lunes 13 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perrunoIgor González XLII) (28-8-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XLII)

 

El ciudadano perruno Igor González es un demócrata convencido. Y como él siempre dice de sí mismo, es una persona humana que no juzga a las otras personas por el color de su piel, por sus convicciones políticas, por sus credos religiosos, por su situación social y económica o por su estatus cultural. El perruno solo distingue que todos somos seres humanos en este planeta tan azul, blanco, verde y terroso. Y al que lo estamos destruyendo todos con nuestra insensatez y egoísmos. En esta mañana de un verano que se larga por el foro con viento fresco, nunca mejor dicho lo del viento fresco que está empezando a aparecer después de tantos calores caniculares, el ciudadano perruno va camina risueño en busca de la narración diaria de su padre. No puede vivir sin estos relatos que van a hacer una nueva novela. Anda el perruno por las calles de su ciudad, la Granada inmortal y monumental, la anclada en el pasado, observando con ojos también perrunos que está llena de turistas y viajeros que se quedan arrobados observando esta urbe monumental que poseen todos los granadinos, esos habitantes que le dan muy poca importancia a su ciudad. Y ya que si le dieran la importancia que merece Granada, otro gallo le cantaría a esta ciudad anclada en las otrora desbondades ya obsoletas de finales del siglo XVII; y, a pesar, de que el siglo XXI ahora cabalga como un corcel que galopa hacia el futuro con la fuerza de lo que debe de ser impetuoso, pero sin dar tropiezos que hagan que el caballo del futuro se desboque y caiga a tierra con el estruendo de lo que es regresivo. El perruno camina y no le quita el ojo al culo de una turista con pantalón tan escueto que enseña sus glúteos, espléndidos, con la naturalidad de la mujer que conoce que posee un hermoso culo cartaginés con forma de pera y tan duro de carnes como una piedra de esas tan lisas y duras que son de lecho de río. ¡Divino culo extranjero!, sopesa el perruno con sus ojos de caniche de aguas o turco andalusí. ¡Una diablura!, remata el perruno, y advirtiéndose para sus adentros que se está poniendo a mil por hora con el culo prieto exógeno de una rubia centroeuropea que está como el pan caliente de buena.

 

Y al recibirlo su padre en su casa alhambrina, le argumenta éste que hoy toca un relato triste de dos políticos maricones que se amaban con singularidad y con un amor casi infinito, pero que la desgracia cayó sobre ellos porque Dios es grande al castigar a los malos y premiar a los buenos. El padre del perruno ciudadano es un reaccionario de los que ganaron una guerra cainita, esa que dio origen a más de 40 años de feroz y asesina dictadura franquista. El padre del ciudadano perruno Igor González, es un militar que está jubilado. Un hombre contradictorio. Y porque es avanzado para algunas cuestiones y muy regresivo para otras. Aunque nunca fue un feroz asesino. Ni tampoco un ladrón.

 

-Obvio es, que a mí no me gustan nada los homosexuales, pero ahí va el relato que me contó la hermana de uno de ellos, y que yo te cuento a ti, le dice su padre al ciudadano perruno, y mientras el guiña un ojo con complicidad paterna.

 

 

“Quiero dejar claro que no le guardo ningún rencor a Fermín, aunque el muy cobarde y valiente a la misma vez, dejó deshecho mi corazón. Yo descubrí desde mi infancia que me gustaba jugar con muñecas y confeccionar sus vestidos. Más tarde, con catorce ó quince años, también se me reveló que las chicas no me interesaban y que en cambio los chicos me volvían loco con sus andares de macho y con sus culitos estrechos y turgentes. Fue en esos años cuando comprendí que yo era homosexual. Y  que mi vida sería un calvario porque esta sociedad discrimina a todos los seres que son sensibles y diferentes a lo establecido como correcto por la doble moral cristiana.

 

Aún recuerdo, como si lo estuviera viviendo en estos momentos, el día en que conocí a Fermín. Eran los años de la Facultad de Derecho, y lo contemplé por primera vez en la cafetería de la facultad atestada por unos jóvenes estudiantes que ya pertenecíamos  a una generación libre porque el dictador había muerto y porque España ahora contaba con una constitución, con elecciones libres y con un gobierno político elegido democráticamente.

 

Yo terminé la carrera, Fermín un año después, e ingresé de lleno, casi inmediatamente, en el mundo político. Fue a instancias de un profesor de Derecho Político que militaba en la izquierda, bueno en lo que parecía la izquierda y que en ese tiempo gobernaba el país. Él me instó para que conociera el mundo interior de una formación política, y allí me quedé.

