lunes 29 abril
Opinión  |   |

Por dinerito baila el famosito

Rafa Nadal es muy mala persona.
Y Rafa Nadal es muy buena persona.
¿Las dos cosas? Sí. Solo depende de los valores que hayas querido reflejar en él.

La reciente noticia de que el manacorí ha firmado un acuerdo para ser el nuevo embajador del tenis de Arabia Saudí (Un país que no respeta los derechos humanos, por si alguien se pregunta por qué está regulinchi asociarse con ellos) ha generado una oleada de comentarios negativos sobre el tenista.

Mucha gente lo tenía en alta estima basándose en sus logros deportivos, y me temo que en poco más. Para ellos y ellas era un referente de "buen chaval", lo que hace unos años se hubiera llamado “el yerno perfecto”, un campeón, un mastodonte, un fiera, un crack…

Que quede claro que desde esta columna no quiero quitar ni un ápice de valor al esfuerzo, trabajo y sacrificio que el tenista ha realizado durante más de 20 años para convertirte en uno de los deportistas más importantes, no ya sólo de España, sino del mundo entero. Pero yo está, es eso, sin más: Un magnífico deportista. Todo ese trabajo no le hace automáticamente ni buena ni mala persona. Podemos decir que es perseverante, luchador, ambicioso, un poco cabezón y más o menos guapo (según la preferencia estética de cada uno), pero la bondad y la maldad es algo mucho menos tangible y medible, mucho más etéreo y que responde a lo que procesamos en nuestra mente, con prejuicios y valores propios que queremos reflejar sobre él.

Excepto los familiares y amigos más cercanos de Rafa, los demás no sabemos cómo es de verdad más allá de lo que él (con su equipo de comunicación) o los medios nos han querido mostrar (o vender).

Por eso me ha sorprendido tanto la desazón que su decisión ha provocado. Esta especie de delirio colectivo sobre la bondad de Rafa Nadal ha tocado techo con este nuevo contrato publicitario. Es difícil asumir cuando alguien deja de cumplir nuestras expectativas ¡pero es que él no las había generado!

A lo largo de su carrera ha sido una persona prudente pero ni mucho menos podríamos tildarlo de activista. Tampoco ha sido desagradable o hater. Ha sabido estar. Ha ido demostrando su valía profesional dentro de la pista y fuera de ella con acciones, publicidad, etc. y cobrando por ello, por supuesto y como debe ser. Ahora llega una oferta, para muchos, entre los que me encuentro, más que cuestionable, pero que no difiere mucho de otras a nivel contractual. A él (y a su equipo) le ha parecido adecuada. Con esto no ha fallado a nadie, porque no le debía nada a nadie. Solo no ha cumplido lo que mucha gente esperaba de él.

¿Por qué deberíamos esperar nada per sé de un famoso que no conocemos? Cuando Rafa Nadal firmaba subirse a un Kia, no lo hizo pensando en la movilidad sostenible; cuando se protegía con Heliocare no luchó para evitar el cáncer de piel; con Movistar no quería facilitar las comunicaciones; cuando fue imagen de Nike o de Ralph Lauren no dijo ni mú a favor de la moda responsable. Y ahora, con Arabia Saudí, no lo hace por los derechos humanos.

Lo de proyectar las pasiones en otros parece ocurrir a menudo con algunos famosos. La gente quiere que respondan como son en su cabeza, no en la vida real. Y luego nos llevamos precisamente las manos ahí, a la cabeza, cuando no lo hacen. Cuando ponen en primer lugar su beneficio económico que su conciencia (o la nuestra). Como diría Belén Esteban: “Por dinerito baila el famosito”

Nunca, nadie, le ha pedido a un taxista que, además de conducir bien, sea coherente con lo que nosotros pensamos de él. ¿Por qué deberían hacerlo los personajes públicos o famosos? Dejemos de endiosar a figuras públicas porque todo el mundo tiene sus luces y sus sombras y, al final, nos toca lidiar con las “escenas rotas” que se generan al romperse la película que tenemos montada en la cabeza.

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Columnista
Gafas Amarillas

Periodista y Creador de Contenido

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