domingo 19 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González X) (13-4-2015)

El ciudadano perruno Igor González (X)

 

El perruno ciudadano Igor González, indolente y distraído, encamina sus pasos con dirección a la casa de sus padres. Ha quedado allí citado con su padre para que éste le siga contando partes de su vida sin orden ni concierto, aunque las partes con cierto orden caótico que no llegan a un caos total. Su padre le a contando las partes de su vida con arreglo a sus preferencias, y el ciudadano perruno lo acepta de buen grado. Y ya que los relatos de su progenitor les parecen fantásticos y dignos de recogerlos en una novela que sea como un cajón de sastre, ese en el que cogen todas las cosas con un orden que es, desde luego, republicano. Camina en pos de la casa de sus padres, sosegado y con ese aire de despistado que le caracteriza, el ciudadano perruno Igor González y sopesa que la vida pública española si que es caótica, decadente y con una cantidad enorme de políticos corruptos que no dimiten nunca. Piensa el perruno, que se aparta de la acera para cedérsela a una señorita llena de gracia y virtud porque está como para comérsela, que la vida pública no puede seguir por los derroteros que va. La corrupción política es bochornosa y le da al perruno como vergüenza ajena por ella. No existe ningún partido político que no tenga en sus filas un corrupto chorizo que no es más que un hijo de la gran puta. Va el ciudadano perruno Igor González como avergonzado por las calles de su ciudad. Y porque cree que la ciudadanía tiene una gran parte de culpa por los males políticos que afligen a España, y por el carácter pícaro y poco concienciado social del ciudadano español. Aunque con la llegada a la vivienda de sus padres y el encuentro con su progenitor, le hace olvidar todas sus cuitas. Y cuando su padre comienza el relato de esta jornada, un día deslumbrante como casi todos los de la primavera anadina, el buen ciudadano perruno Igor González se relaja y pone en marcha su grabadora periodística que bien le sirve para después poder escribir lo que su padre le cuenta con todo lujo de detalles y con su voz ya cansada porque ha vivido una vida intensa por ser militar que ganó una guerra civil y que después sirvió as u patria como si las patrias fuesen lo más importante de las vidas de todos los ciudadanos. La familia es la patria de cada uno…

 

“Llegamos a la casa de mis padres para hacer inventario de los arreglos que debíamos de realizar para hacerla habitable, imaginar los muebles que nos harían falta para allí vivir y los electrodomésticos, y nos pasamos el día follando en la cama de matrimonio de mis progenitores. Y en la que seguramente mis padres hicieron lo posible para que yo ahora este respirando y me dé todo el amor que me doy a mí mismo. Y porque yo soy, sin duda alguna, el que más me quiero. Las mujeres no han sido mi mejor asignatura, no pendiente porque tuve a todas aquellas a las que les dije que el labio superior de su boca era el que más gustaba y ellas tragaron, sino una disciplina que no terminé nunca porque siempre me dejaron por otro. Es muy posible que a las mujeres les guste irse con otro, y como les gusta a los hombres. Aunque a los hombres, siempre les gusta volver al hogar.

 

No es esto una desgracia objetiva, mi amigo Carlos que estará en su Cielo por beato, un día me dijo socarrón: “El buey solo, bien se lame”. Estábamos tomando unos buenos vasos de vinazo, y él lo diría porque su mujer lo aguantó durante más de sesenta años. Yo jugaba al dominó con Carlos, me regañaba siempre que jugábamos porque creía que él había inventado este juego de albur al coger las fichas de igual número que anula toda la ciencia que tiene el dominó, y porque se ponen solas las fichas encima de la mesa. A Carlos le gustaba el vino, sí, le gustaba a rabiar. Se hartaba al mediodía y por la noche. Y argumentaba sonriendo que a su diabetes les sentaba muy bien el vino, y porque llevaba setenta años bebiendo y todavía no había estirado la pata por beber alcohol a diario. Carlos murió con ochenta y cinco años, no tenía casi canas, y no por un coma diabético ni por una cirrosis hepática. Se fue para el otro convento por un resfriado mal curado, y que derivó en una fatal parada cardiorrespiratoria fulminante. Era un roble. Un árbol recio al que le gustaba muchísimo el vino tinto acompañado de todas las tapas de la taberna. Carlos siempre fue un dandi vistiendo, y sus corbatas floreadas de todos los colores eran como píos padrenuestros o avemarías Dios te salve que anudaba al cuello de su camisa inmaculada. No era miope. Y a los médicos los tenía amargados.

