Ya no quedan propósitos de año nuevo… solo decepción (pero cada vez menos)
No hay nada más volátil que una intención, y más frágil aún si es buena. Como reza - nunca mejor dicho - una frase muy popular que internet atribuye a Woody Allen, aunque yo pongo en duda su autoría: “Si quieres ver a Dios reír, cuéntale de tus planes”. Y si quieres hacerme reír a mí, cuéntame tus propósito de año nuevo.
Sí, esos que cada 31 de diciembre (o 1 de enero, si los has dejado un pelín) llenan nuestra lista de deseos personales y retos. Cada año, como un ritual de autonegación colectiva, nos sentamos a escribir nuestras metas. Queremos ser versiones mejoradas de nosotros mismos: más sanos, más organizados, más responsables, más afectuosos o simplemente ir más al gimnasio. Nuestras aspiraciones y cómo conseguiremos mejorar nuestra vida gracias al esfuerzo convirtiendo un año igual que los demás - aunque este tenga rima divertida - en el que nos redefinirá como personas.
Hoy es 20 de enero, y puedo decir, con una mezcla de vergüenza, pero también asumiendo que no soy el único, que hace muchos días que dejé de cumplir los pocos propósitos de año nuevo que me he hecho. Hace años que reduje la lista al mínimo, siendo consciente de que por muy larga que fuera, no cumplía ninguno de ellos.
Esta Navidad, además, imbuido en la ola nacional de resfriados, gripes y Covid, que me hizo entrar en 2025 con poco ánimo, la reduje aún más. Básicamente, mi propósito era sencillo: Llevar las cosas al día. El día 4 ya se me había olvidado enviar una factura, el 10 no regué las plantas, y hoy publico la columna con más de una semana de retraso.
Este año, sin embargo, ha sido diferente a los demás. Ya no he sufrido tanta decepción como los anteriores. Será que estoy asumiendo que el salto de año es simplemente una fecha más, y no un portal temporal mágico que nos hace cambiar, en una noche y de repente, a personas nuevas y que llevan a cabo todo lo que nos ponemos por delante. Nos encanta imaginar que el 31 de diciembre a medianoche ocurre una especie de metamorfosis: nuestras viejas costumbres se esfuman, y de repente, podemos hacer yoga al amanecer y comer quinoa sin sentir que estamos masticando cartón.
Haciendo memoria, juraría que jamás he llevado a cabo, durante todo el año, ningún propósito que me haya puesto por delante, ¡y eso que los elegí yo mismo! Seré yo, que no tengo fuerza de voluntad, o será esta sociedad capitalista que siempre intenta hacernos creer que tenemos el control de nuestra vida mientras luchamos contra viento y marea para seguir adelante en un sistema que nos oprime sin darnos cuenta. El "nuevo yo" suele durar lo que tarda enero en quitarse el disfraz de mes motivacional y mostrarse como lo que realmente es: otro mes más, con facturas, madrugones y pereza vital.
Pero, ¿por qué seguimos haciéndolos si no cumplimos los del pasado año, ni los del anterior, ni el previo? Sigo pensando que lo único que salvará al ser humano, de sí mismo y de todos los demás, es que la esperanza es lo último que perdemos y creemos que este año, sí, seguro, será el que por fin podamos tomar las riendas de nuestra vida. Convertirnos en todo lo que siempre hemos querido ser.
Tal vez la solución no sea dejar de hacer propósitos, sino redefinirlos. En lugar de prometerte cosas imposibles, ¿por qué no elegir metas pequeñas y alcanzables? ¿Por qué no, en vez de querer cambiar, lo que intentamos es, simplemente, adaptarnos a nosotros mismos, conocer y evolucionar poquito a poco? Viendo el día que es, y que seguramente ya hemos fallado en casi todos estos propósitos, sobrevivamos a este 2025 como podamos y vayamos pensando que será el próximo 2026 cuando, esta vez sí que sí, cumpliremos lo que nos propongamos.