sábado 20 abril
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González LXIX) (30-11-2015)

El ciudadano perruno Igor González (LXIX)

El ciudadano perruno escucha a su señor padre como si estuviese oyendo a Dios verdadero. Y su padre aprovecha este día para relatarle varios relatos de escopeta y perro. Relatos de variados pelajes. Y en los que se mezcla la literatura con el fabular y con la inventiva más dispar…

“En las tardes de invierno, cuando el sol se pone muy rápido por el Oeste y al que también está orientado el huerto ya sin el multicolor ramaje de árboles y flores de plantas, observar el ocaso anaranjado me llena de una tristeza fría con sabor a naranjas amargas. El níspero tiene todas sus hojas perennes y sus flores polinizadas, pero las higueras ya están calvas y con una alfombra de hojas a sus pies. El naranjo es tricolor. Su tronco marrón grisáceo tiene la voluntad militar del que está haciendo guardia en una garita orientada al Norte. Sus hojas son tan verdes estepa como una rala casaca de cosaco rota en desgarrones de tonos verde turquesa. Y las naranjas son de la tonalidad que semeja al oro sucio enlodado que se sacaba del rió Darro cuando yo era un niño. Los demás árboles están desprovistos de hojas. Están como ausentes. Y parecen almas en pena vagando junto a una fábrica de derivados del hormigón y el cemento. Y las plantas sencillamente están agostadas como ese lirón que ya duerme todo el invierno en su cubil tan confortable, seco y alejado de las lluvias que tardan en llegar una eternidad.

El huerto me pone triste. Y porque lo recuerdo frondoso y con el olor de todas sus plantas en flor. Un huerto es la antesala de un bosque, de un país, de un continente, de un mapamundi que refleja nítido a todo el planeta bellísimo que estamos haciendo que dejé de ser verde y azul. Y el huerto que yo tengo alquilado, también es la antesala de mis alegrías y de mis esfuerzos al cavarlo con un azadón y regarlo con una goma que parece una boa pitón que lleva el agua a todos sus rincones.

Estoy sentado en una silla de enea junto al ciruelo que este año dio unas ciruelas pequeñas con sabor a hierro oxidado. Esas que compartí con los estorninos hasta que decidí cogerlas y encerrarlas en la parte del frigorífico que está dedicado a frutas y verduras. Y atisbo que el huerto todavía huele a los rudos membrillos que poblaban estos árboles de ramas muy duras que sirven para azotar a los ateos y a los que dudan de su fe en una religión sin esperanzas y sin nóminas a cobrar todos los días primeros del mes en curso.

Veo volar a un moscardón despistado que ha sobrevivido a los primeros fríos y escarchas. Y pienso que la Madre Naturaleza es amorosa con sus seres, incluso con el despistado moscardón que no sobrevivirá a la noche que se avecina porque la meteorología anuncia que las escarchas van a ser tan severas como el hambre negra que asola a los habitantes de África. Atroz la hambruna y la falta de solidaridad de unos hombres con otros. Y el moscardón, todavía volando por el ya oscuro huerto.

Y me levanto con el ánimo de volver al calor de la casa. Cargo con la silla y todavía me da tiempo de oler el humo que sale por las chimeneas de las casas aledañas. Ahora es ese espacio de tiempo en el que la luz se vuelve anochecer con ráfagas de viento adocenadas de la noche que ya llega imperiosa”.

“Sony Hyhekak le dio a Franz Schehler una patada en los testículos. Y comenzó a reír como una loca. Franz se retorcía de dolor y miraba a Sony Hyhekak como para matarla instantáneamente después de que se repusiese del dolor tremendo que sentía. Y con el que estaba postrado en el suelo hecho un oscuro bulto tumbado. Sony Hyhekak no dejaba de reír. Y sus risas estruendosas atronaban como los ladridos desesperados y vagabundos de un perro al que han tirado y abandonado en la calle. Y mientras la noche es terrible con el frío y la nieve que desmadejan a cualquier ser viviente.

