lunes 6 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González LVIII) (23-10-2015)

El ciudadano perruno Igor González (LVIII)

El progenitor del ciudadano perruno Igor González, vestido como un marqués y bebido como un aristócrata, recibe a su hijo de forma ufana y distendida. Y le comenta que en esta jornada tan amable le tiene preparados tres relatos cortos de diferentes situaciones humanas. Y que espera que sean de su agrado. El ciudadano perruno asiente con su testa y su señor padre comienza los relatos…

“Unos gritos terribles se oían. ¿O eran risas? Venían de la piscina. Y salí corriendo hacia allí. Y con la premura me abroché un testículo en el ojal de los botones que cierran el albornoz azul con el que me seco el agua cuando me baño en la piscina de mi casa. Todos miraron el testículo abrochado. Y que relucía al sol con unos pelos negros y algunos otros ya canos. No sé como pude abrocharme tan fácil el testículo izquierdo en el ojal del albornoz. Y porque me costó mucho sufrimiento y esfuerzos desabrocharlo. Mis hijos reían. Y me miraban el testículo reluciente abrochado como si estuviesen viendo algo tan raro e inaudito como es un testículo asomando cerca de los pelos del pecho. O casi campante cerca de la nuez del cuello. Todos nos reímos mucho. Y también comprobé que eran risas lo que oí y no grandes gritos espeluznantes. Nos estuvimos riendo toda la mañana. Y mientras disfrutamos de un baño soleado. Y puse música clásica para disfrutar aún más del baño en la piscina de mi casa. Un chalé maravilloso y funcional.

Como el testículo izquierdo no paraba de dolerme, me estuve bañando toda la mañana. Y para ver si el dolor remitía. Tenía ya la piel de gallina y el frío comenzaba a invadir mis escuálidas carnes. Así que pensé en salir del agua y aguantarme con el dolor del testículo que me pinchaba y dolía. Y hasta que pasara el dolor ya por puro aburrimiento. Las chicharras competían con Mozart. Y el agua de la piscina parecía una infusión de té. El calor al mediodía era sencillamente insoportable y seco.

Estaba sediento. Y entré en la casa para coger un refresco del frigorífico. Camino de la cocina, oí otros gritos. Pero eran gritos apagados como los que se emiten cuando se está copulando y gozando una barbaridad. Agucé el oído. Y los pequeños gritos venían de mi dormitorio. Abrí la puerta. Y allí estaba mi mujer follando con el ayudante del jardinero. Un tipo de veinte años que estaba musculado y con una verga maravillosa. Y a tenor de los gritos que daba mi mujer. Cerré la puerta. Y volví a la piscina. Ya no tenía sed. Al llegar a la piscina, mis hijos comenzaron a reír de nuevo. ¡Qué cuernos más graciosos te has puesto en la cabeza! ¡Papá, estás de muerte hoy! Nos vamos a reír todo el día contigo. Le oí decir a mis hijos”.

“Mariana tenía los rulos puestos en la cabeza. Y su corto camisón de dormir era de color naranja. Se estaba mirando al espejo. Y se hacía a sí misma guiños con los dos ojos. Primero con el derecho y después con el izquierdo. También torcía la boca. Y se miraba como si no estuviera de acuerdo con los rulos. El cuarto de baño de Mariana no es muy amplio. Aunque sí tiene una ventana amplia por la que entra el sol de la mañana. La bañera es azul celeste. La bañera está mirando al Sur. El espejo es cóncavo. Y el plafón del techo da una luz amarillenta. El peine con el que se atusa y repeina sus cabellos Mariana, está tan usado que ya no tiene mango. Su cepillo de los dientes, en un vaso de agua, tiene las cerdas amarillas del sarro. Las bragas de Mariana pululan por el suelo del cuarto de baño junto a una estera de pelos de coco y una báscula. Mariana es poco ordenada en las labores del hogar. Y poco higiénica. Aunque tiene un gran corazón. Y no tiene ni picaporte ni cerrojo en la puerta del cuarto de baño, esa que está lacada en un blanco tan puro que parece una puerta sacada de la nieve nívea de un ventisquero alpino.

