Unidad, más allá de la invocación
El sistema electoral español fue diseñado para favorecer el bipartidismo. Castiga duramente a los partidos pequeños, especialmente a la autodenominada izquierda transformadora o periodísticamente la “izquierda a la izquierda del PSOE”. De ahí que buena parte de su electorado reclame candidaturas de unidad en un espacio que es plural tanto ideológica como territorialmente. Desgraciadamente esa izquierda se empeña en repetir una y otra vez los procesos de división. Parece que sufriese una maldición que la llevara reiteradamente al conflicto interno y la ruptura. Evocando al mito de Sísifo, condenado por los dioses a subir una y otra vez una piedra a la montaña que luego rodaba antes de llegar a la cima.
Al margen de las experiencias autonómicas, en la reciente historia de España se han dado dos experiencias relativamente exitosas de unidad de esa izquierda. La IU de sus inicios, bajo el liderazgo de Anguita, y Podemos. Ambas surgieron tras sendas crisis y posteriores movimientos de reacción. IU tras la debacle del PCE en los primeros 80 y el movimiento anti-OTAN y Podemos tras la crisis financiera de 2008 y el movimiento del 15M. En ambos casos intentaron constituirse en un movimiento político-social de carácter plural. IU adoptando la forma de coalición y Podemos como partido de amplia base. Probablemente Podemos no hubiera surgido sin el fracaso previo de IU.
Ambas experiencias sufrieron procesos de conflictos internos y rupturas que los debilitaron gravemente. También en ambos casos fueron víctimas de infames y poderosos procesos de persecución y desligitimación externa, en el caso de IU a nivel político y mediático, en el caso de Podemos todo mucho más agravado, llegando al uso perverso de determinadas instituciones como la policía “patriótica” o el lawfare judicial, a lo que se añadió el sostenido e impune acoso físico a sus máximos dirigentes.
Ambas experiencias ponen en evidencia los límites de nuestra democracia que, más allá de las formas, muestra serias carencias y profundos procesos de deslegitimación. No puede haber democracia sin igualdad de oportunidades o con persecución sistémica de determinadas orientaciones políticas.
El importante éxito de Podemos y después Unidas Podemos (UP) hizo posible que, a pesar del inicial rechazo del PSOE y su voluntad de pactar con Ciudadanos, finalmente acabara formándose un gobierno de coalición PSOE/UP. Fueron los años en que los grandes poderes económicos, políticos, judiciales y mediáticos pusieron en marcha una estrategia de destrucción de Podemos.
Ya en ese tiempo se manifestaron determinados conflictos internos que, más allá del legítimo y positivo pluralismo, conllevaban evidentes luchas de poder desarrolladas fuera de los cauces democráticos de cualquier organización. Más allá de los debates de ideas se evidenciaron combates de egos y traiciones difícilmente compatibles con la ética que debería ser propia de este espacio de transformación. Estos conflictos fueron utilizados política y mediáticamente para dañar al proyecto, amplificando la voz de las “disidencias” y desacreditando permanentemente a quienes representaban a la mayoría.
La forma en que se produjo la sustitución de UP por Sumar no rompió el espacio pero lo dejó muy tocado. Ni las formas ni el fondo fueron los más adecuados. Sin entrar en detalles más o menos conocidos de la historia, la consecuencia ha sido la pérdida de representación del espacio y su ruptura, con expectativas electorales muy a la baja y por tanto con reducidas posibilidades de poder repetir un futuro gobierno de coalición.
Ante este panorama, desde determinados partidos del espacio se comienza a invocar un nuevo proceso de unidad electoral, a pesar del tiempo que teóricamente falta para las próximas elecciones. Se habla de realizar primarias para designar las candidaturas conjuntas, algo que no se hizo en 2023. Parece que una vez más se vuelve a la casilla de salida. Se reclama coser lo que previamente se ha descosido. Subir una vez más la piedra de Sísifo.
Es obvia la bondad de la unidad, su conveniencia electoral y que constituye una demanda de los posibles votantes. Pero no debería comenzarse por el final. Previamente a pensar en cómo elaborar las listas y el reparto de candidaturas habría que hacer otras cosas. No se pueden obtener resultados distintos repitiendo los mismos métodos. Hay que plantearse de una vez salir de la maldita condena de Sísifo.
Para ello sería conveniente detectar los errores. Comenzar un debate franco, analizando qué y cómo ha sucedido, la responsabilidad de cada cual y si hay o no elementos personales tóxicos que sea preciso apartar. Después habría que plantearse si hay o no diferencias ideológicas o programáticas insalvables, para después pensar cómo se organizaría el espacio para que democráticamente se tomen las decisiones y cómo puedan resolverse las discrepancias que no se puedan abordar mediante el deseable consenso. Aclarar quiénes estarían llamados a participar en ese proceso de unidad. Finalmente se elaboraría un programa electoral y se designarían las listas electorales.
La unidad debe ser estratégica, no una mera táctica de supervivencia y reproducción de los menguantes aparatos de cada fuerza política. Un compromiso firme por parir un león antes que de nuevo acabar compitiendo internamente por ser cabeza de un minúsculo ratón. Esto implica delimitar con quienes se plantea la unidad.
En las elecciones generales de 2023 Más Madrid y Compromis participaron en Sumar pero muy probablemente pretendan ir solos en las próximas elecciones autonómicas, ya lo hicieron en 2023. En un país complejo es posible la geometría variable pero siempre con unos mínimos de lealtad, responsabilidad y generosidad.
Se debería tratar de construir un movimiento político-social, plural y diverso, como es la izquierda, con estrechos vínculos sociales y aspiraciones de gobierno y transformación, superando cualquier tentación de resignarse a ser una simple muleta del PSOE. Esto exige definir para qué se quiere la unidad y cuáles deben ser en cada momento las líneas rojas que delimitan el proyecto. Si se debe o no hacer ruido y cuándo es conveniente o necesario hacerlo.
Estamos en tiempos convulsos. El rearme, el genocidio palestino, el modelo de Europa, las políticas de justicia y bienestar social, los servicios públicos, la calidad de nuestra democracia, que debe aspirar a ser republicana y plurinacional... serían elementos de definición de esas líneas rojas.
También los códigos éticos, que deben ser más que aderezos de imagen para conformarse como definidores de la esencia del proyecto y su funcionamiento. Somos lo que hacemos y cómo lo hacemos.
Unidad sí, pero para qué, con quién y cómo, esas deberían ser las claves.