sábado 11 mayo
Opinión  |   |

Las fuentes de la corrupción

Artículo Daniel Arias

El cerebro humano está constantemente contrapesando diferentes alternativas. Todos los días comparamos opciones a la hora de tomar decisiones. Por ejemplo, queremos salir a pasear pero el cielo amenaza lluvia, con lo que valoramos el riesgo de mojarnos en relación al placer del paseo y según lo que nos pese más, decidimos salir a pasear o quedarnos en casa. Con la corrupción ocurre algo parecido ya que, al igual que en el ejemplo anterior, el sujeto valora los pros y los contras de comportarse convenientemente o bien elegir un comportamiento corrupto. La cuestión es conocer qué es lo que la mente humana valora a la hora de comportarse de manera corrupta y eso es lo que vamos a tratar de analizar a continuación.

El ser humano es un gran imitador. Desde pequeños estamos imitando comportamientos. Somos un reflejo de lo socialmente aceptado en nuestra familia, también en nuestro entorno más cercano y, como no, de los valores culturales que nos rodean. Estas tres influencias configuran nuestras decisiones desde la niñez. Entre los valores que nos vienen inculcados por la familia y el entorno está la valoración del bien propio frente a la valoración del bien de la sociedad en que vivimos. Esto es, la importancia que para mí tiene el bienestar de los demás frente al mío o lo que es lo mismo, si valoro el impacto que sobre mi persona tiene que los que me rodean estén en una situación socioeconómica buena. Así, si percibo que el impacto del bienestar de los demás sobre mí es cero o incluso negativo, el coste de comportarme de manera corrupta es cero o incluso puede generarme beneficios positivos y viceversa. Esta es la base de la corrupción y, como vemos, se trata de una percepción.

De este modo, en vez de preguntarnos por qué los políticos se corrompen, quizás la pregunta que incide en el quid de la cuestión sea qué beneficios obtiene un político de comportarse de manera no corrupta. Nuestros políticos se encuentran a menudo en situaciones muy complejas ya que en numerosas ocasiones han de tomar decisiones que benefician a determinados agentes económicos al, por ejemplo, recalificar terrenos o licitar obras, entre otros. En este tipo de decisiones pueden primar dos tipos de inclinaciones que son el bienestar social o el bienestar individual, o puesto con un ejemplo, recalificar unos terrenos para viviendas de protección oficial necesarias para el bien social, o bien hacerlo porque así se obtiene una comisión, prebenda o promesa de futuro para el bien individual del que toma la decisión. Entre ambas (blanco y negro) hay una infinita tonalidad de grises.

El lugar donde se sitúa el político en este continuo gris va a depender de varios factores: nivel de impunidad, valor del beneficio individual, confianza en el agente económico beneficiado pero, sobre todo, el ya mencionado impacto del bienestar de los demás en relación al mío individual. Si los individuos asimilan comportamientos socialmente aceptados en que prima el engaño a la comunidad para mi propio bien como el fraude fiscal o simplemente, copiar en los exámenes aunque eso conlleve que, en el futuro, individuos bien formados compitan con individuos con formación deficiente a la hora de conseguir un puesto de trabajo, nadie se puede sorprender de que el comportamiento se repita en decisiones políticas. ¿Por qué? Simplemente porque las recompensas del comportamiento no corrupto no están claras y las otras sí lo están.

La solución a la corrupción proviene de la base educativa. Es fundamental educar desde edades tempranas en contra del paradigma distorsionado y negativo de la corrupción sobre la idea de que el bien común tiene un impacto positivo en todos los miembros de una sociedad. Por supuesto, esto ha de ir seguido de un fortalecimiento de las normas y de la transparencia. A nivel político esto se traduce, por un lado, en limitar los privilegios y las instituciones de los que ejercen la política a todos los niveles desde el congreso hasta las concejalías de ayuntamientos pasando por comunidades autónomas y diputaciones (cuya necesidad está en entredicho), y por otro, en aumentar dicha transparencia a todos los niveles desde los salarios de sus señorías hasta las veces que asisten a plenos, propuestas realizadas, etc. Ha de quedar claro que ejercer un cargo político es un acto de servicio a la comunidad, limitado en el tiempo y ejercido por personas que tienen la actitud, formación y capacidad adecuada para hacerlo. La política no ha de ser nunca un oficio ni una herramienta para trepar a posiciones privilegiadas. Lo contrario es el mejor caldo de cultivo para la corrupción.

Estas medidas simplemente ponen de manifiesto las recompensas del comportamiento no corrupto que en la actualidad quedan difusas. Tan sólo tiene que haber voluntad, también política, de llevarlas a cabo. Nunca olvidemos que en cada decisión que toma el ser humano, pone en una balanza lo que tiene que perder frente a los que tiene que ganar. Por ello, es necesario reequilibrar los pesos, también y más que nada en la actualidad, en política. Por cierto, es muy urgente hacerlo.

Daniel Arias-Aranda
Catedrático de Organización de Empresas de la Universidad de Granada

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