viernes 10 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El condenado) (1-12-2014)

El condenado

 

Aquel hombre estaba deshecho. Molido a palos. Vejado. Torturado casi hasta la muerte. Estaba tirado y humillado en el suelo húmedo e inmundo de los calabozos lóbregos del edifico central del poder omnímodo del Estado. La policía democrática, dependiente del presidente del Gobierno, lo había detenido porque en sus clases universitarias hablaba de la democracia mancillada, rota y oprimida por aquel Gobierno absolutamente corrupto y corrompido. Pero a aquel hombre docto, justo y sabio, las terribles palizas, las onerosas vejaciones y las tan durísimas torturas no lo habían vencido. Destrozado resistía. Aunque  ya estaba casi moribundo. Y con una amplia sonrisa que era algo mucho más que un gesto absoluto de rebeldía y de desprecio hacia sus enloquecidos verdugos. Algo que a éstos los enloquecía. Y ya que seguían torturándolo bestialmente, y a pesar de que la orden de asesinarlo, pegándole un tiro en la nuca, ya había sido dada desde las más altas instancias del Estado. En aquel país la democracia peligraba por la corrupción política.

 

El siniestro sicario de la policía secreta se acercó por detrás del hombre torturado. Ya llevaba la pistola sin seguro y con el gatillo listo para la ejecución asesina. Su cara era del color de cera grisácea de las velas apagadas y sucias de cualquier imagen que está en la parte baja de la fachada de una iglesia cualquiera. Le temblaban las manos, pero su fidelidad de policía no dudaba en ejecutar al reo vejado y humillado. El sicario era un hombre calvo con un bigote enorme que le caía hacia su boca fina, un mostacho antiguo que ocultaba sus labios de serpiente. Esta sicario fue también profesor en la universidad, y sus celos profesionales eran inmundos hacia el viejo profesor que ahora yacía tirado y torturado en el suelo y esperando el disparo liberador de tantas vejaciones tan horribles.

 

Y aquel asesino funcionario, le preguntó al hombre que si estaba interesado en pronunciar sus últimas palabras. Y éste le contestó que sí iba a decir algunas palabras breves que hacía  poco que las había leído en el sobre del azúcar cuando tomaba un café en la cafetería de la Facultad en la que él enseña Ética Política. Y que son las siguientes al parafrasear las que pronunció muchos años atrás el doctor Martin Luther King: “No me preocupan los gritos de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Me vais a asesinar sin piedad, pero lo que me preocupa es el silencio de los hombres buenos”. El disparo resonó pocos segundos después de las palabras de aquel hombre, y que fue asesinado sin juicio justo por ser una persona libre y un defensor a ultranza de la democracia.

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