martes 19 marzo
Opinión  |   |

Presupuestos

Voy a comenzar soltando una hipérbole. “En política los presupuestos están sobrevalorados”. Me explico. No quiero decir que para cualquier gobierno no sea importante contar con unos presupuestos aprobados en tiempo y forma. Efectivamente eso es así cuando en ellos se expresan en números toda una serie de medidas y proyectos previamente definidos de acuerdo con el programa político del gobernante de turno. Lo que pasa es que ya estamos acostumbrados a que la aprobación de los presupuestos se convierta en un acto de imagen, en un episodio más de la permanente campaña electoral en la que se ha convertido la acción política.

Técnicamente un presupuesto no es otra cosa que una previsión de los ingresos que se esperan obtener por las diversas vías con que cuentan las administraciones y una determinación de cuánto se puede gastar y en qué durante el año de vigencia de ese presupuesto. Por tanto, mientras que los estados de ingresos constituyen una mera estimación, los de gastos establecen un límite cuantitativo y cualitativo.

Una de las vías de ingresos provienen de los tributos que impone la propia administración. Si éstos son altos y se gestionan bien aumentarán aquellos ingresos y también, en consecuencia, las posibilidades de gasto. Por el contrario si se rebajan o se recaudan de forma ineficiente las arcas públicas se resentirán y el gasto deberá ser menor.
La ley impone lo que para cualquier familia es puro sentido común, la estabilidad presupuestaria, es decir, que no se puede gastar más de lo que se ingresa. Eso que sabe perfectamente cualquier ama (o amo) de casa ha tenido que ser impuesto por la ley en el caso de los gestores públicos. Y aún así se les olvida tantas veces. El Ayuntamiento de Granada es un ejemplo vivo y crónico de este incumplimiento. Llevamos años y distintos gobiernos, del mismo o distinto signo político, en que sistemáticamente se gasta más de lo que se ingresa. La consecuencia es la ruina de las arcas municipales y la acumulación creciente de déficit. En 2020 alcanzó los 64,5 millones. Lo que haya sucedido en 2021 lo sabremos en un par de meses.

La razón de cómo se llega y se sostiene esta situación no es más que el hecho de haber convertido la gestión presupuestaria en una herramienta escasamente útil. Cuando no se aprueba el presupuesto se produce (por ley) la prórroga automática del anterior, que puede ser modificado y adaptado a la realidad del nuevo ejercicio. Cuando las cuentas son uvas contadas da casi igual aprobar un presupuesto que viene ya muy limitado por la realidad de los números y su escaso margen. Porque lo importante entonces deberían ser las medidas que se adopten para gestionar correctamente el dinero público, para enderezar el rumbo.

Es bastante común proponer lo que se denominan “presupuestos electorales”, que no son otra cosa que convertir la aprobación del presupuesto en otro acto más de esa campaña electoral permanente en la que los gobernantes demagogos prefieren prometer “duros a cuatro pesetas”, el oxímoron de anunciar bajadas de impuestos (algo que casi nunca luego se concreta realmente o se hace de forma injusta) y a la vez aumentos del gasto. La cuadratura del círculo, el imposible. Pero nada dura eternamente. Tampoco la demagogia. La contabilidad pone rápidamente las cosas en su sitio. Cuando no se ha sido capaz de llevar a efecto las inversiones prometidas la liquidación presupuestaria mostrará un estado de ejecución deficiente. Si se ha gastado por encima de lo que se estimó ingresar pues aparecerá el déficit. “Elemental, querido Watson”.

Es por esto que mantengo, reconozco que con cierta exageración, que el debate más importante no es el de la aprobación presupuestaria sino el de su liquidación. Mientras que en la primera todo son estimaciones y promesas, en la segunda se trata de números contantes y sonantes que reflejan la realidad de lo que se ha hecho. Paradójicamente, en nuestra ciudad, la liquidación presupuestaria, que aprueba el alcalde, no se debate en el Pleno al que solo se le da cuenta. Es decir, se resuelve con un lacónico comentario del Secretario municipal que dice “se da cuenta”. Y a otra cosa. Da igual el déficit y sus causas. No importa si se ha gestionado rematadamente mal, si se ha despilfarrado, si los servicios públicos funcionan mal o si la ciudad presenta carencias importantes. O si se le regalan millones y millones a las multinacionales propietarias de las empresas que gestionan los servicios básicos de la ciudad.

Pero más allá del Ayuntamiento también comprobamos estos límites en los debates presupuestarios en otras administraciones. El Sr. Moreno Bonilla está preparando el relato de su más que probable adelanto electoral con el argumento de que ni VOX ni el PSOE le han aprobado el presupuesto. La realidad es que ni siquiera ha intentado en serio negociar nada. Ha preferido hacerse la víctima para justificar su adelanto electoral, que hará no por interés de los andaluces sino para su propio beneficio político. Siempre pendiente de las dichosas encuestas y en el marco de una estrategia del PP de intentar encadenar elecciones victoriosas a ver si así son capaces de llevar a Pablo Casado a la Moncloa. Estamos en tiempos extraños en los que con una durísima crisis sanitaria y económica resulta gratis e incluso provechoso adelantar unas elecciones. Lo normal sería lo contrario. Pero resultó beneficioso para la señora Ayuso (Madrid), lo está intentando el señor Mañueco (Castilla-León) y lo tiene preparado aquí el señor Moreno Bonilla.

Lo importante en la política actual es construir un buen relato. La realidad no importa. En Andalucía sufrimos el continuado deterioro de la sanidad pública a la vez que se despiden a 8.000 sanitarios y se liquida el presupuesto de la comunidad con un superávit de 206 millones, el 0,14% del PIB. Mientras, nuestro presidente sigue construyendo su relato de víctima, llorando por los telediarios.

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Columnista
Miguel Martín Velázquez

Portavoz de Podemos Granada

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