jueves 16 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González III) (16-3-2015)

El ciudadano perruno Igor González (III)

 

Ante una escalofriante cerveza sin alcohol y una tapa norteña de bacalao con tomate, rodajas de ajo frito y pimientos morrones asados a fuego lento con leña de almendro, el perruno ciudadano Igor González discurría sesudo que siempre, que en su ya larga trayectoria amorosa de amador innato de damas en apremios, de putones singulares y de mujeres de un recato conocido, él había sido un hombre poco afortunado con el amor terrenal. Y que las damas faltas de un pene salvador, los putones artistas que se definen a sí mismas por su propio nombre y las damas recatadas que follan como leonas aunque van a misa, le habían tomado el pelo solemnemente. El perruno bebía fría cerveza de cero grados de alcohol con la misma destreza que lo hacen los británicos, aunque éstos no conocen la exquisitez culinaria que es el bacalao con tomate al estilo de un cierto valle perdido entre Sierra Nevada y el mar Mediterráneo. Un valle que está repleto de limoneros y naranjales, y el que también existen pequeños huertos que producen unas hortalizas de una calidad suprema. El perruno ciudadano, sin emborracharse porque con la cerveza sin alcohol es imposible, solo se orina oceánicamente, en esos supremos momentos de degustar el bacalao con pimientos asados se acordaba de su primer amor. Ese amor que sucumbió porque ella era una niña mimada y él un gilipollas de pocos años que no tenía dos dedos de frente, pero sí un extraordinario pene sin sesera como una máquina sin fin que siempre está fabricando coitos sin descanso. Ella era tan bonita como un amanecer entre almendros en flor. Y el joven perruno era, por aquellos estadios temporales, como un simio sin escala de valores definida que todo el día deseaba estar copulando como un mandril. Ella ya empezaba a tener responsabilidad social, cultural y económica. Y el que después sería el ciudadano perruno, navegaba en las aguas procelosas de poseer menos responsabilidades que un oscuro jumento en un departamento universitario. Al joven embrión de ciudadano perruno, por aquellos entonces solo le preocupaba follar, jugar a ser adulto con sus amigos de la panda y a divertirse que se acaba en mundo en tres días y medio. Y ella ya era una mujer adulta que no pretendía ser adúltera, pero que finalmente lo fue porque la engañó un hijo de la gran puta que creía ser el centro del universo cardiovascular de este país de memos con las jodidas y putas mentiras siempre por delante para engañar incautos, ellas y ellos.

 

-Oye perruno… ¿Te acuerdas del culo tan duro, casi de cuarzo, feldespato y mica, que tenía tu amor primero? ¿Tienes memoria cierta de los muslos sagrados y humanos y apetecibles por ricos, también por marmóreos y torneados y largos, que poseía tu amor primero, esos que junto a sus estilizadas piernas tú lamías como si la vida te fuese en ello? ¿Y sus pechos sin caída porque la gravedad no podía vencerlos, aquellos con unos pezones de ensueño? ¿Recuerdas su sexo dulce como una pera de secano, ese que era como un manantial que tú relamías con tu lengua como si fuese una penitencia impuesta por una tarde calurosa en la que ambos estabais encamados en un apartamento marinero en el que igualmente se escuchaban las olas mediterráneas? Oye perruno… Cabrón que todo lo echaste por la borda… ¿Y rememoras su boca de saliva tan acariciadora y con labios gordezuelos como un oasis repleto del agua que salva vidas y de dátiles como riquísimos pasteles de miel azucarada?- se decía para sus adentros el ciudadano perruno Igor González, y mientras seguía engullendo cerveza cristalina helada y bebiendo con trozos de rico pan de miga galáctica el colosal bacalao con tomate y pimientos asados.

 

Esta es una tarde de la primavera que va a llegar, y en la que el perruno ciudadano está descansando y rememorando el pasado del otrora, ese ayer imperfecto, y a la par que el perruno escancia la dorada cerveza y saborea el tan gustoso bacalao con tomate, ajos y pimientos morrones asados, y después de haber escritos un par de folios para su nueva novela. Ahora ya el calor se nota en la piel del perruno ciudadano con cierta malaleche, aunque es muy bien venido porque los meses invernales han sido bastantes duros por las nieves caídas, por las aguas a raudales y por las heladas en las mañanas despejadas de nubes. También en esta suave tarde de un calor tempranero, se nota la tristeza innata de Igor González, y ya que en el fondo de su tenue y guerrero corazón aún existe una llama altiva por su amor primero. Nunca ha dejado de quererla. Y a pesar de que él cree que ella lo lleva odiando toda su vida. Sopesa el perruno ciudadano que ella lo odia porque también todavía lo ama, y a pesar de que han transcurrido muchos años de aquel amor que se consumió desgraciadamente como el libro que pueden escribir dos escritores que no saben componer los capítulos exactos de una trama con las frases adecuadas y con las palabras necesarias para que aquella bella historia de amor entre ellos hubiese sido tan larga como sus vidas. En esta tarde de un sol que se marcha por el oeste después de haber dejado sus rayos beneficiosos y espléndidos sobre la faz de una dura tierra en la que los hombres padecen y disfrutan de los amores, odios, envidias y despropósitos, también el perruno ciudadano Igor González, está como un lagarto recibiendo los últimos rayos solares de un día que camina a su ocaso. Está en la mesa de siempre de la cafetería de toda su vida en el valle, aunque ya ha dejado de recordar a su amor primero. Ahora el ciudadano perruno prefiere poner su mente y su imaginación en los muslos de una chica que se ha sentado en otra mesa, esa que está enfrente de la de él. La chica tiene los muslos al descubierto porque lleva una minifalda esplendorosa. Y está con la palabrería, charlando, con otra chica de muslos similares, aunque a ésta se le ven unos pelos rizados que le sobresalen por ambos lados de sus braguitas tan blancas como las enaguas de santa Teresa de Jesús. El perruno es un hijo de puta que saborea la visión del vello púbico de la chica como si estuviese ya degustando de su sexo, ese que quizá esté salado con algo de olor a bacalao oscuro porque la chica se duchó de temprano y ya el reloj muñequero demuestra, en el campanario de la iglesia, que la noche cae almibarada.

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