sábado 4 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González LXIV) (13-11-2015)

El ciudadano perruno Igor González (LXIV)

Camina con prisa el ciudadano perruno Igor González. Las calles granadinas las va pasando con sus gigantescos zapatones como si caminase por una película rápida. No ve a nadie. No se percata de nada. Él va a lo suyo. Y lo suyo es llegar pronto a la mansión de su señor padre y recibir de éste los relatos que corresponden a este día de claridad infinita y luz portentosa porque un sol de compañía de seguros alumbra con insistencia de felicidad suma de una jornada sin nubes que amenacen lluvia. Y también apremia al perruno ciudadano un hambre de lobo solitario. El perruno ciudadano piensa en el queso y jamón de su señor padre y la boca se le hace un pozo profundo.

-Querido hijo, tienes cara de estar pasando una pesadilla hambruna. ¿Te desmayas de inanición? ¿Cuánto tiempo llevas sin ingerir alimentos? Ahora mismo lo solucionamos con queso, jamón y dos o tres botellas de Vega Sicilia. Y con tu ración indispensable de relatos…- le argumenta el padre del ciudadano perruno a su hijo dilecto.

-Sí, padre- le contesta el perruno ciudadano Igor González con la baba caída porque ya se ve devorando queso y jamón de alta calidad. Y también se ve escanciando vinazo tinto de ese bueno que es buenísimo.

“Asomé la cabeza por la ventana del salón de mi casa, sorprendido por el ruido del agua o de algún líquido cayendo al suelo. Y observé a mi vecino Gumersindo Pereira que estaba meando bravamente en mitad de la calle del pueblo. ‘Mearecio’, Gumersindo Pereira. Y quizá por esto, en toda la vecindad lo llama ‘el Mearecio’. Gumersindo Pereira se dedica a las labores del campo. Posee tres mulos blancos que le ayudan en la labor de labrar los campos. Los mulos blancos, eso sí, de gran alzada. Y Gumersindo Pereira los tiene hechos un primor porque los cuida con gran esmero. Una cuadra muy espaciada y limpia, es el hogar de los tres mulos blancos que posee Gumersindo Pereira. A los mulos blancos, Gumersindo Pereira los llama por los nombres que les ha puesto. ‘Mariano’ le dice Gumersindo Pereira, al mulo blanco que es el más grande con las orejas en forma de cruz bizantina. ‘Camposanto’, le llama cariñoso Gumersindo Pereira al otro mulo blanco porque tiene un lucero negro en la mitad de la frente de su testa mular. Y ‘Huevón’ es como llama al tercer mulo blanco. Y porque el mulo blanco tiene dos huevos, a pesar de ser híbrido, como dos relucientes meloncillos entre sus dos ancas mulares.

Es muy feliz Gumersindo Pereira. Se le ve en su cara. Y porque sus labores agrícolas lo colman de felicidad. Y sus tres mulos blancos son su debilidad. Aunque él sigue soltero y no tiene con quiénes repartir a diario su amor y su bondad. Y en el pueblo, al bueno de Gumersindo Pereira, todo el mundo, incluso su primo Leonardo Pereira, ‘el Meamenos’, lo llama cariñoso por ‘el Mearecio’. El personaje que es mozuelo viejo del barrio Bajo. Gumersindo Pereira, siempre les comenta a todos los vecinos, que el ‘Mearecio’ y para que se sienta retumbar su meada. Y que como él es bajo de estatura, por eso vive en el barrio Bajo. Una vez cuentan los vecinos, que Gumersindo Pereira se meó a polla floja encima de un automóvil. Y que el coche anduvo sin el motor en marcha varios metros largos más abajo de dónde estaba aparcado. Y ya que la meada hizo una torrentera. Gumersindo Pereira, calza una buena minga. Sí. Y se argumenta que su vejiga gigantesca, se le dijo el médico del pueblo, debe de ser como la de los grandes elefantes machos africanos. Un vejigón bestial. Algo insólito. Y tan raro como las coliflores, los rábanos y los nabos tan dulces como la miel que se cultivan y nacen en un campo sembrado de alfalfa. Rarísimo. Gumersindo Pereira, una vez enseño la minga en su totalidad, y tocaron a arrebato las campanas de la torre de la Iglesia Parroquial. Y el cura párroco, Don Apapucio, tuvo que dar una homilía para ahuyentar el demonio que podía merodear por las entrepiernas de las señoras casadas de la localidad. ‘Tan larga como una culebra muy larga’, le dijo el tonto del pueblo al sacristán, que así es la minga de Gumersindo Pereira. ‘Y muy gorda’, le dijo también el tonto del pueblo. ‘Y con una cabeza como la de un gato’. El párroco don Apapucio, rezando, está a punto de anatematizar la minga de Gumersindo Pereria. Y ya ha dado cuenta al Arzobispado de que la tal minga larga de su parroquia puede ser un quebradero de cabeza para él y para las mujeres del pueblo.

