domingo 19 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XLIV) (4-9-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XLIV)

 

El ciudadano perruno Igor González está mirando con ojos de perro amigo a su padre. Y con los mismos oídos de perro amigo, espera que su progenitor le aclare el relato de esta jornada que ha amanecido con unas nubes de color gris marengo que semejan el color de la cola de las palomas que el ciudadano perruno ha visto caminando y volando por las plazas y las calles de una Granada que está empalomada. Y su padre con la faz de un caimán cubano que bebe ron sin coca-cola, le espeta que se agarre porque vienen curvas con el relato que le va a comenzar a relatar…

 

“Aquella mañana invernal se presentaba tremendamente lluviosa y con fuertes rachas de viento helado. Alejandro López la observa desde la ventana de su casa, y piensa que aquel día sería tan desapacible que, posiblemente, lo mejor que podía hacer era volver a acostarse y levantarse en la mañana de la jornada siguiente. No obstante, como el trabajo y las obligaciones siempre están disgustadas con la conveniencia, Alejandro López desechó la idea peregrina de volver a la cama y comenzó a vestirse con su ropa deportiva.

 

Todas las mañanas, después de varios minutos de ejercicios de calentamiento, Alejandro López sale a correr durante algo más de una hora por los campos que circundaban la ciudad, una disciplina atlética que lo mantiene en una forma física óptima y en forma mental.

 

Una temperatura bastante cruda de varios grados bajo cero, hace que Alejandro López corra más deprisa que otros días, el aire helado golpeaba su cara como un frío cuchillo que quisiera atravesarle la piel, y los kilómetros perecen menos metros.

 

-Hace frío de veras. Aunque anoche me quedé aún más congelado que ahora, y a pesar de que en casa se está muy caliente con la calefacción a tope. Francamente, no sé lo que voy a hacer ni qué actitud voy a tomar definitivamente. Quizá lo sensato sería coger las maletas y poner tierra de por medio y después de un tiempo prudencial darle una solución definitiva al problema que se me ha presentado. Y sin que yo medie en nada de nada. Sin que yo lo haya creado- pensó Alejandro López, y al tiempo que volaba más que correr.

 

Una reparadora ducha de agua caliente y después fría, dejó a Alejandro López como nuevo. Un cuerpo limpio y una mente confusa es una mezcla corriente y normal en las sociedades modernas de nuestros días, y tal vez porque el hombre es un animal joven que todavía debe de evolucionar más y más rápidamente.

 

Y después del baño, Alejandro López se vistió con premura. Y ya su mujer, Carmen López, estaba en la cocina preparando el desayuno para los dos: tostadas con mantequilla, zumo de naranja y dos buenos cafés cortos con leche.

 

-Buenos días, por decir algo. Con lo que está cayendo y con lo que me dijiste anoche, la verdad, no es hoy un buen día. Si te parece, esta noche hablamos del tema, aunque no definitivamente. Y ya veremos después lo que vamos a hacer. Duermo aquí unas noches y el sábado me iré a un hotel. Más tarde, ya veré en dónde termino instalándome- le dijo Alejandro a Carmen.

 

-La verdad es que no es un buen día. Ni tan siquiera regular. Aunque por eso no vamos a perder las formas. Yo también te deseo de corazón unos buenos días. El mundo no es como nosotros queremos que sea, sino como es en realidad y con todas sus crueldades y bondades- le contestó Carmen a Alejandro.

 

Carmen López y Alejandro López llevan casados seis años. No tienen aún hijos y su matrimonio, sin ser algo fuera de lo normal, discurría por unos excelentes cauces de convivencia y respeto, lo que le confería la calificación de ser una pareja felizmente unida a los ojos de los demás.

 

Al salir del garaje, Alejandro López comenzó a recordar los pocos años de noviazgo y lo felices que fueron aquellos largos meses. Conoció a Carmen López en la Facultad de Ciencias de la Información, exactamente en el cuarto año de carrera, y desde entonces siempre estuvieron juntos. La excepción de no estar el uno con el otro fue el viaje que realizó Carmen López a Inglaterra con una beca de postgrado para realizar un curso de perfeccionamiento del idioma inglés, y ya que Carmen López también estaba licenciada en Filología Inglesa por la Escuela de Traductores e Interpretes.

