Patriotismo en tiempos de catástrofe
Estamos viviendo una catástrofe. No creo que se pueda valorar de otra forma lo que está sucediendo y lo que nos espera. Tras la crisis sanitaria vendrá una dolorosísima crisis económica y social.
En España los centros públicos cuentan con planes de seguridad y emergencias. Periódicamente tienen que hacer simulacros de evacuación. Los peligros para los que se preparan son fundamentalmente incendios o terremotos. Nunca he escuchado que existan protocolos de emergencia sanitaria y mucho menos contra epidemias.
Se ha popularizado el término “capitanes a posteriori”, que yo denominé en otro artículo “adivinadores del pasado”. Ahora es fácil reconocer que se ha llegado tarde e improvisado. Ni el gobierno central, ni los de las comunidades autónomas, ni los alcaldes se anticiparon a nada, por mucho que ahora algunos quieran vendernos otra cosa. Probablemente si hubieran adoptado medidas drásticas no habrían sido bien recibidas, dado que desgraciadamente no se percibió la gravedad de la amenaza.
Las competencias en materia de salud están transferidas a las Comunidades Autónomas. Ellas gestionan los sistemas de salud, los hospitales y demás centros y recursos sanitarios, incluidos los dispositivos de emergencias…
¿Qué Presidente autonómico o Consejero de Salud puso en marcha iniciativa alguna para prepararse para lo que ha venido?. ¿Quién de ellos preparó mascarillas, respiradores, equipos de protección, UCI, más personal…? Ninguno. Al contrario, prevalecieron los recortes y privatizaciones o una alta precariedad laboral entre el personal sanitario.
Se habla de “estado de guerra” para definir esta situación. No sé si es adecuada la metáfora militar pero es evidente que se trata de una tragedia, equiparable en resultados a una guerra. Más de 15.000 muertos en apenas dos meses constituye sin duda una hecatombe. Con todo el drama que supone para las familias y para todo el país.
El enemigo no es un ejército extranjero o una fuerza invasora. El agresor es invisible y es universal. Ningún país se libra. Las consecuencias son devastadoras y serán duraderas. Afrontarlas exige la máxima unidad, valor y espíritu de victoria. Hay consenso general en que casi nada será igual tras la epidemia. Pero tenemos que saber extraer conclusiones acertadas y decidir conforme a ellas.
La sanidad pública ha demostrado ser imprescindible. Debería ser reforzada y adaptada a los nuevos riesgos. Requerirá mayores inversiones y la mejor gestión de sus recursos, el reconocimiento hacia sus profesionales y la eliminación de tanta precariedad. La inversión en ciencia y en investigación debería ser considerada una opción estratégica a la que dotar de mayores recursos y no de más recortes. Abandonar de una vez aquello del “que inventen ellos”.
Posiblemente habrá que replantear una política industrial que permita contar con productos tan sencillos y a la vez tan esenciales de forma que no dependan de un mercado sin corazón donde ha quedado claro que prima el negocio y la especulación a la vida.
Deberemos profundizar en el desarrollo de la economía de los cuidados, que tan esencial y abandonada se ha evidenciado en estas semanas. Para todo esto precisamos políticas fiscales fundamentadas en el concepto de justicia y no en el de caridad.
Será necesario plantearse políticas internacionales de cooperación y no sólo de competencia por los mercados y las materias primas. Europa se la juega. O demuestra ser útil para la gente y para resolver problemas o profundizará en la imagen de madrastra obsesionada por castigar a los países del sur con sus políticas austericidas.
Se está planteando el debate sobre la necesidad de una especie de nuevos Pactos de la Moncloa. Un acuerdo de este tipo reclama visión a largo plazo, capacidad de diálogo, generosidad y actitud de construir consensos. Mirando hacia adelante y no hacia modelos que se han mostrado anacrónicos. Pero no veo yo que la dinámica política se mueva precisamente por ahí. Ya antes de haber controlado la pandemia, sin el más mínimo pudor, algunos intentan una vez más utilizar a las víctimas como arma arrojadiza para el combate político.
El pacto de Estado necesario exige de cierto grado de patriotismo. No confundir con patrioterismo. La patria son las personas. Los uniformes son los del personal sanitario, de limpieza, de ayuda a domicilio, de residencias de mayores, de cajeras, de transportistas, de agricultores, de taxistas, de los servicios sociales, de los servicios públicos, entre ellos policías, soldados, bomberos… La gente ayudando a la gente.
Personalmente no creo que estemos en una situación similar a la de 1977. Una de las diferencias esenciales es que entonces gobernaba la derecha y fue la izquierda (incluso la que ahora se tilda de radical) la que se implicó en aquel acuerdo. Me cuesta pensar que en este momento, gobernando la izquierda, la derecha más radicalizada y la ultraderecha, sean capaces de un gesto similar. Basta seguir las noticias y la campaña infame que se sostiene en las redes, desde los más de un millón de cuentas (robotizadas) creadas expresamente para intoxicar, y las soflamas, bulos, mentiras e infamias que difunden para sospechar que será bastante complicado.
La única esperanza la percibo en los balcones, donde tanta gente expresa cada tarde su solidaridad, su fraternidad y su confianza, generando empatía, empuje para avanzar y superar juntos esta crisis. Este impulso será probablemente el único que pueda doblegar a los insensatos.