jueves 2 mayo
Opinión  |   |

Realidad, ruido y distracción

Vivimos y actuamos en un ámbito local pero en un marco global. Por tanto nada de lo que sucede en el mundo nos es ajeno. En su momento se hizo famosa la teoría del efecto mariposa y del caos. Pero la realidad no es una hipótesis.

Hace tres años el bloqueo en el canal de Suez, a causa del encallamiento de un barco portacontenedores taiwanés, de bandera panameña, originó enormes efectos económicos. En Egipto, donde el canal de Suez supone el 2% de su PIB. También en el comercio mundial, ya que el 10% del mismo transita por esa vía. Se estimó que cada semana pudo costar al comercio mundial entre 6.000 y 10.000 millones de dólares e incluso reducir el crecimiento comercial anual entre un 0,2 y un 0,4%. Fueron muchas las empresas afectadas por la falta de materiales y mercadería procedentes de China y Oriente. Ahora la guerra en Gaza y la actuación de los hutíes vuelve a complicar el tránsito por el canal.

La guerra de Ucrania provocó un incremento enorme de precios de los alimentos, el gas o la electricidad. La invasión y destrucción de Gaza hace temer una escalada bélica y la posible subida del precio del petróleo.
Como consecuencia, se habla de incrementar el gasto en armamento. Sin duda la guerra es un negocio ingente para algunos, pero para la mayoría es muerte, dolor, destrucción y pobreza. Es evidente que el mayor gasto en compra de armamento deberá ser recortado de otro tipo de políticas públicas. Nada es gratis.

La pandemia fue otro efecto de la globalización que puso patas arriba el mundo. Y se podría hacer un larguísimo relato de acontecimientos cuyos efectos se extienden mucho más allá de su localización.

En los años 90 se popularizó la teoría del norteamericano, Francis Fukuyama, del fin de la historia. Venía a mantener que el comunismo y el fascismo o la monarquía no constitucional eran sistemas desacreditados y que en el futuro sólo la democracia liberal tendría la legitimidad necesaria y se convertiría en la forma final de gobierno. Fukuyama gozó de gran predicamento y fue considerado uno de los mayores ideólogos de la era post-guerra fría, cuyo liderazgo político inicial ejercieron Ronald Reagan, en EEUU, y Margaret Teacher, en el Reino Unido.

Pero el tiempo y la realidad están mostrando que incluso en los países occidentales, donde la democracia liberal gozaba de mayor tradición, se están produciendo fenómenos que la cuestionan. El auge de la extrema derecha pone en cuestión las bases de ese modelo político. Impensable parecía un asalto al Capitolio de EEUU amparado por el propio presidente perdedor de las elecciones. Trump, Bolsonaro, Le Pen, Meloni, Milei, Urban... no son meras anécdotas puesto que han regentado, regentan o pueden regentar la dirección de sus países. Sus discursos incendiarios, sus doctrinas y sus acciones, provocan mucho temor y tienen poco que ver con el marco y los consensos construidos en torno a la democracia liberal pero ya influyen en determinadas políticas de la UE y por tanto de España.

Actualmente el riesgo no está tanto en posibles golpes de Estado como en la ocupación de las instituciones por dirigentes y partidos que no creen en la democracia y la ponen en cuestión con sus políticas. La técnica del Lawfare es una de las formas más sutiles y brutales al mismo tiempo de destrucción democrática.

Mientras esto sucede en política, las economías crecen al mismo tiempo que disminuye el poder adquisitivo de los salarios y las pequeñas empresas sufren para poder subsistir. La precariedad se extiende en el mercado laboral. La vivienda es un serio problema para mucha gente, especialmente las personas jóvenes, que tienen muy complicado acceder a la compra de una casa o a poder pagar un alquiler, retrasándose infinitamente la edad de su emancipación familiar.

Hay más riqueza, pero también mucha gente excluída o en los márgenes. Se incrementan las diferencias sociales. Las clases medias van reduciéndose cada vez más. Los capitales se acumulan de manera escandalosa, de forma que hay fortunas que podrían competir con el PIB de países enteros. Se denigra el pago de impuestos y se protegen o toleran los paraísos fiscales donde los privilegiados los evaden impunemente. Sin impuestos no hay políticas de salud, educación o cuidados.

Mucha de la riqueza contabilizada no es riqueza productiva sino financiera y especulativa. Una burbuja económica explota y rápidamente aparece otra como refugio. Cayeron los bancos, reventó la burbuja inmobiliaria, se inflan la turística y la de renovables. Pasamos de una electricidad carísima a precios en negativo para los generadores. Se explica que este cambio es producto de la extensión de las renovables y que esta situación podría provocar la desinversión en las mismas, pero al mismo tiempo asistimos a la proliferación de plantas solares y eólicas en nuestra provincia que ocupan y destruyen enormes extensiones de territorio, con capacidad de producción muchísimo mayor que la demanda que aquí pueda existir.

Los agricultores se quejan, con razón, de los escasos márgenes de precios que los empobrecen y arruinan. Pero al mismo tiempo se importan naranjas de Suráfrica o tomates de Marruecos, con menores garantías de producción y de salud. El presidente de una cadena comercial presume de la desmesurada subida del precio de los alimentos que ha introducido pero que parece no ha llegado a los productores, porque la realidad es que la cadena ha incrementado sus márgenes comerciales y alcanzado récord de ganancias. Aquí se mantiene la presión contra la Vega, a pesar de constituir una extraordinaria proveedora de alimentos de calidad y cercanía.

Corporaciones de países muy ricos, aunque poco democráticos, intentan comprar y controlar empresas estratégicas españolas, como Telefónica o Naturgy. Empresas que fueron públicas y que en el afán neoliberal de los 80 y 90 se privatizaron, de la mano de los presidentes González (PSOE) y Aznar (PP). Ya pasó con Endesa, que se privatizó y paradójicamente fue a caer en manos de una empresa pública Italiana. Ahora se pone el grito en el cielo.
En economía sigue tomándose como principal referencia el crecimiento del PIB, frente a otros indicadores de calidad de vida. Y en lo local se apuesta por recrecer la ciudad, fomentar la construcción de pisos pero sin favorecer el acceso a la vivienda de la juventud.

Es la ideología del crecimiento. Piedra angular del sistema económico. Se promete un imposible, el crecimiento ilimitado en un planeta finito.

Estamos viviendo distintas crisis, vinculadas entre sí: climática, alimentaria, económica, energética...
El calentamiento global va mucho más rápido que las peores previsiones. La contaminación se extiende a pesar de todo. Se especula con los alimentos, que se encarecen sin beneficiar a sus productores. Las materias primas tienen un límite y comienzan a comprobarse los efectos de su escasez.

Una situación y perspectivas de este calibre reclamarían políticas de cooperación pero se apuesta por ahondar en la competencia y por tanto el enfrentamiento por los recursos y los mercados. El mundo se divide en bloques. La confrontación solo conduce a la guerra, primero soterrada pero finalmente abierta.

Mientras tanto, los dirigentes políticos se entretienen enfrascados en ruido, gracietas, demagogias, descalificaciones, insultos y argumentos infantiles. Pura contradicción e incoherencia. Nos distraen sin hablar de lo importante y sin afrontar de verdad los problemas presentes y futuros que nos acucian. Se apuesta por revivir el bipartidismo, que nunca fue solución de nada y menos lo sería ahora. Los problemas son muy serios y no caben paños calientes.

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Columnista
Miguel Martín Velázquez

Portavoz de Podemos Granada

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