viernes 3 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXII) (25-5-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXII)

 

El ciudadano perruno cuenta hormigas. Está sentado sobre una piedra amiga en mitad de un anchuroso campo verdino que posee un silencio solemne e inaudito. Solo se escucha el sonido del aire y los bellos trinos de los pájaros. La enorme piedra le hace observar el hormiguero desde una posición prominente. El perruno es casi feliz. Y por allí pululan  cientos de miles de hormigas con la cabeza roja y el cuerpo tan negro como la boca de un político corrupto. Son unas hormigas bulliciosas que salen y entran en el hormiguero como insectos posesos que tienen mucha prisa por trabajar laboriosamente. El perruno ciudadano está haciendo tiempo para visitar a su padre. Y por esto se ha ido a pasear por el campo. Ya es una rutina acostumbrada, incluso en los días en los que el perruno no trabaja en el periódico, ir a recibir de su padre el relato diario que más tarde confecciona la novela que está escribiendo con los relatos paternos. Al ciudadano perruno le gustan los ejercicios matemáticos imposibles. Y porque contar hormigas es uno de ellos. No es posible enumerar tantas hormigas como salen y entran en el hormiguero. Aunque al perruno ciudadano esto le da igual, y ya que cuando se cansa, vuelve a empezar con otra cantidad diferente de hormigas a la que ya llevaba constatada. El ciudadano perruno es un tipo increíble que disfruta con las cosas que otras criaturas desechan por estúpidas o raras. El perruno no está enajenado, aunque un poco loco sí que está. ¿Qué ser humano no lleva dentro de sí un pequeño loco amable que no es violento ni pendenciero ni está extraordinariamente enajenado? Todos los seres humanos llevan un orate en su interior.

El del ciudadano perruno, es un loco que hace locuras como un niño pequeño. Un orate que lucha a diario por sus semejantes y con un extraordinario humor para no sucumbir a la puta maldad de muchos seres humanos que simplemente son unos egoístas de tomo y lomo.

 

El ciudadano perruno Igor González, ya está subido en el autobús de línea que lo lleva a la ciudad. Su padre lo espera. A esas horas del mediodía el autobús va casi vacío. Y aún más solitario de viajeros en un sábado sin estudiantes ni trabajadores. El perruno va a comer con su padre., Y después éste le contará un nuevo capitulo inédito de sus raras andanzas cuando era joven y sufría de mal de amores. La comida ha sido opípara. Y después de un café y una copa de brandy, el padre del perruno comienza su exposición verbal de ese día con la agudeza que le caracteriza. Le dice al perruno que en esa jornada le va a hablar de un amigo, pero el ciudadano Igor González está seguro de que lo que le va a exponer su padre se refiere a andanzas de su progenitor. Y su padre con voz solemne comienza a hablarle…

 

“Tenía los cabellos tintados en un ligero tono trigal nórdico, y su culo cartaginés podía dar gran gloria al mismo tiempo, en el peor de los casos, a dos presidentes autonómicos de dos distintas Comunidades Autónomas del país. Y el resto de su espléndido cuerpo era mucho más armonioso que un bellísimo fiordo noruego en absoluta calma. Ella era esplendorosa. Tenía ojos de gata persa. Caminaba como un pantera negra. Reía con la risa de la inocencia que no es inocente. Y decían que copulaba como las hembras de leopardo que son bastante cariñosas y de una libido muy subida. Ella era acojonante.

 

He de confesar, no a mí pesar porque no es un baldón ni situación onerosa, que ella me atraía desde los dedos de los pies hasta la cola de caballo con la que se recogía su pelo rubio. Aunque yo a ella, no se debe de mentir ni omitir, yo le producía urticaria en toda la piel de alrededor de sus ojos azules. Y la boca la tenía hermosa y fresca. Sus labios destacaban carnosos, el inferior más que el superior. Pero jamás me obsequió ni con una sonrisa ni con un beso estricto de rapidez rígida. Y con todo esto tan negativo en las materias de atracción sexual, aún habiendo soportado los desprecios de un bufón enano, a mí me seguían gustando sus pechos pequeños tan redondos como un planeta partido por la mitad y achatado por sus meridianos. Ella, amor inexplorado tenía una cintura de libélula.

 

La tarde avanzaba, y el café disminuía. Soplaba un viento canalla que levantaba casi un palmo del suelo las calles y plazas, y ella llevaba un pantalón imitando el corte militar de color verde y una camiseta negra. Entró en la cafetería como ya entraban atrás en el tiempo, en el Senado Romano, los Cónsules invictos en las guerras contra los estudios y las oposiciones a funcionaria. Su belleza resplandecía. Y su culo palpitaba entre los bolsillos del pantalón que simulaba guerrero. Llevaba una cartera colgada en bandolera en el hombre derecho. Y olía al principio de los tiempos planetarios. Se movía como una hembra felina, y no me miró ni por un solo instante. Los hombres con más de cincuenta años tomando café, lo dijo Borges, somos parte del paisaje interior de una cafetería. Y estamos mimetizados como humo de cigarrillos. O como el papel arrugado de la bolsita que contiene el azúcar para endulzar el café. Pero aunque ella no me mirara en absoluto, yo le eché a ella una ojeada deseosa y amplía a su culo cartaginés, y con los ojos de la soldadesca. Y con un corazón y una sangre, el viento seguía soplando tan canalla, también acanallada por el deseo de copular ardorosamente con ella. Un café por la tarde disimula la soledad. Y porque a la soledad también le gusta tomar café. Ella era la cima de una montaña inconquistable. Un deseo. Una ilusión. Una necia equivocación.

