viernes 10 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XII) (20-4-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XII)

 

El cielo tiene el color gris de las colas de los conejos sombríos, aunque no llueve. El día está caldoso. Las nubes semejan densas piaras plomizas de borregos apelotonados. Son nubes altas. Las montañas que se divisaban, tan al fondo oscurecido, no están tapadas por los densos celajes. Los montes resplandecen grisáceos. Y sus picachos igualmente relucen blanquecinos por las nieves caídas durante todo el invierno y buena parte de la primavera. Los dispares pinos que están más abajo de las nieves, semejan dormidos que descansan sobre las verdes agujas que se concretizan en un hechizo de ramas y hojas. La casa campesina de Igor González, está encantada. Y la puerta de entrada colorea pintada de color beige. Hay una imagen de un Jesucristo tan pensativo que parece el guardián de la puerta. Y que es también el encargado de manejar la llave de la cerradura. Y sin duda, es el que corre o descorre el férreo cerrojo. El ciudadano perruno Igor González, está escribiendo un nuevo libro de poemas. Y no lo piensa titular de ninguna manera. El ruin ciudadano perruno Igor González, canalla como escritor, piensa que los títulos de los libros no son innecesarios. Y que lo verdaderamente importante son los poemas escritos que llevan dentro. El perruno ciudadano escribió su primer libro de poesía cuando ya tenía cumplidos los quince años, pero espera poder escribir muchos más poemarios de los ya ha publicados Es bastante optimista. También es feliz con lo escaso. Es un tipo que tiene todavía las ilusiones intactas. Un soñador. Un optimista con el corazón sano.

 

El ciudadano perruno Igor González, está divisando el mar embravecido desde su casa campesina cerca del oleaje. Ve las olas rompiendo. Observa las gaviotas volando a ras del agua. Distingue un lejano vapor de carga que debe de llevar rumbo al Atlántico. Y cree que el día está marinero y plomizo. Sopesa que ya se masca la lluvia, pero que el aguacero se regala todavía por su ausencia. Y el ciudadano perruno Igor González, va a meterle trabajo a las neuronas que crean poemas del amor dormido, esos poemas que llevan muchos años guardados en el cajón despierto de su memoria de madera. Igor González, es un escritor iconoclasta. Está escribiendo poemas de amor. Recuerda a su esposa que murió de desamor. Y plasma los poemas en la pantalla del ordenador con todo el cariño que le dan los recuerdos de ella. Desea hacerle un homenaje. Su esposa era de alta estatura. Tenía esos ojos azules que recuerdan al mar meridional cuando el sol ya cae por occidente para ocultarse. Eran de un azul muy oscuro. Y su carne suave siempre la tenía bastante tostada porque ella amaba lo mediterráneo con la pasión de una persona que ha nacido en el mismo centro del continente europeo. Igor González la adoraba. Aunque ella se marchó con un hombre meridional a otro bello rincón del mar Mediterráneo. Era un hombre oscuro de mente y casi claro de piel. Y el perruno jamás la olvidó. En sus poemas cortos recuerda a María viva y fresca. Y en ellos le expone el amor que ella no comprendió en los pocos años que vivieron juntos. Igor González se refresca la memoria, y está escribiendo solitario. Y tiene junto a él una fotografía de María en la que ella posa tersa y desnuda. En este poema, el ciudadano perruno está recordando a María. La ve paseando por la playa. Ella lleva un pañuelo que cubre su cabeza. Y su vestido ancho vuela con la brisa marina. Va pensativa. Igor González, la recuerda feliz. Ahora la observa hablando con un hombre, y mientras ella sonríe. Ya no está pensativa. Y su boca hace mohínes de satisfacción. El hombre es de una estatura mediana. Tosco. Lerdo. María lo sobrepasa en estatura. Y lleva un periódico en su mano izquierda. Habla como atropellado. Y su cabellera es lisa y negra. Va rasurado. Lleva camisa de un rojo chillón. Su pantalón es negro. Las zapatillas deportivas las porta en la mano derecha. Y hablan y hablan. María está siempre sonriendo. El hombre deja las deportivas en el suelo, y abraza a María. Y María se deja abrazar. A Igor González se le están cayendo unas tenues lágrimas que fondean encima de la mesa en la que escribe y recuerda. María y el hombre, apasionados se están besando. Están abrazados sin pudor y sin importarle la brisa marina ni las olas que rompen con fuerza en el rompeolas. El mar es solo de ellos. Las olas cada vez son mayores. El mar les moja sus pies, pero ellos siguen besándose. Y el ciudadano perruno no puede seguir escribiendo el poema. Está llorando. Y decide ir a visitar a su padre. Y para que le cuente más cosas de su vida…

 

“Siempre el cielo era de un celeste abrumador. Y en los atardeceres, lo naranja se volvía ácrata. Lo celeste ya era gris carcelario. Y alguna nube despistada estaba como una bola de algodón entre los tonos anaranjados y grisáceos del cielo ya como los uniformes de los policías que iban por las calles uniformados y con gorra de plato, y que llevaban una porra de cuero enorme y una pistola al cinto de sus correajes negros como el cielo ya por la noche cerrada. Cuánto nos gustaba a mi hermana Carmen y a mí, observar las frías y lejanas estrellas tendidos boca arriba en una era del campo con el trigo ya trillado. La amarillenta paja amontonada nos daba picores terribles, pero resistíamos valientes para poder ver allí arriba las estrellas fugaces que se disparaban en el cielo cuajado de blancas luces que tintineaban como luceros lejanos en un cielo infinito y tiznado de un negro carbón.