Mariana en esta mañana, como en las mañanas de todos los días de los fines de semana, ha comenzado a tocarse su cuello de cisne acariciándolo como si una ruda mano masculina se lo estuviera manoseando lentamente. Mariana se ha empezado a ponerse cachonda. Y su mano derecha también ha empezado a bajar hasta sus pechos. Los rulos siguen en su lugar. Pero su respiración ya es agitada. Ha soltado el peine en el lavabo. Su otra mano, la izquierda, comienza a tocar el vello púbico. Mariana está ya muy caliente. Y ya no lleva las bragas puestas. Su dedo índice de la mano izquierda, ya toca sus labios superiores y su clítoris ha comenzado ha expandirse como un muelle estirado. Mariana es una fiera cuando se masturba todos los sábados. Y sus gritos descomunales tienen asustados a la vecindad cuando le llega el orgasmo. Sus vecinos piensan que en una de estas masturbaciones violentas a Mariana le da un síncope de muerte. Aunque después, cuando Mariana sale tan campante de su casa para hacer las compras semanales, observan que a Mariana no le ha pasado nada malo. Y porque lleva una cara de satisfacción tremenda. Y que sale de su portal bien peinada. Se le nota a Mariana, que está muy relajada. Y que es dichosa. Y aunque no salga con ningún chico.
Mariana trabaja como maestra en la Guardería ‘El Niño Dormido’. y sus compañeros creen que va para santa. No sale con chicos. No fuma. No bebe alcohol. Y todos los días se confiesa y comulga en la misa de ocho de la tarde en la parroquia que está en su mismo barrio. Mariana no es nada de extrovertida. Y le cuesta muchísimo trabar conversaciones con las gentes. Y por esto Carlos se quedó de piedra cuando la invitó a tomar café con churros y Mariana aceptó. Carlos vive en el mismo bloque que Mariana. Carlos es masajista de profesión. Sus ojos son verdes. Es fuerte y musculoso. Tiene treinta años. Y con unas manos mejores que las de Mariana para tocar la piel. Carlos es también sonámbulo. Y pasea en bicicleta todos los domingos por la mañana muy temprano por el campo.

Ya salen juntos a tomar café con churros casi todos los días. Poco antes de ir a trabajar. Y en los fines de semana, compran en el mismo supermercado. Parece seria esta relación. Carlos es muy educado y atento. Mariana está feliz. Y le ha propuesto a Carlos que en los fines de semana vaya a su apartamento para así los dos masturbarse intercambiando opiniones sobre el éxtasis que les da. Carlos ha aceptado la oferta. Y ya llevan varias semanas masturbándose en el cuarto de baño de Mariana. Y los gritos de ambos, espectaculares, también ya son conocidos en las mañanas de los sábados por sus vecinos del Bloque 3º, Escalera A, del Parque de Los Pinares del Valle de Venus”.

“Pedro se despertó con mala hostia. Y arremetió contra la mesita de noche en la que estaba la linda fotografía enmarcada de su mujer. Eran todavía eran los tiempos felices de un amor jacobino centralizado en copular todas las noche del año. Pedro tiró la fotografía al suelo del dormitorio en el que sobrevivía. Y luego se arrepintió que el cristal y el marco de panecillo de oro se rompieran.

-¡Coño!. Que pésimos hacen los cristales y los marcos. Mi querida y adorada María está por los suelos, pero muy bella empelotas. Qué fotografía más artística le hice aquel día. Y qué cabreo cogí con el comentario del dependiente de la tienda de revelado. Al muy cabrón del dependiente, se le veía la cara de caletón que tenía cuando me dio el carrete revelado y las fotografías. Seguro que se quedó con una copia. Me dijo que eran unas fotografías con mucha luz y sin sombras. Que las fotografías eran las de un buen profesional. Mi querida y adorada María, estaba empelotas muy buena y hermosa. Y con ese par de tetas tan duras e inhiestas. ¡Ay! Y no digamos con todo el esplendor de su vello púbico. Y por el que sobresalían los labios de su sexo tan dulce como el almíbar y tan grande como un pequeño melón partido por la mitad. ¡Cómo la echo de menos! Un hijo de puta. Ese hijo de papá millonario que me la ha quitado con sus propiedades, sus millones de euros y con el Porsche azul marino que conduce. ¡María, María! ¡Que bien follabas conmigo!- se decía llorando Pedro y después de romper el cristal y el marco de la fotografía de su amada María, su esposa huida con un peluquillas millonario.

