Solo el pueblo salva al pueblo
Esta frase se ha escuchado mucho esta semana. Ha corrido por la redes acompañando las imágenes de las oleadas de personas voluntarias acudiendo a las zonas arrasadas por la DANA en Valencia. Se trata de un lema históricamente asociado a la ayuda mutua y la solidaridad ciudadana, un eslogan vinculado a los movimientos populares y la izquierda política. La idea resonaba en la carta que Antonio Machado envió al hispanista y novelista ruso David Vigodski en 1937, referida a la defensa popular de Madrid durante la Guerra Civil: “En España lo mejor es el pueblo... En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”.
Pero en estos días hay organizaciones de ultraderecha intentando adueñarse de este lema. Por supuesto dándole un sentido diametralmente distinto, pretendiendo capitalizar el sufrimiento y la desesperación provocados por la tragedia a fin de desacreditar a las instituciones, a lo público y a la política, para expandir la deslegitimadora idea del “todos son iguales” que finalmente conduce al cuestionamiento de la propia democracia.
Las imágenes de la marea de gente dirigiéndose a pie hacia las zonas afectadas nos reconcilia con la condición humana. También la desbordada respuesta solidaria desde todas las tierras de España. Aunque, como suele suceder en todas las tragedias, frente a lo mejor del ser humano también aparecen sus peores pulsiones, actos de pillaje, difusión de bulos, discursos de crispación o incluso la llamada a la violencia.
No hay duda de que la gente en España es muy solidaria, sobre todo cuando suceden grandes tragedias o catástrofes. También con determinados fenómenos, como la donación de sangre, órganos... Y eso es magnífico. Pero quizás se echa de menos una solidaridad más habitual, la del compañerismo en el trabajo, en la vecindad, con la gente más vulnerable, con las personas sin hogar..., es decir con aquello que resulta menos impactante o presenta perfiles más difusos. Frente a un sistema que empuja hacia el individualismo y la competitividad permanente, tantas veces insolidaria y a veces cruel, sería mejor no olvidar la empatía y la solidaridad cotidianas, las que nos hacen más humanos siempre, no sólo en la excepcionalidad.
Choca aquella imagen esperanzadora con la prohibición realizada por las autoridades de la presencia de personas voluntarias, acusándolas de “estorbar” las tareas de recuperación. Pero al mismo tiempo escuchábamos las voces de la gente afectada que en su dolor y sentimiento de abandono agradecían su presencia, su ayuda, sus abrazos.
Parece que hay amplia coincidencia en que fue un error organizar la visita del rey y los presidentes español y valenciano, con toda su cohorte de escoltas y asesores. ¿Acaso éstos no molestaban?. Sin duda no era el momento ni el lugar. Donde deberían haber estado es ordenando y organizando los trabajos de localización e identificación de cadáveres, coordinando los equipos de limpieza y recuperación y preparando medidas y presupuestos para indemnizar y apoyar a personas, familias y empresas.
No quiero hablar de los fallos en las alertas pero cada vez se van conociendo más detalles de que fallaron estrepitosamente. Hay sistemas suficientes para detectar una avenida, otra cosa es que estén coordinados o que quien debe tomar las decisiones lo haga sin que le tiemble el pulso pensando en las broncas que se puede llevar si finalmente fuese una falsa alarma. Resulta inexplicable que la Universidad de Valencia y muchos centros educativos enviasen a su alumnado a casa o que algunos ayuntamientos tomasen decisiones acertadas, que seguramente salvaron muchas vidas, mientras que las máximas autoridades y las empresas no lo hicieron. Me temo que, una vez más, se aplicó aquello de “la economía primero”.
Tiempo habrá para que se investiguen y depuren responsabilidades, civiles, penales o políticas. Aunque también en esto la ciudadanía debemos tomar nota cuando tengamos que escoger a quien deba estar al mando de las instituciones. Mejor elijamos a quienes sean más capaces y honestos antes que a quienes mejor hablen.
No hay duda de que ésta ha sido la peor DANA sufrida en una tierra acostumbrada a ellas. Los científicos no dudan de que el cambio climático, con el sobrecalentamiento del Mediterráneo, agravan este fenómeno y lo harán cada vez más recurrente y dañino. Tomemos nota de quienes niegan la crisis climática y/o reniegan de lo público. De esta crisis, como de la pandemia o el volcán de La Palma... solo nos salva lo público y ésto se paga vía impuestos, progresivos y justos. Ni las limosnas, ni la caridad, por sí solas, resuelven catástrofes de este calibre. Se puede y debe agradecer a empresarios multimillonarios sus donaciones pero su mejor solidaridad sería que paguen impuestos proporcionales a su riqueza.
En estos momentos conocemos los nuevos récords de beneficios de las grandes empresas eléctricas, la banca... Sin embargo exigen e imponen al gobierno (y éste acepta) que elimine los impuestos especiales a sus beneficios extraordinarios. Es lo contrario del patriotismo del que tantas veces se habla de forma retórica, hueca.
Resulta curioso escuchar a políticos que presumen de bajar impuestos a los más ricos o desmantelar y privatizar servicios públicos, hacer ahora peticiones ingentes de dinero. Pues claro que es necesaria toda esa solidaridad presupuestaria, pero ¿quién la paga?. Sólo a través de nuestra tributación solidaria y progresiva.
Importante sería no olvidarse de nuevo de la construcción en terrenos inundables. Siempre que sucede una inundación se saca este tema pero inmediatamente se olvida, se vuelven a los cajones los mapas de inundabilidad y se continúa dando rienda suelta a la voracidad urbanística. De ésto son responsables los alcaldes y las comunidades autónomas, que tienen la competencia para la ordenación del territorio y el urbanismo. Negocios para hoy e ingresos inmediatos para los ayuntamientos acaban demasiadas veces favoreciendo catástrofes, destrucción y muertes que pudieron ser evitadas. También en esto la ciudadanía tenemos que ser exigentes.
Respecto a la información que nos dan los medios de comunicación parece excesivo el tiempo que dedican al relato del sufrimiento o a mostrar reiteradamente imágenes de destrucción. Está bien conocer y sentir el dolor de la gente pero se echa de menos otro tipo de información. ¿Quién o quiénes están al frente de la coordinación? ¿Por qué no hay un portavoz o portavoces oficiales que den información puntual, unificada y cierta?. Nos interesa conocer qué ha sucedido, qué se está haciendo y cómo se están planificando las distintas tareas de recuperación y las prioridades. Es la mejor manera de desmentir los bulos y de tranquilizar a las personas afectadas.