domingo 19 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González L) (25-9-2015)

El ciudadano perruno Igor González (L)

 

El padre del ciudadano perruno Igor González, flotando airoso en el aire como un zeppelín perezoso que está repleto de gases alcohólicos porque se ha bebido ya una excelente botella de una añada magnífica de vino tinto de la Ribera del Duero y se ha metido entre pecho y espalda un plato de buen jamón y mejor queso, recibe al perruno ciudadano con un brillo especial en sus ojos de conejo provecto. Aunque su saber estar es impecable. El perruno nunca ha observado a su progenitor dando la nota discordante por estar borracho como una cuba. Al revés, el padre del ciudadano perruno jamás pierde la compostura porque haya trasegado en demasía. Y la mansión del progenitor de Igor González, tan antigua como un río seco, es un compendio de muebles antiguos de una calidad óptima. También allí relucen los óleos de antigüedad contrastada y las lámparas de cristales de Bohemia. Y la biblioteca del padre del ciudadano perruno es de esas que merecen la pena ser visitadas a diario, y ya que consta de bastantes miles de ejemplares de todas las disciplinas literarias, artísticas y de las variadas ciencias que hasta ahora son conocidas. Es enorme la mansión, aunque no toda está habitualmente usada. El padre del ciudadano perruno vive en una ala superior, la mansión consta de tres alturas, que conforma un pequeño, coqueto y funcional apartamento. Y en el que es feliz el progenitor del perruno. Y la bodega, en el subsuelo de la mansión, es una cueva excavada en la roca que está repleta de botellas de las mejores añadas de las distintas bodegas españolas y extranjeras. El padre del perruno vive como un primo hermano de Dios. No se priva de nada de esa gloria bendita, que es por siempre bendita y alabada.

 

-Caro padre. Me da la sensación de que me vas a sorprender de nuevo, con tu relato, en este día con más nubes espesas que presagian lluvias en un tiempo mínimo. El otoño ya ha llegado, aunque el calor todavía no se ha marchado definitivamente. Los árboles no presentan todavía, en sus hojas, esos colores ocres que hace que se sequen y caigan con un suave balanceo hasta el suelo y formen unas espesas alfombras vegetales rojizas o amarillentas. Ya he cogido ropa de abrigo porque por las mañanas hace un fresco que presagia el cambio de estación. ¿Y qué me vas a relatar? - le argumenta preguntando el perruno a su padre.

 

-Te vas a relamer con el relato de hoy. Es algo inaudito, escalofriante y una tontería de tamaño impresionante. Las cosas de tu padre… Imagina algo improbable en extremo. Algo que o puede pasar. Y habrás acertado con lo que ahora mismo te voy a relatar. Y para que tengas carnaza literaria con la que confeccionar esa novela que tengo muchas ganas de que la termines para leerla. Es cierto, está cambiando el tiempo, y ya que el otoño ya es oficial desde el pasado día 21 de Septiembre. Empieza a hacer frío por las mañanas. Y me tienes que contar tu opinión sobre las próximas elecciones autonómicas catalanas y sus repercusiones si ganan los nacionalistas que desean llevar a efecto cierto su independencia de España. ¿Se puede montar todo un hermoso pollo de incalculables consecuencias? ¿O no llagará la cosa a nada de resonancia? Parece que el Caudillo no dejó las cosas atadas y bien atadas- le espeta el padre del ciudadano perruno, un fascista de reconocido prestigio y militar ya en excedencia, a su hijo que es un reconocido marxista y al tiempo que comienza a relatarle la narración de este día.

 

“Aquel fue un parto bastante difícil. Y después de nacer a Juan Lengua lo sentenciaron los médicos. Y al diagnosticarle que sólo tenía un treinta por ciento de probabilidades de superar con éxito su nacimiento prematuro. Lo suyo, lo de Juan Lengua, fue un alumbramiento a los tres meses a través de una complicada operación de cesárea. Y cuando el embarazo de su madre todavía estaba muy inmaduro. Con justicia, con toda la bondad de este mundo, cuando nació Juan Lengua y fue introducido en una incubadora, su aspecto era el de un treinta por ciento de un bebé y el de un setenta por ciento de algo bastante raro.