Recogió Pedro los cristales y el marco de panecillo de oro. Y al coger la fotografía con los muslos al aire de María, comenzó a besarla. El culo de María también se le adivinaba a mitad. Y su cintura era tan estrecha como la de una avispa sin michelines. En la fotografía, María tenía recién cumplidos 23 años. Y sus tetas no se le caían ni un solo milímetro a pesar de la gravedad terrestre. María era un cañón de tía. Y Pedro ahora todos los días lloraba su marcha con el peluquillas, bebiendo a gollete el contenido de dos botellas de güisqui. Y después durmiendo la borrachera sobre la cama que tantos días de gloria le dio María follando como una loca posesa sin hartura ni comportamientos tibios de mujer más frígida que caliente desordenada y linfómana. María sabía follar. Y esto Pedro ahora lo recordaba con la absoluta necesidad del hombre abandonado que se masturba la sesera pensando en su mujer de hasta hace tan poco tiempo. Y a la que todavía echaba de menos con la pasión de un agareno que tiene un harén con una sola mujer solo para él. Pedro ha sopesado suicidarse. Pero todavía no ha encontrado la ocasión de hacerlo con una muerte que le dé poco dolor físico y sí mucho dolor nostálgico y sentimental.

-Me visto y salgo a la calle a despejarme. Es insoportable mi dolor. María en brazos del peluquillas todos los días. Y yo sin resignarme a vivir tan solo como un gato con pelagra en la azotea más alta de un rascacielos de Nueva York. ¿Y si la llamo por teléfono? ¿Querrá volver conmigo? ¿Y si le digo que ya he heredado la fortuna inmensa de mi tía la solterona Josefa? No sé si la corbata, hace buen juego con los zapatos negros que me he calzado. Me voy a la calle y veremos cómo pajea eso de ir a la cafetería en la que María va a beber cerveza y a degustar langostinos con el peluquillas-se volvió a decir Pedro sin haberse anudado corbata alguna al cuello de su camisa de seda blanca.

Pedro cerró la puerta de su casa. Y salió al pasillo del bloque de apartamentos para coger el ascensor y bajar a la calle. Ya en el ascensor sintió un estruendo de cables rotos sobre él y una velocidad inusitada que le ponía el vello de punta. La caída fue bestial. Y Pedro se descuartizó dentro del ascensor. Los bomberos tardaron varias horas en sacar su cuerpo. Solo él iba en el ascensor. María acudió a su enterramiento. Y en vez de llorar cuando nadie estaba ya presente en el cementerio, se meó en la tumba reciente en el suelo con la tierra mullida y aplastada y con los ramos de flores sobre ella que aún olían a las rosas que los componían. María, ha heredado la gran fortuna de Pedro”.

El ciudadano perruno Igor González, con la boca abierta como cuando se dice la palabra amor, se ha quedado como una piedra asentada en la vera amiga de un camino estrecho o en el lecho de un río poco caudaloso. Los relatos de su señor padre lo han dejado fuera de juego. No comprende el perruno ciudadano la versatilidad literaria de su padre. Ni su orate imaginación. Su padre es como un juglar que unas veces es erótico, otras veces es casi místico y la mayoría es un terrible deslenguado atroz que disparata. Aunque al buen perruno ciudadano le gustan los relatos de su señor padre. Son demoledores. Son ateos y ácratas. Son revueltos literarios revolucionarios de la vida misma. Son de esa existencia que no es precisamente todo lo ideal y políticamente correcta de una sociedad idónea. Y porque son relatos cachondos, insensatos y nada ajustados a lo recomendable de leer en una noche de insomnio, en una tarde lluviosa o en esos ratos de ocio que están libres de las tareas del trabajo diario. El perruno se carcajea con los cuentos de su padre y sopesa la cara que deben de poner los puristas académicos, los envidiosos, los ñoños, los lerdos que escriben sin saber escribir y todos los hijos de puta que hablan mal por las espaldas.

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