Franz Schehler se levantó y se fue directo hacia Sony Hyhekak con los ojos inyectados en sangre y las manos como dos terribles garfios afilados que pretenden clavarse sin dilación en la carne apetitosa de Sony Hyhekak. Sony Hyhekak retrocedió despavorida dejando de reír. Y Franz Schehler le tiró la primera tarascada dándole en uno de sus preciosos ojos azules. Franz Scheehler sonrió. Y también le tiró otra patada que impactó en el monte de Venus de Sony Hyhekak. Y que le produjo un desgarro vaginal tremendo externo e interno. Sony Hyhekak cayó al suelo con el sentido perdido. La sangre comenzó a fluir por su entrepierna. Y Franz Schehler la abrazó muy asustado y pidiendo a voces su perdón. Aunque ella no lo oía. Franz Schehler lloraba. Se tiraba de los pelos. Y se dio un cabezazo contra la pared que le hizo también perder el sentido. Sony Hyhekak y Franz Schehler estaban tirados en el suelo. La sangre de Sony Hyhekak manaba de su sexo deshecho. Y la de Franz Schehler de su cabeza con una brecha abierta de par en par.

La primera en despertar fue Sony Hyhekak, que al ver su sangre en el suelo y sentir el tremendo dolor de vagina que tenía, se fue para Franz Schehler y le pateó la cabeza con sus zapatos con puntera de acero hasta dejarla hecha un amasijo de esparcidos sesos ensangrentados y huesos descarnados. Franz Schehler murió en esos instantes. Y Sony Hyhekak fue al cuarto de baño para intentar curarse como pudiese la bestial herida que le proporcionaba un dolor tan grande como el de un parto sin anestesia. Se curó la desgarradura sangrante exterior y se puso a ver la televisión. Cenó entremeses variados, algo de fruta y un yogur de coco azucarado. Después llamó a la policía. Y a la operadora le dijo que había matado a su marido de mala manera. A patadas. Que vinieran por ella y porque la televisión estaba muy aburrida esa noche. Que pensaba llamar por la mañana y después de dormir algo. Pero que se le había quitado el sueño con tanto dolor y sangre. Y además, que creía que era culpable por haber roto unilateralmente su matrimonio y posiblemente el convenio de bienes gananciales con su marido. Lo que le daba un gran remordimiento y una desazón enorme. Que estaba aburrida”.

“El pastorcillo harapiento y con los mocos caídos, sonriendo le prestó a Jesús su bolsa de canicas. Y Jesús vestido de nuevo, no le devolvió la sonrisa al pastorcillo harapiento con los mocos caídos ni le prestó al pastorcillo harapiento con los mocos caídos su consola portátil. María estaba cocinando una cabra vieja con las tres sirvientas que la ayudaban a cocinar. Y que eran las que lo hacían todo. Y los operarios de José cortaban un cedro en tablas para hacer un ataúd a unos clientes que habían perdido a su padre en una redada. Y que la había llevado a cabo una patrulla de los marines romanos en la noche anterior. La mula la tuvo José que malvender porque estaba harto de sacar el estiércol. José pagaba mal. Y el peón que trabajaba en estos menesteres dejó el trabajo. Y al buey lo habían sacrificado para comerse sólo sus chuletas y el solomillo en el Día del Padre. Los Magos Cabalísticos todos los años volvían por Navidad para llevarle a Jesús las últimas novedades en juegos electrónicos. Y ropa y zapatos nuevos de marca.

Los pastorcillos seguían muy pobres. Y sus padres pastores estaban en total bancarrota. Los bancos romanos habían cortado el grifo de los créditos por la crisis económica. José sopesaba irse de vacaciones al centro de Europa. Le gustaba a José esquiar. Y María todos los días iba de compras y a tomar el té con sus ricas amigas. Palestina andaba mal. Y la pobreza afloraba por doquier. La represión era enorme. Y los pastorcillos le tiraban piedras a los marines romanos. Andaba Palestina revuelta. Roma tenía varias legiones en ella. Y Jesús estaba tan feliz.

Jesús asistía a un colegio religioso de pago, pero los pastorcillos eran analfabetos. El desempleo entre la clase trabajadora palestina y los que se dedicaban al pastoreo de cabras, era bestial con una tasa muy elevada. Sólo los ricos, como la familia de Jesús, podían seguir adelante. Todos los demás estaban pasando hambre. Jesús iba al colegio en un ciclomotor japonés. Y los pastorcillos aprendían a mal leer y a mal escribir guardando las cabras. Y lo hacían porque un joven inmigrante se lo enseñaba. El inmigrante era de tierras lejanas y hacía el bien por toda Palestina desde que llegó. Decían que sanaba leprosos. Que curaba la ceguera. Y que a los lisiados les hacía andar milagrosamente. Pilato era el nombre del inmigrante. Aunque él no podía dar el remedio contra la crisis económica y el desempleo. Y porque predicaba que el dinero era la suma maldad. Y que el poder que les daba el dinero a los imperialistas romanos, era la humillación total de los hombres libres. El inmigrante Pilato, llegado de tierras muy lejanas, se estaba ganando muchos enemigos con sus palabras. Jesús ya fumaba y bebía. Y no estudiaba con el aprovechamiento debido. Y consumía substancias prohibidas. Sus borracheras eran famosas en toda Palestina. José no estaba muy preocupado por él. Y María le sonreía maternal.