 

Al principio fui el chico para todo, después escalé puestos a base de buenas zancadillas y accedí a colocarme en las listas cerradas, como candidato al Congreso de los Diputados. Obvio es decir que salí elegido. Iba bien colocado en la lista, y llegué al Congreso de los Diputados con la ilusión de un chaval con bicicleta nueva y con la noble y sana intención de trabajar para todos los ciudadanos por igual.

 

Una interminable fila de recién elegidos y de otros que repetían legislatura, hacían cola para acreditarse en la secretaría del Congreso. Yo estaba tan nervioso que, al principio, no reparé en Fermín, pero él sí lo hizo y vino a mí con los brazos abiertos y con la intención de fundirse conmigo en un largo abrazo.

 

-¡Hola Javier! ¡Hola pedazo de canalla! ¿Supongo que estás aquí para lo mismo que yo? Salimos elegidos… ¡Cojones! ¡Somos cojonudos! De los mejores… ¡No?- me dijo Fermín, abrazándome.

 

-¡Joder, Fermín! Tú también en este mundo de la política. Yo te hacía en Jaén, ejerciendo de abogado y llevando señorito las fincas de olivos de tu familia- le contesté.

 

¡Capullo! ¿Tú crees que yo iba aguantar una vida de picapleitos y bello terrateniente? No. Mi vida está aquí como representante del pueblo y dentro de la derecha que tú siempre criticaste porque creías que era reaccionaria- me respondió Fermín.

 

A partir de aquel día, Fermín y yo nos vimos en infinidad de ocasiones, unas en los pasillos, otras en la cafetería del Congreso y, las más, en la Comisión de Justicia. Y poco a poco, Fermín y yo nos hicimos inseparables y, menos a dormir en la misma cama, todo lo hacíamos juntos. Lo nuestro fue, en definitiva, un gran amor, y que viviéramos juntos una cuestión de pocos días, en un corto espacio de tiempo.

 

-¡Cariño! Hoy me siento regular. Estoy muy cansado, aunque no faltaré a la Comisión. Y ya que como sabes, hoy vamos a empezar a ver si nos ponemos de acuerdo para sacar adelante la ley sobre la eutanasia. ¡Es increíble que yo, supuestamente contrario a esa ley por militar en un partido de derechas, esté de acuerdo con ella; y tú, socialista de pro, estés en desacuerdo y en contra! Querido Javier, es necesario sacar esa ley adelante, las gentes tienen derecho a morir con dignidad, y en los casos de enfermedades terminales- me dijo Fermín.

 

-Fermín, debes de ir a que te hagan un buen chequeo. Es para tu seguridad y para que estés absolutamente tranquilo. No tienes nada importante, sólo padeces un estrés de campeonato y tu salud es de hierro. Con respecto a esa le famosa tuya y que tú tanto apoyas y que nadie de tu partido lo hace, es impensable para un socialista cristiano como yo. ¡Coño! Sólo Dios es dueño de nuestras vidas- le increpé yo.

 

Mi vida junto a Fermín era una delicia. Pasaban los días felizmente y nada oscurecía nuestra convivencia. Ya habían desparecidotas miradas torvas y oblicuas al pasear juntos cogidos de la mano por los pasillos del hemiciclo; ya no existían las conversaciones de bajo tono sobre nuestra vida común; y ya se acabaron los malentendidos del principio: nuestro amor era evidente y aceptado por nuestros semejantes bien acomodados en política y en los roles sociales establecidos con corrección. Nada, absolutamente nada, empañaba nuestra felicidad de pareja de hecho.

 

-Javier, mi vida, ya llevamos tres años juntos y hoy es el día más triste de mi existencia. Tengo cáncer de hígado y me quedan pocos meses de vida. Perdona la brusquedad de mi exposición, pero es mejor hablar claramente: me muero por la acción de un tumor maligno que se me ha desarrollado en mi hígado, y también me muero de pena al hacerte participe de mi enfermedad mortal. No soporto la idea de que pronto no estaré junto a ti. Me lo han confirmado esta mañana. Hace tiempo, quizá años, fue cuando debí hacerme el chequeo al que siempre me animabas, no lo hice y te engañé. Ahora ya no tiene remedio y voy a morir pronto, aunque quiero que sepas que he sido un hombre feliz junto a ti. Te amo Javier- me dijo, Fermín, llorando.

