que está dejando de aplicar leyes estatales de las que ya se benefician otras ciudades. Estamos hablando de medidas de puro sentido común como la limitación del precio de los alquileres que propone la ley estatal de vivienda para los barrios más tensionados de la ciudad. O de la implantación de una ‘zona de bajas emisiones’ que reduzca la contaminación del aire, una medida que la alcaldesa ha preferido convertir en una guerra contra los municipios del área metropolitana. Mientras en otros sitios avanzan, en Granada seguimos esperando.
Veo un gobierno a la defensiva, dedicado a arreglar los errores que ellos mismos comenten. Han tenido que defenestrar al jefe de la policía local -ese que siempre pone el PP en cuanto llega a la Plaza del Carmen- tras el bochorno de las oposiciones amañadas y las multas perdonadas a alguna concejala del gobierno. Cuando todavía no han conseguido ni un solo euro de fondos europeos, no paran de devolver los que les dejó Paco Cuenca porque no son capaces de ejecutarlos ni de cumplir los plazos. En octubre tuvieron que devolver 1’2 millones para políticas de empleo, un millón más que iba a la mejora del transporte y ahora ha volado casi otro millón por un error en el proyecto de restauración de la acequia de Aynadamar. Una ruina. Menos mal que la derecha es la que sabe gestionar el dinero.
Veo una alcaldesa ajena, evasiva, a la que la gente todavía no conoce después de dos años. Puede que sea porque ya ha ido más veces a Nueva York que a la Chana o porque la política municipal sencillamente le aburre. Cuando una nació para ministra o consejera no sabe muy bien qué hacer con los problemas de los barrios. Mientras tanto la ciudad sigue sucia, el IBI alto y las pintadas en tecnicolor.
En realidad, no hace falta convocar un debate con fecha y hora para tomar el pulso a la ciudad. La gente participa y se manifiesta de muchas formas. Podrían escuchar al colectivo ‘La calle mata’ que se dedica a una cosa muy sencilla: que haya albergues para que la gente no muera tirada en la calle avergonzándonos como sociedad. Podrían escuchar a los propios funcionarios del área de servicios sociales denunciando la precarización del servicio, a los vecinos de un Albaicín convertido en parque temático, o a los que no quieren que los solares donde iba una pista deportiva termine siendo un bloque de pisos. Podrían atender los centenares de alegaciones que colectivos de todo tipo han ido presentando a los procesos de redacción de ordenanzas, todas ellas ignoradas.
La ciudad habla de muchas formas si se quiere escuchar. Si la señora Carazo cree que ha cumplido toreando al pleno con su mayoría absoluta, está muy equivocada. Los resultados electorales no son un cheque en blanco, sino un mandato para hacer las cosas bien. La ciudadanía observa, evalúa y emite su opinión de muchas maneras. Ignorarlas es un tipo de soberbia que, más tarde o más temprano, derrota a cualquier gobierno.