María Mazuecos, que vive sola desde que su madre se marchó de su casa, esto ya hace algunos años, con un sargento primero de Zapadores, alumbra verbal que ella ha yacido con Gumersindo Pereira y con su minga. Y que pensó cuando éste le atizó con la susodicha minga, que a ella le pareció que le estaba entrando un tren de mercancías por sus bellas partes femeninas. Y que el gustazo fue tan grande, que se desmayó junto a la cabeza de gato de la minga de Gumersindo Pereira. También contó María Mazuecos, a su vecina Florinda Cacho, que al despertarse y ver la cabeza de la minga de Gumersindo Pereira a su lado, pensó que era el cabezolón de un enano con una calva rosada. Pero que al moverla Gumersindo Pereira, ella se percató al instante de que era el enorme glande de la minga, y ya otra vez muy embravecida. Y que suspiró de alivio y de placer. María Mazuecos, ahora va por las calles del pueblo ensimismada y suspirando”.

“Bernarda Boyo, totalmente desnuda, se enfureció terriblemente conmigo. Y me dijo a bocajarro, que si yo seguía escribiendo se separaría de mí. Y que se divorciaba sin dilación. Los niños todavía dormían. Y nosotros ya nos habíamos levantado. En la noche anterior, discutimos por lo de que yo me ganaba muy mal, pésimamente, la vida escribiendo. Ya llevábamos varios días discutiendo sobre lo mismo. Y Bernarda Boyo no cejaba en decirme que con lo que yo ganaba escribiendo, no teníamos para vivir. Que se separaba. Y que después se divorciaba.

El cuarto de baño se había empequeñecido. Y mi cepillo de dientes era tan grande como un árbol que yo me metía en mi boca lleno de pasta dentrífica. Bernarda Boyo estaba desnuda. Y yo le miraba el culo con muchas ganas de cogérselo. No estaba Bernarda Boyo para esos menesteres, así que le dije que yo no sabía hacer otra cosa que escribir. Y ella me reiteró, que si seguía escribiendo todo se acabaría entre nosotros. Bernarda Boyo se metió en la ducha, seguía desnuda, y me aseguró que hablaba muy en serio. Y yo dejé de lavarme los dientes. No cogía en el cuarto de baño, así que salí de él y fui a vestirme. Bernarda Boyo seguía en la ducha con su perorata, desnuda y fregándose con gel y esponja, y yo me puse unos pantalones vaqueros y unas botas marrones con suela de goma. Toda la casa me parecía vacía y pequeña.

Bernarda Boyo también se vistió. Y muy enfada se marchó a su trabajo. Bernarda Boyo trabaja como secretaría en una inmobiliaria. Y con su sueldo mensual, debo de reconocerlo, podemos ir tirando todos los meses. También he de reconocer que a mí me pagan miserablemente por las colaboraciones que hago en un diario local. Y que con los libros publicados de poesía no gano ni un céntimo de euro. Y quizá solo nos sirve, cuando me han pagado algo, para ayudar a su nómina de cada mes. Pero no sé hacer ninguna otra cosa, otro trabajo, y sin embargo no se me da nada mal escribir. No voy a llegar, eso lo tengo muy claro, a premio Nobel. Aunque sólo espero, poder ganarme la vida escribiendo honestamente.

