lunes 20 mayo
Opinión  |   |

Y la Semana Santa llegó a Granada

Escribo este artículo en el espacio que una vez más me brinda la generosidad de Ahora Granada, casi con eco de tambores, perfume de incienso, tintineo de varales y rachear de pies sobre adoquines y asfalto. Llega la Semana Santa a Granada. Llega, sí, como el tren de Málaga, como los fondos europeos, como la música en directo. Llega porque después de dos años, era imposible pensar en una tercera ausencia. A la tercera fue la vencida.

El virus sigue entre nosotros. Es más, parece que una nueva variante pretende instalarse aquí, pero os prometo que a mí me pillará viendo una salida en Santo Domingo. No pretendo ser frívolo, pero el virus, esta maldita pandemia ya nos ha condicionado demasiado la vida. Y no quiero restar un ápice de gravedad a lo que sucede todavía. Lamentablemente aún tenemos amigos y amigas que se nos van por culpa del maldito bicho. Pero si el Gobierno de España ha realizado el enorme esfuerzo de vacunarnos a la inmensa mayoría de la población, además a unos niveles envidiados por toda Europa, ha sido para que podamos mirar a la cara del virus y plantarle una mínima batalla. Por eso, con mis vacunas, mis anticuerpos y mi mascarilla, quien quiera saber de mí, por ejemplo el Miércoles Santo, que me busque en las Descalzas. Porque yo voy a salir a la calle en Semana Santa.

No podemos olvidarnos de la necesaria precaución, que hay que seguir todas y cada una de las recomendaciones sanitarias que las autoridades nos siguen recordando. Esa es la responsabilidad a la que debemos apelar como ciudadanos. Pero, en mi caso, acompañando a mis padres en la calle Ganivet, por ejemplo.

Granada se ha quedado huérfana de tradiciones durante dos años muy dolorosos. La necesaria normalidad empieza también por la recuperación de la vida cotidiana de la ciudad. La actividad en sus calles, el alboroto de sus gentes, la música del agua en sus fuentes... y también los globos en manojo que se colocan en el Campillo, para que los niños puedan atar a su muñeca a un Bob Esponja que, finalmente acabará surcando los cielos por la Plaza Mariana Pineda para ver cómo la hermandad de la Lanzada cruza en puente romano entrando en la ciudad; también debe oírse la voz aguardientosa que, desde la Carrera de la Virgen grita “perdiceeees” pregonando las papas asadas a las que recurrimos cuando nos aventuramos a ver la salida del Rescate en la Magdalena, y nos echamos algo al coleto para asentar el hambre de la jornada de Lunes Santo iniciada bien temprano en la calle Polinario; también se tiene que recuperar esa cola en Los Italianos, cuando, una vez ha salido la Borriquilla, el pueblo marcha rápido, bien a San Pedro para ver al salida de la Sentencia, bien al Sagrario para hacerse un hueco y disfrutar del Cautivo.

Sí, esa es la normalidad ansiada, la esperanza anhelada para los que amamos nuestra Semana Santa o, en suma, para quienes deseamos que el corazón de Granada vuelva a latir y llene de vida las arterias del centro o de nuestros barrios. Por eso, con la cabeza puesta en la Iglesia de San Andrés recupero con este artículo la ilusión de aquel niño que, de la mano de su padre, vivía estas vísperas como si de la llegada de los Reyes Magos se tratara. Y no nos engañemos, porque también, la Semana Santa está siendo deseada por aquellos negocios que desean de una vez por todas ese punto de inflexión que desanude la soga de la desesperación que les llegó sin esperarlo en marzo del 2020. Una pandemia y una guerra después, no podemos decir que seamos tan buenos como añorábamos ser enclaustrados en nuestras casas, pero es cierto que hemos de aceptar que la vida sigue y no tenemos más remedio que enfrentarnos a ella con la mejor de nuestras caras o, al menos de nuestra predisposición.

Por esa razón, y si otra cosa no lo impide, como cada año, a las tres de la tarde del Viernes Santo, me iré hasta San Cecilio, bajaré su cuesta y pararé unos minutos para que el cornetín de Felipe Cañizares resetee mi reloj en el que es, en mi caso, mi verdadero año nuevo. Porque en mi casa, las doce campanadas tienen olor a Realejo y siempre llegan en primavera.

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Columnista
Juanjo Ibáñez

Concejal del Grupo Municipal Socialista del Ayuntamiento de Granada

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