martes 10 diciembre
Opinión  |   |

Vientos del Atlántico

Lo que más me preocupa de Trump es la privatización del poder político. Creo en un tipo de democracia que consiste en que ciudadanos y ciudadanas normales, suficientemente capacitados, se dediquen temporalmente a la política para mejorar lo que es de todos. El poder democrático es prestado, se ejerce temporalmente y en nombre de los demás. El poder del dinero es intemporal, hereditario, tan grande como el número de ceros y se ejerce en nombre propio. Justo lo contrario. Los ricos ya tienen un enorme poder, aunque no sea un poder democrático. Elegir a los millonarios como gobernantes es confundir las cosas, es regalarles unas instituciones que tenían que protegernos precisamente de ellos.

Los fichajes de Trump lo dicen todo. Esa rifa de cargos, folclórica y funesta, devalúa la democracia estadounidense. El reportero a cargo del ejército, el responsable de salud antivacunas y el fiscal general bocazas encabezan una cabalgata de personajes siniestros a cargo de un presupuesto faraónico y una influencia mundial que se cuela en cada una de nuestras casas. Nombra a gente incompetente porque en realidad no le importa. Cuanto peor, mejor. Por eso, estas elecciones americanas han vuelto a dejarnos esa mezcla de incertidumbre y miedo que ya nos trajo la primera ración de Trump.

No es posible escapar del influjo de los Estados Unidos. Los vientos del Atlántico nos trajeron a Louis Armstrong, a Aretha Franklin y a los Guns N' Roses. Nos prestaron a Edgar Allan Poe, a Margaret Atwood y a Philip Roth. Hollywood, el jazz y Michael Jordan. El GPS, Simone Biles y Los Simpsons. Es el gran país del que llegaron internet, la teoría de la relatividad y el movimiento #MeToo. Pero los vientos alisios también nos dejaron todo tipo de guerras y conflictos, el inicio de varias crisis económicas y un ramillete de tendencias políticas infames que han ido colonizando nuestras conciencias y nuestras urnas, como el neoliberalismo, el negacionismo climático o la versión actual del populismo de extrema derecha.

Trump ha ganado allí aprovechado un marco que también hemos importado a Europa: una idea de comunidad nacional cuyos enemigos son los inmigrantes y, sobre todo, una situación económica que ha dejado sin esperanza a las rentas más bajas. En mitad de un contexto macroeconómico envidiable, con el PIB disparado y el paro a la baja, la mayoría no llega a fin de mes. No sé si les suena. El país genera una enorme riqueza que está cada vez peor distribuida. El crecimiento económico no llega a las familias y solo retribuye a las rentas del capital. Los trabajos precarios y los salarios ridículos han creado ‘trabajadores pobres’, oxímoron del capitalismo. La gente normal tiene claro que no está participando en la fiesta económica de la que habla la tele. El ascensor social hace tiempo que está averiado.

Se dice que el partido demócrata se ha convertido en un círculo de élites educadas muy preocupadas por los valores que deben regir la sociedad, pero no tanto por las dificultades económicas de la clase trabajadora. Sin embargo, los trabajadores y trabajadoras deciden el voto en función de su situación material. La penuria económica solo suele tomar dos direcciones: o la rabia que canaliza la extrema derecha o la indiferencia abstencionista. Los que sufren las desigualdades no se ven representados por los demócratas, en una nueva lección que nos deja el viento de poniente.

Mientras nos aferramos a la resistencia democrática, al menos, este no podrá repetir. La 22ª enmienda de los Estados Unidos establece que nadie puede ser elegido presidente más de dos veces, ni en mandatos consecutivos ni no consecutivos. Además, él ya no podría aguantar con 82 años ni nosotros soportarlo otros cuatro.

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Columnista
Pablo Hervás

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