sábado 7 diciembre
Opinión  |   |

La calle mata

Lo primero que pienso cuando me despierto no es si me han robado los zapatos. Pero, en la ciudad que quiere ser capital cultural de Europa y que cabalga a lomos de la ciencia y la tecnología, hay quien se levanta por las mañanas sin saber si va a comer.

Vivir en la calle no es una opción elegida. Me niego a creer que nadie en su sano juicio prefiera esto, incluso aunque lo diga. Nadie elegiría ser inmigrante ilegal, prostituta o rider si tuviera una opción mejor. Nos encanta hacer versiones románticas de las situaciones extremas: el vagabundo por vocación, la prostituta empresaria o el genio con enfermedad mental. Alivia la conciencia y nos sitúa en la cómoda creencia de que son opciones voluntarias, tan legítimas como otras, en las que los protagonistas disfrutan como cuando nosotros vamos a la playa.

Las 400 personas que viven en la calle en Granada no son almas libres, bohemios, ni locos soñadores. Son sencillamente pobres sin más opciones. Por eso hay una plataforma ciudadana que se llama “La calle mata”, que nos recuerda lo que está pasando y que hace algo mientras los demás miramos. Gracias a ellos sabemos que Paco, Isabel, Benjamín, Florín, María del Mar y Jesús han muerto tirados en las calles de Granada mientras los demás dormíamos con los zapatos a salvo. Han sido muertes previsibles y evitables, como lo serán las siguientes. Los de “La calla mata” fueron al último pleno municipal a intentar contarlo. Ellos terminaron expulsados y los del PSOE abandonando el pleno para acompañarlos. Se ve que el ayuntamiento no está para estas tonterías.

La civilización consiste en que la comunidad cuida de todos los que comparten un mismo espacio. También cuida de los que no votan, de los que no pueden pagar impuestos y de los que ni siquiera saben que tienen derechos. Lo contrario es simplemente la selva, la ley del más fuerte, el sálvese quien pueda. Si el Estado de Derecho no es capaz de proteger a todos los ciudadanos, no merece ese nombre.

Necesitamos una conciencia cívica que nos permita pagar los impuestos que solo necesitan los demás. El vecino del primero debe entender que el ascensor es imprescindible para los del quinto. Yo, por ejemplo, me alegro mucho de no cobrar el ingreso mínimo vital. Se nos olvida que la protección social sirve para los problemas que no podemos solucionar por nosotros mismos, como tener leucemia, protegernos de una DANA o llevar a nuestra hija a la guardería mientras trabajamos para pagar las muchas cosas a las que evidentemente no llega el Estado. Debilitar los servicios públicos es hacernos peores, como país y como personas.

Antes de que en Escúzar empiecen a acelerarse mucho las partículas, convendría que el Ayuntamiento de Granada no deje que la gente se muera en la calle. Sería bueno que la alcaldesa Carazo mantuviera abierto el refugio de la calle Varela, que no renuncie a las subvenciones para contratar parados y que devuelva al presupuesto municipal el millón de euros que el año pasado quitó al servicio de ayuda a domicilio. Estaría bien que esta alcaldesa de protocolo, viajes y farolillos sepa que también hay granadinos y granadinas que viven entre la comida fiada, la renta mínima y los cortes de luz. Que no gobierna solo para los que la votaron sino para todos, incluso para los que no votaron a nadie. Que la calle mata mientras ella conserva sus zapatos.-

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Columnista
Pablo Hervás

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