 

En aquel momento sufrí un desvanecimiento y cuando desperté, Fermín me había tendido en el sofá y me tenía cogida la mano. Todo me daba vueltas, aunque saqué fuerzas de flaqueza comencé a gritar: ¡Dios mío! ¿Cómo me puedes hacer esto a mí? ¡Yo te amo fervoroso y con gran acatamiento! ¡Amo tus Santos Mandamientos! ¡Te amo profundamente Padre, y amo a tu Hijo y amo también al Espíritu Santo! ¿Cómo me puedes hacer esto? ¡Amo a la Santísima Virgen, y amo a Fermín con un amor verdadero! ¿Cómo puedes hacerme esto a mí? ¡Necesito a Fermín, sin él no soy nada! ¡Dios mío, no te lo lleves porque también te llevas mis ilusiones y mis ganas de vivir!

 

-Fermín, te quiero, y que desaparezcas es la mayor tragedia de mi vida- exclamé, finalmente, al ver a Fermín mirándome con ojos arrobados.

 

Desde aquel día todo cambió en mi vida; antes era muy feliz, y ahora estaba deshecho por la terrible noticia de la mortal enfermedad del amor de mi vida. Sé positivamente que a partir de esa fecha fatídica, a Fermín no le falto de nada, nunca le había faltado, pero el conocimiento de su letal enfermedad hizo que yo me volcara aún más a su servicio. Y desde luego, fue el palo más demoledor de mi existencia y acicate para ayudarle totalmente.

 

Fermín y yo vivíamos como locos sin escatimar, estábamos inmersos en un carrusel que explotaba la vida minuto a minuto y éramos dos locos enamorados que luchaban contra un reloj inexorable que cada hora y cada día agotaba la vida de mi compañero, mi amor. Todo tipo de fantasías eróticas, comidas afrodisíacas, viajes repetidos a París, Londres o Nueva York, fueron la tónica generalizada de aquel tiempo que se nos escapaba y que vivíamos como dos insensatos apasionados que luchaban por ser felices, antes de que Fermín me abandonara definitivamente.

 

-¡Cariño! Ya estoy aquí. Te traigo una sorpresa, nos vamos a USA mañana. He conectado con el centro de Oncología de Houston, y te van a tratar inmediatamente que lleguemos a Texas. Me han asegurado, según el dossier clínico que les mande tuyo, que el tumor que te detectaron tiene solución, y que sólo te extirparán una parte del hígado. ¡Dios mío, qué suerte! ¡Fermín! ¡Te vas a salvar, y no vas a morir!- le dije a voces.

 

Nadie me contestó y eso me pareció extraño. Fermín debería de estar en casa, y ya de vuelta de los asuntos que le habían llevado al Congreso de los Diputados.

 

-¡Fermín, Fermín!, ¿dónde estás?- inquirí angustiado.

 

-¡Fermín, Fermín!- chillé muerto de miedo y extrañeza.

 

La visión más horrorosa de mi vida, la que jamás había presenciado y la que nunca había deseado presenciar se abrió ante mis ojos: sobre un gran charco de sangre yacía Fermín. Su boca abierta era un túnel negro por el disparo que le había salido por la nuca, y que lo había matado instantáneamente.

 

-¡Fermín! ¡Dios mío! Tu cáncer tenía solución. No debías de haberlo hecho. El Congreso de los Diputados no aprobará, por ahora, seguramente lo hará pronto, la ley que regule la eutanasia con tu ejemplo de suicidio. Me dejas más solo y abandonado que nadie en este mundo. Yo te quería con pasión. Y tú has cumplido con tu ética de morir de manera digna. ¿Has muerto dignamente con ese disparo maldito? Jamás te olvidaré Fermín, mi amor. ¡Dios mío, qué solo me has dejado!- di un alarido sollozando, y sin tener el valor de Fermín para descerrajarme otro tiro en la boca”.

 

El ciudadano perruno Igor González, ha salido totalmente triste y desalmado de la mansión de su padre en los aledaños de la Alhambra. El relato tan desconsolado y amargo de los dos homosexuales, le ha dejado sin defensas. Es dura la vida. Y debe de ser mucho más dura para los homosexuales y lesbianas en un país con tanta doble moral como es España. Camina tristemente el ciudadano perruno, va en busca de su autobús preferido, ese que lo lleva y lo trae a la ciudad de Granada desde su pueblo adoptivo en el Valle de Lecrín. Ha sido un relato duro y escalofriante. Algo que a nadie le debería de pasar. Aunque el hombre es el único ser que sabe sobreponerse a todas las adversidades.

 

 

 

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