martes 19 marzo
Opinión  |   |

Templarios

Todo buen lector de malas novela de misterio sabe que hay un recurso que nunca falla. Desde que Dan Brown revitalizara ese subgénero literario que mezcla el misterio, el esoterismo, la teoría de la conspiración y la antihistoria, cualquier autor que quiera emular el éxito del Código Da Vinci y carezca de la suficiente imaginación, siempre puede recurrir a incorporar a su historia a los Templarios, en la seguridad de que la invocación a esta misteriosa Orden de Monjes Guerreros proporciona un halo esotérico muy del agrado de los que se aproximan a este tipo de literatura.

Por supuesto, es esencial que toda referencia a la Orden Templaria carezca del menor rigor histórico y que su aparición esté vinculada a una conspiración mundial que le toca desvelar y combatir al protagonista del relato. Se ha creado, pues, una especie de código según el cual donde haya un templario hay secretos, tramas ocultas, ritos antinaturales y sectas que desde tiempos inmemoriales están detrás de todo intento de acabar con nuestra civilización.

Se podría decir, a modo de receta para el aspirante a escritor de grandes ventas, que cuando tu historia no se sostenga, cuando pierda intensidad o interés, mete un Templario y deja que la imaginación de los lectores haga el resto.

Pues parece que el Partido Popular ha tomado buena nota de esta sencilla fórmula a la hora de escribir su argumentario para cualquier proceso electoral. Por lo visto los populares han decidido que su discurso para cualquier cita electoral tiene que ser una mala novela de misterio donde la libertad del mundo está en peligro por un malo malísimo llamado Pedro Sánchez y sus pérfidos secuaces. Y, por supuesto, el PP parece haber encontrado a sus templarios particulares en su particular relato de ficción: los comunistas.

En esta novelucha en la que el PP ha decidido convertir la vida política nacional, la invocación a los comunistas se nos antoja como la guinda que completa la receta perfecta para construir un superventas de la literatura de serie B, que los populares nos presentan día a día en lugar de un proyecto político de país.

Efectivamente, los guionistas del PP pretenden llevar a sus lectores a un clímax de crispación total en el que cualquier hecho aislado es elevado a la categoría de desastre general. Así, por ejemplo, que una familia catalana tiene problemas con las horas de docencia que en un centro se imparten en español, tal hecho se presenta como la prueba irrefutable de que todos los niños catalanes que usan el español son salvajemente castigados y perseguidos.

A continuación, es necesario que el lector tenga claro que en este relato los malos son muy malos y que los buenos (ellos) son muy buenos y, por supuesto, el lector tiene que tomar partido. Aquí no valen los matices, aquí no hay zonas de claroscuros y no queda otra que tomar partido desde la primera página hasta la última. Así, por ejemplo, si los buenos dicen que los malos están atacando al sector ganadero, no cabe que te plantees qué modelo de explotación ganadera están defendiendo los unos y los otros.

Por supuesto, en este relato plano los malos hacen siempre el mal y los buenos tienen que oponerse a todo. Al lector se le plantea que en esta historia cualquier aproximación, cualquier acuerdo, pacto o negociación entre las partes es una traición. Y, desde luego, todo lo que venga de los malos es, por definición, malo. Que, por ejemplo, se propone un reparto de unos fondos europeos es evidente que los malos lo harán de forma espuria, así sin más, por definición y sin necesidad de más argumentos ni pruebas.

Obviamente, en esta historia las motivaciones de los “buenos” ni se discuten…ellos defienden la libertad, así en general, siempre y en todo lugar por lo que, evidentemente, están legitimados para cualquier acción u omisión. Si hay que evitar la renovación de un órgano constitucional, pues se evita y punto.

Como novelita de esparcimiento y sin pretensiones no niego que el relato del PP no deja de tener su gracia, como discurso del principal partido de la oposición empieza a resulta tan patético como preocupante.

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Columnista
Baldomero Oliver

Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Granada

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