Mi mesa de trabajo en la casa, no tengo puesto de trabajo ni mesa en la redacción del diario local, es una pequeña república en la que todo está en su sitio. Y un cuadro que pinté años atrás, está a mi vista colgado en el testero de la pared enfrente a la mesa. Es un niño que no tiene ojos ni manos. Y sus pies son los de un tullido. Está pintado en acrílico y tiene un fondo azul y verde. El niño porta un globo liado a su antebrazo por una cuerda. Y está encerrado entre líneas negras. Allí en la mesa, todos los días escribo entre ocho y diez horas diarias. Y allí tengo mi ordenador portátil. Hoy estoy pensando, que Bernarda Boyo lleva muchos años aguantando una situación económica terrible. Y que no todas las mujeres aguantan a un marido escritor, pero yo he nacido para escribir. Y eso, es lo que voy a hacer durante todos los días de mi vida.

Amante vida de ayer, dos maletas, unos pocos libros y un perro, tu recuerdo solo son los hijos que dejé hasta que llegan todos los fines de semana a mi apartamento de alquiler. No es tan difícil cocinar ni fregar los platos ni lavar la ropa y ponerla a secar. Es un triste ritual que hacen las máquinas lavadoras como bellísimas damas que son mujeres androides de un planeta conocido. Quizá planchar, sea tarea de dioses menores. Y por esto no plancho ni un solo cuello de camisa ni el puño de la misma impoluto en su blancura total.

Y la vida sigue. Es como un caramelo que se deshace en la boca del niño que siempre he sido yo. Un niño que ya tiene canas en los costados que están junto a las orejas de una cabeza con un pelo muy rebelde que se resiste a caerse. Ahora cuando me lavo los dientes, la pasta dentrífica es como más fluorada. Y el cepillo es simplemente un utensilio de plástico que se mete obediente en mi boca. Una mujer no es solamente un culo. Es mucho más. No es unas tetas redondas. Ni una inteligencia de hembra de ratón evolutivo. Ni una vagina como un túnel. Es un ser femenino, inteligente, digno y respetable. Una mujer es el respeto de vivir con ella todos los días de la vida en común sin mentiras ni ocultaciones. Y escribir es algo más que da la naturaleza a aquellos que poseen el don de fabular, de crear historias y de concebir al mundo como algo que debería de ser y que desgraciadamente no es. Y porque el egoísmo es otra historia humana que está arraigada en los hombres y en las mujeres con faltas de ortografía y oraciones gramaticales y literarias incompletas que no nos dicen nada a la hora de leerlas en un rincón. Y cuando los corazones están tan serenos como una criatura inteligente. Esa criatura que está en paz consigo misma en la soledad de un bosque fortuito tan verde como la esperanza de morir totalmente en paz.

Bernarda Boyo debe de ser feliz ahora. Y yo sigo escribiendo feliz porque no le escribo al amor. Una falta de ortografía es escribir de una vida sin vida alguna con amor. Es algo como relatar bellos escritos amorosos sobre las palabras que tienen tilde y a las que no se les pone la tilde por la comodidad infame que da ser un analfabeto en convivencia. Bernarda Boyo es ahora muy feliz. Y se le nota por sus faltas de ortografía cuando escribe del amor. Yo como no le escribo al amor, el amor ya pasó para mí, estoy aprendiendo a poner las tildes en el lugar correcto de las palabras. Y mis historias siguen siendo totalmente ficticias. Escribir para ganarse la vida con ello es un ejercicio de humildad y de dolor”.

El ciudadano perruno se ha quedado felizmente dormido en el sillón de cuero del salón de la mansión de su señor padre. La chimenea arde con canciones de leña patriótica. Y su padre lo imita en otro sillón. Ambos están ahora ahítos de queso y jamón. Y poseen una gran curda que duermen porque se han bebido tres botellas de Vega Sicilia de la añada del 92. Sus ronquidos, los de ambos dos, son como unas sinfonías heridas a espada y fuego. Son bestiales. Son ronquidos de los Tercios de Flandes, los del padre del perruno ciudadano. Y los del propio ciudadano perruno, parecen homilías de curas locos que en estado enloquecido peroran sobre Martín Lutero con ira y con ganas de freírlo vivo en la hoguera inquisitorial.

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