lunes 29 abril
Opinión  |   |

Las sonrisas y las babas, no tan invisibles

La primera vez que lo vi fue algo tremendamente exótico, me generó una curiosidad desmedida, solo satisfecha al comprender el qué, por qué y cómo estaba pasando. Pensé que algo tan específico, algo que consideré un poco íntimo, e incluso un poquito asqueroso - sin ser yo una persona escrupulosa - sería anecdótico o puntual. Como ver un cometa sobre el cielo. Un detalle tan reseñable que la gente lo mantendría, si no en privado, al menos con cierta intimidad. En aquel momento no podía imaginar que ver a la gente “quitarse los dientes de plástico” se iba a convertir en una de las cosas más normales de ver en el siglo XXI.

El otro día estaba en un famoso local de tapas del Zaidín y una amiga mía lo hizo, por supuesto, porque todos tenemos a alguien cerca transitando por esta línea invisible - espero que se entienda el chiste de invisalign - pero de una forma bastante discreta, tal y como es ella, girándose hacia la pared y guardándolo rápidamente. Bueno.

Pero la sorpresa llegó cuando entraron al bar un grupo de 6 o 7 personas, guapísimas, bastante arregladas, maquilladas, bien peinadas y con las últimas tendencias en ropa - literalmente reconocí 3 prendas de la última colección de Zara. Una vez sentados y con sus consumiciones pedidas, tres personas del grupo procedieron a quitarse los dientes de plástico, allí en medio, a las claras, sin ningún tipo de reparo y sin pudor.

Y comenzó el festival de “clacs”, crujidos y ruidos que, aunque ellos no lo crean o no se den cuenta, todas las personas hacen al quitarse la funda de los dientes. Uno de ellos la metió en su funda y al bolsillo interior del abrigo; otra cogió un pañuelo desechable, las envolvió y las metió en el bolso y el tercero, directamente, cogió una servilleta del mismo bar, la puso encima y debajo de las fundas y lo lanzó todo a su bolsillo derecho.

Nadie en el grupo se extrañó. Nadie en el bar se extrañó. Y yo me extrañé de que nadie se extrañase. Imaginé una situación similar pero protagonizada por unas abuelas dicharacheras que se quitan las dentaduras allí en medio y me dio la sensación de que las reacciones y las caras de asquito habrían aparecido por todos lados. No sé si será cuestión de edadismo, de conciencia social o de grados de escrupulosidad pero al fin y al cabo el concepto es el mismo: sacarse algo de la boca, normalmente con bastante babas.

A ver si lo he entendido bien, toda esta gente se ha embarcado en un proceso, de alrededor de dos años, pagando más para conseguir las fundas transparentes y disimular así que las llevan puestas para, a la primera de cambio en cualquier reunión social, hacer la performance completa de quitárselas a la vista de todos. Adiós a la magia de la discreción ¿no?

Esto tiene una segunda parte, que es el momento de volver a ponérselas. Y si han estado bien guardadas y se higienizan bien: perfecto, pero ¿meterse en la boca algo recién sacado del bolsillo envuelto en una servilleta de bar malucha? No lo sé, Rick, parece poco beneficioso para la salud bucodental (y del cuerpo en general).

Todo esto si tienes suerte de recuperarlos, porque creo que no será la primera ni la última funda que alguien tira a la basura, por error, estando envueltas en un papel o una servilleta. No me quiero ni imaginar la cantidad de fundas de dientes de plástico que habrá flotando en el océano, a disposición de cualquier tortuga que quiera complicarse la vida. Seguramente, en unos cuantos cientos de años, tendremos las tortugas con los dientes más alineados de la historia.

Por supuesto que me parece estupendo que luchemos por la naturalidad y que restemos importancia a muchas reglas de protocolo anticuadas y que enconsetan nuestro día a día, tanto de forma individual como en sociedad, pero creo que enseñar las babas allá por donde pasas quizá no es la revolución de naturalidad que la sociedad nos merecemos.

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Columnista
Gafas Amarillas

Periodista y Creador de Contenido

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