domingo 5 mayo
Opinión  |   |

Las venus deben quedarse en Salar

Es latente la desazón de la población de las zonas rurales granadinas donde sus pueblos se están vaciando ante la falta de expectativas de futuro dado el abandono al que se ven sometidas. La agricultura y la ganadería, en manos de intermediarios, no hacen más que empobrecer las actividades empresariales, muchas de ellas de carácter familiar cuyo trabajo se centra en el sector primario de la economía productiva. Pero también, la actividad pública que se ha venido dando a través del desarrollo de los servicios públicos está desapareciendo, es el caso de los paritorios o se está precarizando, como ocurre con la atención a la dependencia. Ese fenómeno de despoblación ha recibido el nombre de la “España vaciada”.

El olvido institucional y político contribuye a esa huida, pero también a que haya dos tipos de población, cada una con una velocidad distinta. Por un lado, la Granada pujante frente a una provincia rural en declive, salvo excepciones que tienen que ver con el turismo de playa, despojada de población y recursos, en un permanente padecimiento y descuido. Como consecuencia, nos encontramos con una ciudad centralizadora pero también con dos velocidades, dada la desconexión con su área metropolitana. Los recursos se concentran según las prioridades de los partidos que gobiernan en el Ayuntamiento y en la Diputación Provincial, lo que provoca, además, una pelea devastadora que es la única que parece interesar a esos gobiernos en su finalidad de conseguir una hegemonía, olvidándose del resto.

La migración rural implica el abandono de los pueblos en busca de oportunidades en la ciudad, lo que supone, así mismo, un cambio de trabajo orientado básicamente al sector servicios, pues la mayor parte de los municipios granadinos, que podríamos catalogar de tamaño mediano, no cuentan con una actividad económica suficiente como para impedir el traslado a la metrópoli granadina que va camino de convertirse en una suerte de mega urbe global conectada por vía aérea y por un ferrocarril de alta velocidad, y lo que queda en medio no importa nada.

Un claro ejemplo de lo que se expone lo encontramos en el Salar, un pueblo de 2700 habitantes, de tradición olivarera, cereales, maíz y espárrago, con una renta anual per cápita bruta de 13.960 € y una tasa de desempleo del 22,2%. La actividad económica se reduce a 121 establecimientos, de los que 81 no emplean a ninguna persona asalariada y sólo hay 2 taxis y ningún establecimiento hotelero. De pronto, por sorpresa, haciendo una excavación rutinaria de terreno se descubre una Villa Romana que está siendo un importante reclamo de turismo cultural muy importante para el municipio.

Pues bien, el Gobierno Andaluz, en vez de apoyar esa esperanza de relanzamiento económico del municipio que constituye el hallazgo arqueológico, lo que podría beneficiar a otros municipios del Poniente granadino (turismo rural), por el contrario, lo que hace, es reclamar las “Venus y/o Ninfas púdicas” encontradas en la Villa Romana y que se están exponiendo al público en el pueblo para exhibirlas en el Museo Arqueológico de Granada, con el argumento que así se disfrutan por más personas, haciendo valer el cumplimiento de un contrato de cesión. Eso sí, se compromete la Universidad de Granada a realizar unas réplicas lo más ajustadas a las originales, se supone para luego remitirlas al Salar. Todo un sin sentido.

Según los arqueólogos que trabajan en la Villa Romana de Salar es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de España, pues se trata de la vivienda de Dominus de Salar (Siglo I dC), por tanto, lo correcto sería que el Gobierno andaluz potenciara esa riqueza en el municipio, que ha generado más de 8000 visitas en lo que va de año y promocionar un turismo cultural en un entorno rural que tiene, además, una excelente gastronomía. Sin embargo se opta por concentrar parte de la riqueza arqueológica de Salar en la ciudad de Granada a cuya consecuencia provocará más despoblación, más provincia despoblada y todo para la ciudad. Las Venus deben quedarse en el Salar.

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Columnista
Salvador Soler

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