Un Albaicín sepultado en pintadas
Iba muy feliz por el Albaicín el pasado Día de la Cruz intentando disfrutar de una de las fiestas grandes de mi ciudad. El día acompañaba. Una jornada de las que ni frío ni calor, de esas en las que resuena la voz de una madre en la cabeza diciendo “si vas a salir echa una rebequilla por si refresca”. Las cruces en ese barrio tienen un sabor especial. No digo que sea mejor o peor que las de otras zonas más modernas como la Chana o la Avenida de Andalucía en las que la Asociación de Vecinos o el colegio Eugenia de Montijo, o la hermandad de Santa María de la Alhambra respectivamente, levantaron unos altares estupendos. Pero vamos a centrarnos que me pierdo.
Al subir por la Cuesta de San Gregorio y contemplar el paisaje mural, antaño blanco de cal, me fue muy difícil mantener el estado de placidez mental previo a la contemplación esperada, pues las innumerables pintadas que ensucian las fachadas en la vía me recordaron dos cosas. Por un lado, la estupidez humana y su falta de decoro y ausencia de pudor. Y por otro, la famosa promesa de Carazo afirmando que el problema del vandalismo en forma de pintada sería finiquitado en los primeros cien días de gobierno. Soy de letras y desconozco cuántos centenares de días se encierran en dos años de gobierno, y en todo este tiempo, no solo no se ha puesto freno al problema, sino que estamos peor que nunca, tal vez sea, también, porque ni el Ayuntamiento ha hecho nada ni la Junta de Andalucía se da por enterada de que es la Administración competente.
Así llegué a Plaza Larga, con cierto escozor en la boca provocado por el mal rato. Pero el escozor se volvió llaga abierta cuando tocó atravesar el Arco de las Pesas, una de las joyas patrimoniales que enriquecen el barrio que, seguramente conoció mejor pasado que el presente que la sepulta entre frases innecesarias que nadie desea leer, que nadie pidió escribir y que usan como lienzo una pared con más de mil años de historia completamente olvidada por quienes deberían velar por su conservación.
No sé si sabes, querido lector que has llegado hasta aquí, que durante el gobierno del PSOE, el Ayuntamiento instaló unas cámaras para evitar esos ataques. A día de hoy, y vista la situación del Arco, uno no sabe qué pasa con las imágenes que registran (o deben registrar). A estas alturas es más fácil que se usen para cualquier finalidad menos para que la que inspirara su colocación.
La Asociación de Vecinos del barrio está cansada de protestar, señalar, denunciar, reclamar y exigir medidas concretas a las administraciones responsables para prevenir, pero sus quejas caen en saco roto. No fueron oídas por Fernando Egea, no son oídas por David Rodríguez (ambos delegados de Cultura de la Junta en los últimos años) no son oídas por Carazo, quien quizás pisara el Albaicín por última vez en la pasada campaña electoral (que ya sabemos la de viajes a Nueva York que le impiden estar en la Plaza del Carmen). Las vecinas y los vecinos del barrio están cansados de que nadie les ofrezca una solución. Sabemos que las soluciones existen, sabemos que son complejas, pero las faltas de respeto, en especial de la Junta de Andalucía, sobran, especialmente cuando la desidia puede conllevar el desprestigio del nombre de Granada en los ámbitos patrimoniales. Recordemos que la incapacidad de Ayuntamiento y Junta han provocado que la muralla Alberzana haya pasado a engrosar la lista negra del Patrimonio del Colectivo Hispania Nostra, precisamente por el mismo motivo.
El Albaicín no merece ese desprecio, ni esa dejadez. Sus gentes exigen respeto y trabajo. Nadie mejor que ellas y ellos conocen la complejidad del asunto y nadie con más paciencia para entender que las soluciones son lentas. Pero esa empatía que llevan años exhibiendo es incompatible con el vuelva usted mañana que reciben de una Junta de Andalucía que, insisto, está obligada a mantener y prevenir, al igual que el Consistorio, cuya alcaldesa es feliz mirando para otro lado mientras nuestros barrios históricos son enterrados por la estupidez humana y su innecesaria vocación de permanencia.