 

El aburrido y caótico tráfico de Madrid, con atascos monumentales, dio a Alejandro López más motivos y tiempo para rememorar el gran amor que sentía por Carmen López. Años felices con grandes satisfacciones personales y laborales, un par de premios periodísticos y literarios y un amor pasional que alcanzaba, por su intensidad, la envidia de todas las amistades de la pareja. Aunque -pensó-, que lo que Carmen le dijo por la noche anterior fue demoledor.

 

-¡Eh, idiota! Encima de que el tráfico es un caos, vas y te duermes al volante. Arranca de una vez que nos vamos a quedar aquí toda la mañana. ¿En qué estás pensando? ¡Que estás pasmado, capullo!- le dijo a Alejandro López el taxista que venía detrás.

 

Idiota y capullo, menos mal que no me ha llamado cabrón. Con lo que me dijo anoche Carmen, ya tengo bastante. Quién me iba a decir a mí que tengo unos hermosos cuernos puestos por el amor de mi vida, por mi Carmen. Si no me lo deja bien claro, no me lo creo, y aunque me lo hubiera jurado sobre lo más sagrado de este mundo -se recreó Alejandro, pensando con el regusto de aquellos que le cuentan lo que creen imposible y lo aceptan por evidente, y sin contestarle al taxista con cara de pit-bull.

 

Al finalizar la jornada laboral en el periódico, Alejandro López había llegado a su casa a la hora de costumbre. Besó a Carmen, que ya había colocado la cena en la mesa de la habitación de estar, y le preguntó por su trabajo en aquel día. Carmen le dijo que todo había transcurrido perfectamente, que en el Servicio Informativo de la tela local no hubo ningún hecho digno de resaltar, y que al final de la comida hablarían del problema planteado entre ellos dos.

 

-Mira, Alejandro, como eres una persona civilizada, espero que entiendas lo que te dije anoche y lo que te voy a decir ahora mismo. He encontrado una mujer, ¡sí, una mujer!, y me he enamorado perdidamente de ella. Me estoy acostando con ella y tengo relaciones sexuales desde hace unos meses. Se va a divorciar de su marido y vamos a vivir juntas. Yo pretendo que nosotros hagamos lo mismo porque no es un capricho pasajero. Ella es la mujer de mi vida, y a pesar de que es una mujer mayor. Tiene más de cuarenta años, aunque parece todavía una chica joven. Es algo inamovible, y voy a correr todos los riesgos que conlleva esta decisión que nos va a afectar a nosotros dos- le dijo muy tranquilamente Carmen a Alejandro.

 

-Es absolutamente irreal lo que me dices. ¿Cómo te has podido enamorar de una mujer, si a ti siempre te han gustado los hombres? Te gusto yo… ¿No? ¡Una vieja me quita mi amor! Es irreal. Es algo que no entiendo ni asimilo. ¿Me estás dando una broma, la broma más increíble del mundo?- contestó Alejandro a Carmen.

 

-Coño, Alejandro, pareces idiota. No te estoy diciendo que me he enamorado, y que me voy a vivir con ella. Es algo que si no lo asimilas y no entiendes, lo vas a comprender rápidamente porque este fin de semana voy a hacer las maletas y nos vamos a ir las dos juntas a un apartamento amueblado que hemos alquilado. No hace falta que tú te mudes, te puedes quedar aquí porque yo soy la que se va. ¡Por Dios, entiéndelo, Alejandro! La vida es así, y yo no quiero que en toda mi existencia me esté lamentando por haber sido cobarde. A mí la sociedad me importa un comino, es mi vida y voy a hacer con ella lo que me parezca bien. Quiero a María y me voy a vivir con ella- sentenció muy segura Carmen López.

 

Cuando Alejandro López se marchó al día siguiente al periódico, sopesó que no podía trabajar con lo que Carmen le había dicho la noche anterior. Que se ha enamorado de una mujer y que pretende vivir con ella… Una locura de la moderna de Carmen, con esas ideas que había aprendido en Inglaterra… De locos la situación -pensó.

 

Pidió el día libre alegando que estaba enfermo y vagabundeó toda la jornada por Madrid sin rumbo fijo. Tomó varios cafés, no comió al mediodía y masculló más de mil tonterías para solucionar la situación que se le había presentado. De pronto, una idea le surgió: asesino a Carmen con una buena coartada y de camino tomo venganza de la gran afrenta -planeó sabiamente- Mira que enamorarse de una tía, de una mujer… Yo me creo avanzado de ideas, pero de una mujer. ¡Enchocharse de una tía cuarentona…! Definitivamente, Carmen está loca de remate -siguió pensando.