El día en que los marines romanos crucificaron a Pilato, sin juzgarlo aunque apaleado con escarnio, los pastorcillos, como todos los días, guardaban las cabras. José pensaba en ampliar el negocio con nuevos mercados en el extranjero. María se probaba en su dormitorio unos modelos de alta costura muy caros de una conocida firma de Roma. Y los Magos Cabalísticos, los tres, andaban probando un todoterreno japonés que se movía mucho mejor que los camellos por el desierto. Hubo un apagón de luz espectacular. Tronó el cielo. Llovió a raudales. Cayeron rayos. Y a Pilato nadie lo descolgó de la cruz en la que lo clavaron los marines romanos. Y para dar ejemplo de que los nacionalismos son peligrosos para la salud. La Historia es un arma de doble filo. Y las conmemoraciones un negocio del consumismo”.

“Inocencio Pardillo y López del Pardillo es el hijo mayor del Marqués del Pardillo. Un caso perdido para la noble aristocracia del Reino de Momio. Un jayán nobilísimo de ojos azules y pelo rubio que todas las semanas está en las portadas de las revistas del corazón y todos los días en los comentarios absurdos de los comentaristas de los programas televisivos rosa de esa televisión que ha vuelto a los telespectadores idiotas. Un bigardo de casi dos metros de estatura que se ha follado a las damas de medio Reino de Momio y a las otras damas del otro medio se las va a beneficiar a continuación. Y por artículo primero y único. Por su cara bonita. Ppor su cuerpo de hombretón con título. Por los muchos dinerarios que recibe de su papá el marqués. Y también por lo que gana una barbaridad por sus exclusivas y sus apariciones televisivas. Un tipo con suerte este Inocencio Pardillo y López del Pardillo. Y porque le hace un gran honor a sus apellidos. Un tipo tan simple, tan ingenuo y simplón, que hasta otros pardillos que son plebeyos se la dan con queso. Y alguna dama, avispada ella, se lo ha puesto muy crudo al marqués, a su padre, y porque ha tenido que acoquinar para que las meteduras de pata y de polla de su hijo no fueran pasto de los medios de comunicación que se dedican a informar de estos menesteres rosas tan importantes para el Reino de Momio.

Inocentín, como lo llama su señora madre, es muy largo en esto de las bajadas de bragas. Pero completamente idiota y muy corto de ideas para usar preservativo o bajarse en marcha en el amor de aquí te pillo y aquí te mato. Algo que Inocentín es maestro en todos sus días inacabables de farra y de fiestas de la alta sociedad y en la que se codea con chicas de buen ver y mejor tocar. Y que también con las que son son villanas, pero no siervas ni vasallas.

Ha preñado Inocentín a la hija de un gañan de mulos de uno de los múltiples cortijos de su señor padre. Y la chica dice que antes de abortar se tira por un barranco. Y su padre el gañán, borracho como un truhán, habla de que al marquesito lo capa con su navaja chotera. Y si no cumple con su obligación de casarse con su hija por la Santa Iglesia. No están los tiempos como antes, con eso del derecho de pernada de los marqueses y de sus hijos. Hoy el que hace una barriga o se casa o afora de por vida los gastos de la criatura y de su madre. ‘No he votado yo a los comunistas para que a la democracia se la pase, el señorito marqués, por el forro de la cojonera’. Manuel López, el padre de la moza en estado de buena esperanza, el gañán de mulos, lo va asegurando por todas las tabernas del pueblo y en cuyo término municipal está ubicado el cortijo del marqués. ‘No le toques los huevos al Diablo’, finaliza siempre su beoda y cansina perorata el gañán por las tabernas. Un tremendo hombretón con unos brazos como aspas de molino y unas manos tan grandes y anchas como las espuertas de recoger aceitunas. Una mala bestia, este Manuel López. Y que una vez se apostó que le daba un beso a un mulo y luego se lo cargaba a las espaldas y se daba una vueltas por la era de trillar más cercana al cortijo con el mulo acuestas. Y lo hizo”.

