sábado 18 mayo
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Relatos cortos sin recortar (24 de Marzo de 2014)

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Un cielo de color rojizo lo amparaba. Las lluvias ácidas todos los días caían desde las purpúreas nubes al suelo encharcado de agua con tonalidades de cinabrio. Aunque a él, nada de lo que acontecía le importaba lo más mínimo. Él estaba completamente ido. O era bipolar. Y la manía persecutoria que padecía lo estaba devorando y encogiendo sobre si mismo. No era una persona razonable. Psíquicamente no estaba normal. Y sus largos paseos por el desierto del alcohol, lo ensimismaban aún más. Vivía en un mundo irreal que él mismo lo había inventado para tener una razón por la que vivir a diario. Estaba completamente loco. Y cuando saltó al vacío desde la última planta del hospital psiquiátrico en el que estaba ingresado, las personas que caminaban por el jardín, pacientes como él, oyeron que caía desde las alturas cantando con voces desatalentadas y energúmenas una canción de amor. Murió en el acto.

 

La cama era redonda. Enorme. Y su colchón de agua los acogía. Ella estaba haciéndole a él, muy despacio, una felación. Y él gemía de placer. La tarde era tan calurosa que el sudor inundaba las sábanas de lino sobre las que ambos amantes yacían. Ella se tragó el semen de él. Y él tendido boca arriba, tenía los ojos cerrados y los labios secos por tanto gemir de placer. Ella ahora jugaba con su pene flácido. Y él comenzó a lamerle el sexo con su lengua de viejo lagarto verde que ya está curtido en más de mil batallas de amor carnal con mujeres jóvenes. Jóvenes a las que le gustan los saurios con verdes escamas provectas y lenguas ancianas por los tantos años ya vividos en el amor. Al cabo del tiempo, a ella le empezó a venir un éxtasis que la volvía loca de placer. Se retorcía en la cama de agua. Y no notaba que él la estaba ahogando con las manos aferradas a su cuello de cisne joven.

 

La muerte iba montada con él, ejercía de copiloto, en el coche deportivo que conducía a muchos más kilómetros de los permitidos en aquella estrecha carretera rústica que unía a la ciudad con la finca de recreo que poseía su padre como picadero. Y que él la usaba para sus caprichos sexuales. El gran deportivo rojo rugía y levantaba polvaredas porque sus ruedas, a veces, invadían lo que parecían arcenes, aunque solo eran la tierra de la pista forestal que conducía a la cabaña de montaña de su padre. Iba a adecentar todo el refugio porque la noche anterior había estado allí amando a una nueva chica que había conocido esa misma tarde en una cafetería de moda. El barranco a la derecha de la pista forestal era espeluznante por profundo y escarpado. El deportivo iba como volando.  Y cuando comenzó a volar realmente, con el fondo del barranco aguardando, él comenzó a mearse y defecar en sus pantalones vaqueros de marca poderosa y precio elevado.

 

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