 

Y en un instante, Alejandro López tramó el mejor plan para matar a su esposa, la manera de quitarse para siempre a Carmen de su lado y mandarla al silencio eterno, al hermoso reposo del cementerio.

 

Esta noche llego a casa con un par de copas de buen coñac francés. De esos buenos que hacen un gran efecto etílico, todo risueño y sin aparentar nada de nada, como si la cosa no fuera conmigo. Me porto cariñoso y mable y besucón -elucubró al andar sin rumbo- E incluso le llevo flores discretas, no un gran ramo y le digo a Carmen que entiendo absolutamente toda la historia, y que como personas civilizadas vamos a arreglar la situación de la mejor manera. Después ceno con ella y nos bebemos unos vasos de Rioja para dar más confianza. Más tarde, nos ponemos a hablar del tema distendidos, y al final llegamos al acuerdo de que cada uno por su sitio. Por supuesto, ella con la tal María y yo solo. Dejo pasar un tiempo -siguió elucubrando Alejandro-, para mayor confianza aún, y cuando menos se lo espere, le digo que voy al servicio. Cojo la pistola, aquella que me regaló mi padre, y le pego un tiro en la cabeza… Y aquí paz y después gloria. Desde luego que más tarde rompo unos vasos y una silla, y tiro la lámpara al suelo. Pego otro tiro al techo y escenifico las escena de una gran lucha, un tremendo combate en la habitación y me disparo a mí mismo en un hombro, ¡qué dolor!, y para que parezca que el ladrón que entró a robar fue el que mató a Carmen y me hirió a mí. Y escapando por la ventana, después, y sin que yo pudiera hacer nada ni perseguirlo porque estaba herido. A continuación, llamo a la policía y les cuento la película más creíble que hayan escuchado jamás. Miren ustedes -les digo- llamaron a la puerta diciendo que era el nuevo vecino y que necesitaba llamar por teléfono. Abrimos y un sujeto nos encañonó pidiéndonos todo el dinero, las joyas y los relojes. Mi mujer dio un grito que distrajo al ladrón, y yo aproveché para enzarzarme en una lucha desigual, dado que el asaltante llevaba una pistola… ¡Claro! Forcejeamos y se le disparó el arma, alcanzando a Carmen en la cabeza. Yo seguí luchando y la pistola se volvió a disparar, alcanzándome en el hombro izquierdo, aunque yo le di un enorme puñetazo en la cara y un manotazo que tiró el arma al suelo. Alcancé la pistola y apunté con ella al ladrón, aunque éste salió corriendo hacia la puerta y desapareció escaleras abajo. Grité con fuerza, con todas mis fuerzas, pero los vecinos tardaron en oírme y llegar a mi casa, lo que indudablemente aprovechó el ladrón asesino de mi mujer para ganar la calle y escabullirse del barrio. Yo no lo pude seguir porque después de apuntarle con la pistola, me dijeron que me desvanecí y caí al suelo. Y cuando me reanimaron los vecinos, es cuando les he llamado a ustedes, que son la mejor policía del mundo -tramó Alejandro dando vueltas y más vueltas por las calles de Madrid, y antes de volver a su casa para cenar, y como todos los días.

 

Una cena normal y una conversación también normal, fue la de aquella noche. Alejandro retiró los platos, como de costumbre, y los metió en el lavavajillas. Quitó el mantel y trajo incluso unos bombones para endulzar una sobremesa que se esperaba de conversación larga y profunda.

 

-Llevas razón Carmen, la vida es única e irrepetible y las personas debemos de ser libres para elegir lo que más nos interese. Es, desde luego, novedoso para mí que te hayas enamorado de una mujer, de una mujer mayor, pero hay que aceptar las cosas como son. No podemos ni debemos luchar contra las libertades individuales. Y por eso, te deseo que seas feliz. A los hombres nos cuesta trabajo creer que a un hombre se le deje por una mujer, y no porque yo esté en contra del lesbianismo, sino por ñoño machismo estúpido, ya que la libertad sexual es sagrada, y tanto en las mujeres como en los hombres. Si te parece, como no va a existir ningún problema entre nosotros, mañana te vas con María y dentro de unos días vamos a un abogado o dos abogados, uno tuyo y otro mío, y plasmamos el acuerdo de separación y posterior divorcio- platicó Alejandro con voz angelical.

