sábado 4 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González LVI) (16-10-2015)

El ciudadano perruno Igor González (LVI)

Granada es una ciudad difícil para sus ciudadanos. Granada solo es una urbe mediana que es fácil para aquellos a los que nunca se les acaba el dinero. Tiene Granada un acento muy marcado a ciudad inmóvil que es caníbal. Y ya que suele devorar vivos a todos sus natos que se quedan sin emigrar a otros lugares en los que la envidia existe en menor medida. Los españoles, por regla general, suelen ser bastante envidiosos y malintencionados con sus semejantes, con sus convecinos. Va caminando el ciudadano perruno Igor González por una de esas calles granadinas típicas del Barrio del Realejo. Camina el perruno ciudadano para alcanzar la mansión alhambrina de su señor padre. Va a recibir el relato de todos los días. Y a beberse unos tintos espléndidos y a jalarse un jamón con abolengo y un queso aristocrático. La mesa de su señor padre es como la de un marqués. El perruno como es republicano, se carcajea a mandíbula batiente de los hidalgos y de sus hidalguías. Se le rompen las ternillas con los linajes de la prosapia que es de ese abolengo que se cree superior. En Granada hay más aristócratas que perros con zapatos mallorquines. O por lo menos, esto es lo que creen muchos granadinos que de aristócratas tienen lo que el ciudadano perruno posee de clérigo de misa y olla. La calle por laque ahora transita el perruno ciudadano, en barrio del Realejo, el barrio de los “greñuos”, la antigua judería, está repleta de jóvenes extranjeros que han llegado a Granada para aprender español. O que son estudiantes jóvenes de diversas disciplinas universitarias con becas Erasmus. El perruno ciudadano, chucho viejo, solo se fija en las chicas con minifaldas o con los pantalones cortos que dejan ver sus muslos marmóreos, redondeados y espléndidos. Y cuando llega a la mansión de su padre, éste lo recibe con ya varios tintos excelsos tomados al sol, en una de las terrazas, de ese sol que todavía pica porque el otoño todavía no ha desplegado sus frías alas.

-Señor padre. ¿Cómo estás desde ayer? Supongo que bien. Aquí me tienes para recibir tu relato de este día con un sol casi veraniego. Vengo cansado de las cuestas y con una sed de gañan de mulos tordos. ¿Posponemos de aquella manera…?-le dice el perruno ciudadano a su señor padre.

-Naturalmente. Ya tengo preparadas las viandas y una botella de Emilio Moro de la Ribera del Duero. Y te voy a contar un relato no muy largo que seguro va a ser de tu total agrado- le responde el progenitor del ciudadano perruno, y con una sonrisa de oreja a oreja.

-Comencemos- le vuelve a decir el perruno a su señor padre.

-Aquí va el jamón, el queso y el vino. Descorcha tú la botella. Y cuando terminemos, va el relato de hoy- le contesta al ciudadano perruno su padre.

“El tiempo se ha detenido en una taza de café. Miro por la ventana tapada por unos visillos que dejan pasar la claridad diurna última de la calle ya sin sol. y observo las gentes que andan por las aceras. Y a otras personas, que están sentadas en los bancos de piedra de la plaza del pueblo. Todos los que están sentados, conversan a voces. Un perro pequeño de lanas negro, que está sujeto a una cadena, pasea a su dueño. Las palomas beben mansas en la fuente de la plaza. Y unos niños pequeños montados en sus bicicletas, las persiguen con ahínco. Hace un calor de caldera al fuego. Un tipo con gafas oscuras, da notables conferencias verbales a los otros tipos que están sentados en los dos bancos paralelos y enfrentados. Es un tipo con unos pantalones azules y una camisa blanca, y sus gestos son inequívocos de ser poco amigo de que los demás hablen. Trabajaba de policía. Ahora está jubilado. Y cree que son idiotas los otros sentados en los bancos de piedra de la plaza, y que le escuchan educados. El idiota es él, desde luego. Un idiota con una pistola reglamentaria. Habla del Gobierno, la administración central que le paga. Y asegura, que todo va muy mal. Aunque él, cobra todos los meses puntual su nómina. Y algunos de los que le están escuchando, están desempleados o reciben una prestación irrisoria de la misma administración central.

El café empieza a enfriarse. Y tomo un sorbo. Delicioso. Y veo a Sonsoles en la puerta. Entra en la cafetería. Y se sienta en un taburete en la barra. Lleva encima, claro, sus tetas recién reconstruidas con silicona. No lleva sujetador. ¡Qué tetas! Sus tetas de seis mil euros están inhiestas como la farola que acaba de encenderse en la plaza. Dos tetas enormes. Dos melones manchegos. Y con dos pezones como dos higos negros sin aplanar. Su blusa blanca es transparente con algo de flores rojas. Sonsoles es guapa. Y divorciada. Sus tetas de silicona marean. Ondean debajo de la escueta blusa blanca sin mangas con flores rojas como dos banderas nacionales. A todos los parroquianos los tiene encandilados. Los tiene encantados como encanta una serpiente a un pájaro. Sonsoles está acojonante de buena. Dura de carnes como un balón de acero. Y ella lo sabe de sobra. Sus pantalones vaqueros le están tan estrechos y ajustados que, con toda seguridad, tendrá que metérselos poco a poco untada con una crema corporal. Sonsoles tiene el culo respingón. Brazos torneados. Su pelo es pelirrojo. Su boca grande. Le coge bien holgado un pene de calibre superior. Sonsoles está hoy buscando hombre, y los parroquianos lo saben.

Sonsoles me mira. Me observa escribiendo, y sonríe. Yo pienso, sonriendo también, que Sonsoles tiene, por lo menos, dos hermosos coitos bien trabajados en una cama, en el suelo o en dónde sea. Uno muy largo, el segundo. Y porque en el primero se debe uno de correr rápidamente con la pasión bestial de Sonsoles. Sus tetas de silicona de seis mil euros, al saborearlas, debe uno de sentirse como el que lame un millón de las pesetas de otros tiempos peores sin estar como miembro en la Unión Europea.

Sonsoles se acerca a mí y me mira risueña. Y me dice cachonda por señas que deje de escribir. Y de palabra me pregunta…

-¿Te gustaría dar un paseo en este atardecer que ya es casi noche cerrada? ¿Quieres follarme?

-Bueno. Es una buena idea. Hace tanto calor. El bolígrafo me estaba cansando. Y ya hace un buen rato que me bebí el café y el vaso de agua. No tengo condones. ¿Tienes tú? - le respondo”.

Hay días en los que el ciudadano perruno se queda encandilado con el relato de su señor padre. Y hoy ha sido uno de ellos. El perruno ciudadano ya anda en pijama en sus lares íntimos, en su apartamento de alquiler. Y está rumiando el relato de su señor padre. La tal Sonsoles, debía de haberse puesto, por encargo y cirugía estética, unas tetas como las que le gustan a mí padre: grandes, poderosas y duras como piedras lunares, se dice a sí mismo el perruno ciudadano.

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