Luna creciente (Cocodrilos al sol) (16-7-2014)
Cocodrilos al sol
La ciudad de Granada es una vieja gallina clueca que lleva, ni se sabe, mucho tiempo empollando huevos de granito (cuarzo, feldespato y mica). Y por esto está petrificada. Va usted paseando por la ribera del río Genil, en Granada capital, y puede observar las colonias de cocodrilos que existen en sus isletas adentro del cauce fluvial. Cocodrilos de un tamaño considerable y con unas bocas enormes que se mezclan, al sol veraniego de la canícula, con un paraguas desvencijado porque le ha llovido mil aguas de todo un siglo; la rueda de una motocicleta de baja cilindrada que nunca compitió con Márquez en el Campeonato Mundial, una olla a presión que está desvencijada de tanto cocinar puchero de judías blancas con chorizo, morcilla y patatas; un condón que se ha detenido por la acción de las aspas de un ventilador desmadejado que hace que el preservativo parezca la bandera blanca de la paz por la acción del viento; las bragas de una dama apostólica en estado de necesidad imperiosa que con apuros las ha arrojado al cauce desde un automóvil cuando comenzó a copular con un jovenzuelo, a las cuatro de la madrugada, junto al Puente de los Escolapios; la gorra deportiva de un político atleta conservador que el cabronesco viento le ha arrebatado y la ha mandado a un cepellón de juncos nacidos en el cauce más famoso de esta ciudad y porque la Madre Naturaleza (La Pachamama) se llama Dios y ella ha realizado el milagro de la vida vegetal junto al agua que baja de Sierra Nevada; las zapatillas de correr, no de copular, de otro político que es progresista y que corre maratones de ciento tres metros; y el ombligo del director de un periódico que regala, con cartilla diaria, sepulturas en el Cementerio de San José. Eso.
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