 

-Doctor, ¡por favor! Dígame la verdad. ¿Será mi hijo sólo un porcentaje de probabilidades durante su infancia? ¿Esta situación anormal se mantendrá el resto de su vida? ¿Estará mi hijo sometido a la tiranía de un treinta por ciento de normalidad y un setenta por ciento de incapacidad irracional? ¿Todos los órganos, incluso su cerebro, estarán regidos por un treinta por ciento de capacidades positivas o por un setenta por ciento de inteligencia negativa? ¡Se lo imploro doctor, no me engañe usted y dígame la verdad sobre mi hijo!- suplicó al médico Lucina Batela, madre de Juan Lengua.

 

-Señora, su hijo es un caso excepcional. Es un bebé muy especial. Ha nacido a través de una cesárea a los tres meses de gestación materna y no sabemos todavía si será una persona normal o un compendio compensado de factores bastantes complejos de normalidades y anormalidades- le contestó el pediatra cirujano con cara de no saber muy bien lo que decía.

 

Como todo puede cambiar en esta vida misteriosa, el setenta por ciento de Juan Lengua cambió para bien. Y el treinta por ciento para algo bastante mal. Una circunstancia que la ciencia y la medicina no tenían previsto. Esto originó, que Juan Lengua fuese un bebé absolutamente sano.

 

A los diez años, Juan Lengua hizo su Primera Comunión. El setenta por ciento confesado y comulgado y el treinta por ciento maldiciendo y jurando el nombre de Dios en vano. Fue un día horrible porque Juan Lengua llevaba en uno de sus bolsillos los recordatorios de su Primera Comunión y en otro bolsillo portaba preservativos lavados de sus padres, y con los que hacía globos soplándolos. Y también llevaba en otro bolsillo calendarios pequeños con fotografías de señoritas desnudas en poses obscenas con hombres a los que les estaban haciendo una magnífica felación y en las que se podía observar un pene descomunal. Y todo este material lo entregaba al unísono Juan Lengua  a familiares y amigos de su familia, y cuando recibía algún dinero o el consabido regalo de esa festividad tan religiosa. Francamente, a su madre le dieron varios patatús. Y a su padre no lo mató en el acto de un infarto, y porque entre las amistades había un médico amigo que lo reanimo antes de que se lo llevasen al hospital. Fue un día tan increíble, que sólo el treinta por ciento de Juan Lengua se lo pasó bomba. Su otro setenta por ciento, la parte buena de Juan Lengua, lloró afectado y desconsoladamente.

 

El reloj universal es algo canalla. Y tan insaciable que para Juan Lengua pasaron los años y llegó la hora de ingresar en la universidad. Su setenta por ciento se matriculó en Arquitectura y consiguió unas notas excelentes y su treinta por ciento lo hizo famoso por sus bromas pesadas y sus múltiples gamberradas solemnes. Es recuerdo notorio en la Escuela Superior de Arquitectura, lo que le contestó el treinta por ciento de Juan Lengua a su profesor de Cálculo de Estructuras, y cuando éste le preguntó su nombre y apellidos.

-Me llamo Juan Francisco López González y González a López, pero puede usted llamarme “Chuchi”, capullo estructural- le dijo al profesor el setenta por ciento de Juan Lengua, refiriéndose correctamente a su nombre y apellidos, aunque lo de “Chuchi” y capullo estructural fue obra del treinta por ciento, obviamente.

 

La vida de Juan Lengua como arquitecto y como persona humana integrada en la sociedad fue un galimatías, con un setenta por ciento de aciertos y un treinta por ciento de calamidades. Realizó proyectos urbanos fantásticos y también desarrolló movimientos arquitectónicos con un treinta por ciento de fallos técnicos. Etiquetándolo la sociedad y las promotoras de edificios como un arquitecto con fuertes contradicciones urbanísticas.

 

En su vida privada, Juan Lengua tuvo fuertes polémicas matrimoniales: setenta mujeres lo adoraron y amaron y treinta féminas lo odiaron con intensidad infinita. Engendró de siete mujeres, siete hijos y tuvo tres abortos con tres esposas díscolas a las que repudió. Y porque Juan Lengua confesó al setenta por ciento la fe católica, apostólica y romana, y en su treinta por ciento las creencias islámicas. Juan Lengua fue políticamente, en su setenta por ciento, un ciudadano conservador que siempre votó a las mayorías que predecían las encuestas electorales, pero de la derecha. Juan Lengua jamás criticó al poder omnímodo de la partidocracia que siempre predicó la derecha a la que la votaba con pasión burguesa, ese sacerdocio laico que ha convertido al mundo en un erial de ideas huecas sociales, estrecheces culturales y dispares situaciones económicas para los seres humanos. Sin embargo, su treinta por ciento político fue una revolución anarquista que lo llevó a grandes problemas de enfrentamiento con los poderes del Estado.