 

Y cuando se marchó inhiesta y ausente, una parte importante de mí se fue con ella como un lazarillo mudo que la acompaña, pero que no dice palabra ni la toma del brazo para conducirla la gloria o al infierno de una amplía cama con vistas al futuro. Ella era tierna e incomprendida. Estudiaba y trabajaba ocasionalmente. Y sus muslos debían de ser basálticos con los pies descalzos o calzados con zapatillas deportivas. Nunca un hombre elige a la mujer, ellas son las que tejen la tela de araña. Los hombres son instrumentos musicales. Y las mujeres son las que tocan el instrumento sacándole sus tañidos y sonidos. Damas que se emparejan por una sola noche. O hasta que la eternidad decide. Son tiernas damas amorosas. El amor simplemente es la posición económica desahogada de un pene, no importa el tamaño, idiotizado y succionado en la tela de araña formada por una caída de ojos al mirar. Ella le sonrió al dueño de la cafetería, y tomó la puerta de forma sencilla y esmerada. Caminaba con pasos volatineros de ballet militar ruso, y su cola de caballo se movía de un lado para el otro de forma sincronizada. Sus hombros eran redondeados. Sus brazos arquitectónicos. Tenía la piel soleada y maleable. Esto me parece a mí. Y su nariz era recta como las de las vestales de perfil.

 

Y todavía estoy colocando libros después de la mudanza. Los apartamentos de alquiler  cada vez son más estrechos y angostos. Y los desamores semejan la falta de espacio que existe para colocar todo lo que la sangre anega cuando el corazón se cambia de domicilio. Ella tenía su destino, y el mío no confluía con el suyo. Tan cierto como que jamás me amó. Lo imposible solo es imposible. Y el amor quizá solo se le aparezca a los ricos y a los tontos del mismísimo culo”.

 

Ahora el perruno hace el viaje a la inversa. Va subido en el mismo autobús de línea que le lleva a su casa. Lleva la grabadora con otro relato paterno. El sol anaranjado se va por el camino del ocaso de una tarde calurosa. La ciudad de Granada ya va quedando atrás y los campos del Valle de Lecrín se van abriendo como esas amapolas tan rojas que están dispersas por las cunetas y los campos todavía verdes de al lado de la carretera que es serpenteante. Sierra Nevada alpina vigila todo desde sus alturas. Lo observa todo como un oteador vigía de las legiones romanas que avanzan por el valle repleto de naranjos y limoneros que están ahítos de flores de azahar oloroso. Zumban las abejas por doquier. Los verdes son casi infinitos. Bandadas de estorninos, tan endrinos como las noches que son cerradas de luna, vuelan como formaciones de aviones de combate en busca de una cena apetitosa que después los lleve a sus dormitorios nocturnos en los árboles perdidos. El perruno ciudadano recapitula con las palabras de su padre. Y recuerda la similitud del   relato de hoy con otras vivencias amorosas que él ya ha vivido. El amor siempre es muy semejante en todos los estadios temporales. El amor es igual en tiempos actuales que en tiempos pretéritos. Los amores de las personas en todos los tiempos son intrahistorias de amor que son parecidas. Nadie es exclusivo en el amor, y aunque sopese que su amor es el más original de los amores. Avanza el autobús con ruedas cansadas y con motor que ya está bastante rodado en ese día de ir a la ciudad de Granada y de volver al Valle de Lecrín. Al perruno ciudadano le da modorra. Aunque  él no es capaz de cerrar sus ojos y dejar de observar una puesta de sol maravillosa. El perruno piensa en la novela que está escribiendo con los relatos de su padre y con sus propias vivencias, y reflexiona que no es una mezcla literaria inoportuna. Que no es una prosa farragosa y difícil que es poco entendible para los lectores futuros. Y el sol se va en este día. Desaparece detrás de unos montes que ahora son grises y azulados. Al perruno ya se le cierran sus ojos. El día ha sido fructífero. Ha sido un sábado en el que ha cocinado, ha limpiado su apartamento de alquiler, ha paseado y contado hormigas como estrellas fugaces y ha visitado a su padre para que éste le relatara otro pequeño capítulo para su novela. Y ya en su casa, todo se le vuelve descanso al perruno. Mañana domingo espera la visita de sus hijos amados, y a los que obsequiará con cocinarles un arroz caldoso. Los domingos siempre son como días más íntimos. Unas jornadas familiares que son espléndidas para la salud paternal del ciudadano perruno Igor González. La vida es una auténtica compilación de pequeñas bondades que hacen la bondad vivencial de cada persona. El perruno, hoy ha sido feliz.

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