 

Llegamos a la casa de mis padres, en una hora temprana de una mañana de primavera. La luz de Granada es especialmente nítida, el sol da a la ciudad colores de pasmo, y nos pusimos a follar a las diez de un reloj que nos tuvo copulando hasta pasadas las siete de la tarde. Era mayo. Los vencejos volaban por encima de la paleta de colores que es Granada, y ya hacía calor hasta sudar siete u ocho coitos tan trabajados que nos dejaron exhaustos. Nos amábamos visionarios. Teníamos veinte años. Éramos casi inocentes al follar. Estábamos empezando a masticar la libertad. España cambiaba para llegar a lo que nunca tuvo sin fusiles ni muertos. Y unos años después, ella me dejó por otro que mentía mejor que yo. Era un tipo lánguido que operaba corazones, y ella una estúpida que se dejó engatusar con la promesa de que él se divorciaría de su mujer terrateniente y cuatro hijos en flor, y posteriormente de casaría con ella. A mí la vida me mordió como jamás me ha vuelto a clavar los colmillos, aunque no aprendí la lección. Hoy el buey, yo, sigue lamiéndose solitario con mis hijos que palian toda la soledad que se puede encerrar en dos manos y una inteligencia que jamás se rinde ni se rendirá. Morir de risa.

 

Le chupaba su sexo con ahínco de infante cartaginés. Le lamía los labios de su vulva, y le sorbía su delicioso clítoris hasta endurecerlo. Y mientras mi pene se parecía al acero inoxidable. Ella nunca me hizo a mí una felación. Así que después de conocer su sexo con mi lengua, la penetraba hasta que teníamos unos éxtasis que nos dejaban vencidos. Y al rato, vuelta a empezar. Su boca sabía a agua pura. Su lengua era tan suave como la seda. Tenía los dos pechos pequeños, y su culo era una pera dura como un diamante de carne. Nunca he vuelto a tocar una piel tan aterciopelada ni a observar tan cerca una constelación de pecas en unas mejillas. Ella tenía el pelo largo del color de la tierra alpañata, y a su cintura se la podía abarcar con una sola mirada. Nunca he amado a nadie más que a ella. Tenía los ojos del color marrón de las nísperas de invierno, y cuando follábamos los entornaba como una puerta que se cierra levemente sin llave ni cerrojo. Sus manos eran de viento, y cuando parió a nuestra única hija dijo: “Una niña, una niña...”. Yo la amaba. Sí, yo le he amado mucho más que a nadie. Y sigue allí en ese lugar que no es un jardín ni un infierno, sigue en ese lugar en el que se la añora.

 

No todo es follar ni operar corazones a cielo abierto. Ni prometer que uno será, en el futuro más o menos inmediato, ese escritor que abre y cierra librerías. El dinero nunca compra al amor desesperado. Amar es desesperación por el ser amado. El amor no es una máquina que se mueve infinitamente porque no tiene fuerzas de rozamiento que la detenga. Nadie puede sopesar, que la naturaleza ha hecho de nosotros una maravilla que es inigualable. Y si se compara con otras criaturas que también viven debajo de ese sol de amianto y de ese cielo nocturno cuajado de estrellas solemnes. Ahora lo sé. Y sé que en un día moriré sin remordimientos. Aunque en ese día, como último acto humano, a ella la distinguiré con el pelo revuelto, con su desnudez inmutable, con las pecas que fueron delicias y con la boca de agua que tanto besé. Recordaré el tiempo sin puñales. A los años sin prisas. Y a la vida que he vivido como algo inigualable con unas sorpresas que son totalmente insospechadas”.

 

Y al perruno se le saltan las lágrimas cuando su padre termina el relato de este día con un sol mucho más amarillo que otros días. Un día con remansos de paz para su padre porque le a contado vivencias muy íntimas. Y en el que un viento manso le besa su faz cuando sale de la casa de sus padres. A esas horas de la tarde inmóvil, en el atardecer de unas horas lentas como relojes destruidos, en el ocaso naranja y amarillento en el que la ciudad renace con paseos tristes y alegres por sus plazas y calles de la ciudadanía, los colores de Granada son únicos. Granada es el bellísimo color primigenio de los planetas recién construidos, los que están impolutos y llenos de vida y de las luces más bellas y salvajes. Y el perruno ciudadano, ahora mismo camina de vuelta a su apartamento de alquiles por entre esas luces recién creadas. Luces que no dan luz a muchos ciudadanos.

 

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