 

Yo le decía a mi hermana Carmen, que algún día me montaría en una de esas estrellas tan rápidas. Y que me iría al cielo para no volver hasta que viera muchas estrellas albas. Y que al regresar, le traería una luz de estrella que nunca se le apagaría, y por mucho que soplara el viento. Mi herma Carmen se reía de mí. Y me decía que ella sí iría una vez montada sobre una nube, y para que le lloviera mucho al jardín, hasta inundarlo, de las monjas pestosas del colegio. ‘Te va a castigar Dios por tus malas ideas’, le dije a Carmen. Y ella me dijo, que yo era un panoli tontorrón con los mocos cayendo al suelo. Mi hermana Carmen era una niña preciosa, tenía el pelo pelirrojo y los ojos tan verdes como las piedras llenas de algas de río donde cogía a las culebras con las que luego me asustaba. Era inteligente y osada. Y le gustaban mucho los higos chumbos que pelaba la tata María con amorosas resignación. Era un diablo con forma de una linda niña con unos vestidos cortos que dejaban asomar largamente sus dos piernas esbeltas, y que cuando fue mayor causaron muchos estragos entre los hombres que osaron dirigirle la palabra. Carmen ahora es abuela, y vive en un caserón enorme. No es feliz, nadie puede ser feliz con este egoísmo que campea en este mundo. Y sigue mintiéndose a ella misma adorablemente. Aunque sin maldad alguna, ella se inventa las cosas como tal cosa. Carmen podía haber sido una cantante extraordinaria, pero se casó con un tipo que no le llegaba al tobillo de su pie. Por cierto, Carmen calza unos números grandes de zapatos.

 

En aquel día, mi hermana Carmen y yo desayunamos un vaso de leche y una hermosa rebanada de pan con aceite y azúcar. Nos lavamos la cara, y nos fuimos a bañarnos en la poza del río. Por el camino lleno de avellanos y membrillos, vimos un ruiseñor marrón que cantaba entre los sauces que bordeaban el río con su pico abierto y su cola larga que movía constantemente. El ruiseñor tenía su nido en una de las ramas que caían al río, y Carmen se encaramó a él para contemplar a los tres polluelos de ruiseñor que asomaban sus picos abiertos. Nos bañamos hasta el mediodía, y luego subimos al Molino del Contador para comer. ‘Mañana los volveremos a ver’, me aseguró riendo mi hermana Carmen. Y yo asentí con la cabeza. Nos cogimos de la mano, y empezamos a caminar de vuelta al Molino del Contador. Carmen llevaba el pelo mojado, y sus rizos rojizos flameaban al viento como una bella bandera infantil.

 

Cuando llegamos a la mañana siguiente a la poza, el ruiseñor revoloteaba por entre las ramas del sauce con un canto angustiado, y una enorme culebra verdosa estaba haciendo la pesada digestión de los tres polluelos de ruiseñor dormida al pie del sauce. Carmen la cogió, y la mató dándole varias veces con una piedra en la cabeza. Luego, muy segura de lo que estaba haciendo, empezó a darle empujones con sus manos en el vientre gordo de la culebra. Y no cejó en su intento, hasta que logró que salieran los tres polluelos de ruiseñor ya muertos por la boca espachurrada con sangre de la verde culebra. Carmen lloró, y enterró los polluelos. Y yo como estaba muy aterrorizado por que había visto, sólo acerté a decirle que le pusiera una cruz hecha con dos palos encima de la tierra que cubría los polluelos de ruiseñor. Hizo mi hermana Carmen una tumba preciosa, y me dijo que a la culebra no la iba a enterrar. Se secó las lágrimas, y me sonrió con una sonrisa preciosa y un mohín de complicidad. Luego, se tiró un pedo enorme. Y volvió a sonreír.

 

Al volver al Molino del Contador, el cielo era tan celeste que costaba mucho pensar que  en algún lugar hubiese un cielo más azul celeste que el que nos cubría en ese mismo instante. Mi hermana Carmen y yo, comimos patatas con huevos y ciruelas claudia. Después dormimos la siesta, y por la tarde jugamos al escondite. Mi hermana Carmen se escondió en los ojos del Molino del Contador, y yo no la pude encontrar. Me daba mucho miedo meterme en los ojos del molino, caía el agua por ellos y estaban llenos de telarañas. Aquel día, nos acostamos rendidos, y cenamos sopa de pollo con fideos finos,  fruta y yogurt”.

 

El ciudadano perruno Igor González sale de la casa de su padre ya mejorado. Ha olvidado sus cuitas Y ha escuchado a su progenitor con atención y respeto. Ahora ya ha olvidado sus penas. La tarde ahora es cosmopolita con las luces voraces tan especiales de la ciudad de Granada. El perruno camina solitario. Y levanta la pata como si fuese a mear en las esquinas o en los troncos de los árboles que se va encontrando por las calles y plazas de esta urbe que huele a incienso de siglos atrás y a gentes que tienen un tufillo a alcanfor que ahoga a otros ciudadanos. El perruno parece transparente. Se ríe para sus adentros. Va pensando en que su padre le relata su vida con mucho desparpajo y acierto.

 

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