 

-Sí. Así lo vamos a hacer porque es un ejercicio propio de personas muy civilizadas. Siento y tengo una gran satisfacción porque hayas comprendido, en toda su magnitud, el problema entre nosotros- contestó Carmen a Alejandro.

 

-Voy al servicio, y ahora mismo vuelvo. Creo que tengo la tripa algo suelta, será por la emoción que tengo con esta situación tan novedosa para mí y pata ti. Dijo Alejandro.

 

-¡Por favor!, cuando termines del servicio me traes del dormitorio mi bolso, quiero darte una sorpresa enseñándote algo- le pidió Carmen.

 

Alejandro, con todo su plan urdido y repasado, salió para el cuarto de baño, aunque lo que hizo fue ir a buscar el arma para ejecutar su macabro proyecto de asesinar a su esposa. Rebuscó por todo el armario, en donde presumiblemente tenía la pistola, pero no estaba por ninguna parte. Y volvió a la habitación de estar donde estaba Carmen, y pensando cómo le preguntaría por el arma sin que ella sospechara nada.

 

-Toma tu bolso. He tardado algo más porque no lo encontraba en el dormitorio, lo tenías debajo de unos pantalones y de una gabardina- le dijo Alejandro a Carmen, maquinando cómo preguntarle por la pistola.

 

-Eres un cielo. Te tengo que querer, eres el tío más amable del mundo, y si algún día vuelvo a los hombres, tú serás de nuevo mi amor. Gracias, cariño- le contesto Carmen.

 

Alejandro se sentó silencioso en su butaca, mirando el televisor con cara de no haber roto nunca un plato. Un programa mortífero de entrevistas y chismes se emitía a esa horas, la franja de las doce en adelante y hasta bien entrada la madrugada del día siguiente.

 

-Te has quedado más mudo que los leones de las Cortes, cariño. ¿No será que tienes sueño después de tanto trabajar, porque supongo que hoy habrá sido un día agotador y duro…? ¿No?- le preguntó Carmen a Alejandro.

 

-La verdad es que sí tengo un poco de sueño y preocupación. Ayer busqué la pistola que me regaló mi padre y no la he encontrado. ¿Tú sabes dónde está?- contestó Alejandro a Carmen.

 

-Pues sí sé dónde está la pistola que te regaló tu padre. Me la has traído tú en mi bolso. La tengo yo porque creo que he adivinado tus pensamientos, y en vez de que tú me mates y eches la culpa a un ladrón o a alguien inocente, soy yo la que te va a matar y la culpa de la echo yo al caco o a alguien inocente que ya pensaré a su debido tiempo. Eres un hijo de puta que no tiene buenas ideas ni sabes aceptar las derrotas con honor. Si no te quiero a ti y amo a una mujer porque me he enamorado de ella, a María, lo debías de haber aceptado más deportivamente y menos macabro y delictivo. Adiós Alejandro, y hasta nunca, ¡capullo!- le dijo Carmen a Alejandro, al tiempo que apretaba el gatillo y le disparaba un certero tiro en la frente.

 

Carmen López tiró la lámpara al suelo, rompió varios vasos y platos que trajo de la cocina, destrozó una silla, disparó al techo y organizo el escenario campal de una gran pelea ficticia en la habitación de estar. Después cogió el teléfono y llamó a María.

 

-Hola mi amor, ya no tenemos ningún problema para vivir juntas. He matado a Alejandro, y me voy a disparar al hombro izquierdo para que parezca que entre nosotros y el ladrón que entró a robar, hubo una enorme lucha. Y seguidamente, llamaré a la policía y les contaré la película más verosímil que nadie les contó hasta ahora. Ven para acá, voy a empezar a gritar. Tengo la sensación de que hoy ha sido un día cualquiera de veinticinco horas. Es asombroso lo fácil que es cambiar de pareja y despachar, al mismo tiempo, a un tipo machista- le dijo”.

 

Marcha camino del autobús el perruno ciudadano Igor González, ese enorme vehículo que lo llevará a su apartamento de alquiler en un valle con alegría. Aunque marcha el perruno caminando con la cara de caimán cubano que bebe ron sin coca-cola, y ya que su padre se ha quedado con la cara de perro amigo que antes de oír el relato tenía el ciudadano perruno.

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