 

Juan Lengua, en su treinta por ciento, pensaba que el Estado es la máquina perfecta que no sirve para hacer nada. Una máquina trituradora que genera desigualdad y egoísmo económico para con el pueblo soberano. Una máquina que dirige el sacerdocio de los partidos políticos para mayor gloria y beneficio de la oligarquía económica que es la que realmente manda en todo y de los sacerdotes políticos que la sirven como fámulos pensando en que mandan ellos.

 

Siempre pensó Juan Lengua, en su setenta por ciento, que la vejez es el resultado del movimiento de un reloj que lo gobierna Dios con gran despiste. Y que la muerte es la bendición total de la Naturaleza para poder llegar a conocer a Dios de forma personal. Por el contrario, el treinta por ciento de Juan Lengua creía que ese reloj es la tiranía total de la oxidación química. Y que Dios es un invento de la maldad del hombre para perpetuar el poder de algunas religiones. O sea, que envejecer es una putada y que morir es una necesidad biológica que elimina, por natural, lo inservible. Aunque el valiente que quiera morir joven -pensaba Juan Lengua- que levante el dedo para ser catalogado como idiota total.

 

Vivió Juan Lengua tantos años, que por viejo conoció el setenta por ciento de todas las iniquidades y bondades de los seres humanos de este mundo. Y también, por su famoso treinta por ciento, Juan Lengua continuó pendiente de la revolución global que llevaría a los hombres a ser libres e iguales.

 

En un día brillante de sol, cuando Juan Lengua tenía cumplidos ciento seis años de edad y de vida en su setenta por ciento normal y en su treinta por ciento anormal, no pidió su jarra de vino tinto ni su plato de jamón y queso. Él se notó raro ese día, pero comenzó a dormitar en su sillón debajo de la sombra de aquel parral ya con uvas en espléndidos racimos.

 

Al principio su hijo mayor de ochenta años, intentó despertarlo.

 

-Papá, ¡joder!, que ya es la hora del almuerzo- le dijo sin obtener respuesta alguna y a pesar de que le tocó repetidamente en el hombro.

 

Juan Lengua había muerto plácidamente en su setenta por ciento. Y su treinta por ciento estaba maldiciendo interiormente porque la muerte que le había sobrevenido de forma natural debido a su vejez.

 

Sólo me queda por relatar, como hijo menor de Juan Lengua que soy, el trabajo que nos costó introducir el cadáver de mi padre en el ataúd. Su setenta por ciento estaba ya rígido y no ofreció ningún problema, al contrario que su treinta por ciento, que tuvimos que rematarlo bárbaramente con un martillo para poder meterlo en aquella maravillosa caja de caoba barnizada y lacada en su color. Un sarcófago muy caro y con un gran crucifijo de bronce en su tapa. En definitiva, un féretro precioso que seguro que le gustó a su setenta por ciento, y que no le debió de cautivar ni entusiasmar a su treinta por ciento. Cosas y casos de las disparidades de los porcentajes. No sé si su setenta por ciento estará en la Gloria, y su treinta por ciento en el Averno. Lo juro por Dios”.

 

Avanza cabizbajo el ciudadano perruno Igor González por las ya nocturnas calles y plazas de Granada. Va camino del autobús que lo llevará a su morada pueblerina. Y camina ensimismado y alicaído y melancólico porque el relato de su padre lo ha dejado anonadado. Ha sido un cuento gilipollezco que no tiene pies ni cabeza. Aunque las cosas del padre del perruno ciudadano, a veces, son así de extrañas y descabelladas. El padre del perruno ciudadano, sopesa su hijo Igor González, con estos relatos se queda en la santísima gloria porque se ríe de su hijo y de la novela que éste escribe con la ayuda paternal. Ya también se nota el cambio de tiempo en las calles y plazas de la notable ciudad de Granada. Las terrazas de bares y cafeterías en esas primeras horas de la noche se han quedado sin parroquianos. Y las gentes ya caminan con las prisas de las noches en las que hace frío. Aunque el perruno ciudadano va caminando como un can que no tiene pulgas ni roe huesos. Ese perro con el que el ciudadano perruno gusta de despedirse de sus amigos y su frase favorita: besos a los perros y huesos a los niños.

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