“La habitación está orientada al Sur. El sol sale por el Este. Y la habitación recibe los primeros rayos de sol desde el Suroeste. Y tras superar la barrera que representa el monte Zahor. En esta habitación hace mucho frío. Y el ciudadano canalla Francisco Cambil la calienta con un pequeño brasero eléctrico debajo de la mesa con un tapete de color marrón y también con un radiador eléctrico que se puede desplazar a gusto del ciudadano canalla por toda la habitación. Este es el habitáculo de las comidas y las cenas. La habitación con un tresillo y la televisión en color. Dulce lugar serenado. Y en donde el ciudadano canalla Francisco Cambil pasa los ratos más largos cuando está en la solaz casa campesina de la soledad solicita más reticente. Es una habitación polivalente. Y con grandes vistas panorámicas al futuro. Es la sala con la que siempre hemos soñado. La habitación tenue de nuestros sueños todos. La habitación compañera. La amante inmueble que siempre nos espera como una mujer desnuda y abierta de piernas. Tiene una chimenea inservible porque por su cañón baja el malsano cable que da vida a la pantalla de la televisión. El cuadro de un torero frente a un toro, acrílico a pincel, está colgado en el testero de la chimenea apagada. Y hay en esta habitación un halo misterioso a libros.

El tiempo que pasa diario es ahora invierno y lluvias. Aunque la temperatura no es tan baja como en otros gélidos años. El huerto está tan mojado que la tierra grita de contenta. Y los árboles se parecen a los que existen en los lugares pantanosos. Ahora están los árboles totalmente rebozando humedad y vida. Y llenos de reserva acuosa para cuando el agua afloje y el sol aburra con sus soleados rayos tan beneficiosos de luz y calor. El naranjo tiene pocas naranjas. También poca alzada y pocas ramas. Aunque las pocas naranjas son muy gruesas. Y sus hojas son de ese verde valenciano que huele al Mediterráneo amigo. Hay en el huerto un níspero con las níspolas muy pequeñas esperando al sol de mayo. Y un limonero que en todas las estaciones del año da limones tan amarillos como la luz de las velas de un cuadro del Greco con santos pensando en Dios. Las higueras ahora están como penitentes oscuros enormes a los que la lluvia los ha dejado empapados. Sus hojas pueblan el suelo. Y los gatos han aprendido a nadar y guardar la ropa. El invierno en el valle de la alegría es olor a leña quemada. Y todavía el silencio abraza.

El ciudadano canalla Francisco Cambil cenó en Nochevieja un plato de sopa con pollo y fideos finos como briznas de hierba. Entremeses variados al gusto del salchichón y el chorizo que cuelgan en la puerta de la cocina de una alcayata. Una ensalada de lechuga con atún a la lata de conserva. Una fina parte en filete de un cerdo español criado con pienso rumano. Y como postre se endosó tres naranjas mandarinas a los cascos sueltos de la piel. Una cena como la de todas las noches. Y después se fumó el último sesudo pensamiento del año, ese que tenía ya mucha prisa por marcharse. Se lo fumó o pensó frente a la chimenea de la cocina que está orientada al Oeste del continente o huerto que linda fronterizo con una lejana y ruidosa fábrica de derivados del hormigón tan oscurecido como esos grises de los bodegones cubistas del artista pintor Juan Gris. Y después del discurrir malsano y de mear para total solaz y disfrute de su vejiga, el ciudadano canalla Francisco Cambil se acostó tan feliz. Se tiró un pedo. Y se durmió tan campante. Se acostó en un año y amaneció en otro. Al amanecer todavía los cohetes ascendían y el estruendo de la música se oía nítido. Un día frío. Caía aguanieve. Otro año”.

Una vez recibidos los relatos, el ciudadano perruno ya camina de vuelta para coger el autobús que lo llevará a la soledad de su apartamento de alquiler. Son las siete de una tarde gélida. Ha llegado el invierno. Y con ese frío serrano de una Granada que lleva bostezando desde los albores de su creación como urbe. Una Granada que es ciudad de memos y de espabilados que conocen las artes del inmovilismo, de la envidia y de la puta dejadez para el día siguiente. Y así desde los tiempos en los que caminar ya era algo que dominaba el hombre porque había bajado de los árboles para ser el principal depredador de la vida en el planeta Tierra y para ser ese egoísta que no tiene piedad ni solidaridad para con los demás seres humanos.

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