domingo 19 mayo
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XLVI) (11-9-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XLVI)

 

El perruno ciudadano Igor González, camina otro día más en busca del relato diario paternal. Y con el que está confeccionando una novela sin orden ni concierto de relatos cortos que no llevan ninguna armonía ni ninguna trama entrelazada entre estos relatos. Lo que le da a la novela un airecillo fresco porque no hay recordar a los personajes nada más que el tiempo en el que se lee un capítulo. Los dos únicos protagonistas de esta novela, en cierto modo tan original, son el padre del perruno y el mismo ciudadano perruno. En este día de un mes de septiembre en el que sigue haciendo un calor de tres pares de cojones o soles con malas ideas caniculares, el ciudadano perruno acude a la mansión de su progenitor con la faz de un querubín recién caído del Cielo. Ese angelote que le toca con una ocarina a Dios ciertas melodías de amor y virtud y cuando éste Ser tan Supremo está más aburrido que un famoso en una playa de Ibiza, y porque no llega un fotógrafo para inmortalizarlo en las páginas estúpidas de una revista del corazón para estúpidos de ambos sexos. Y el padre del perruno ciudadano, con la cara de un general que nnca ha perdido una guerra civil, lo sorprende con la siguiente narración…

 

“Un tráfico horroroso sepultó el taxi en el que viajaba Pablo por las calles de Madrid. Y con destino al aeropuerto de Barajas. Un gran nerviosismo, tanto en el taxista como en el usuario, porque el segundo perdía el avión hacia Nueva York, el automóvil avanzaba lentamente por las calles madrileñas. Pablo, con miedo a perder el avión regular, sudaba a pesar del frío reinante. Y porque eso sería un enorme trastorno para él, un hombre de negocios. A Pablo lo esperaban en Nueva York para cerrar la fusión de dos empresas punteras en tecnología de última generación en telefonía móvil, la suya española y una gigantesca norteamericana, una importantísima multinacional.

 

A veces, sólo a veces, la casualidad hace que un imposible se realice: el taxi en el que viajaba Pablo no sólo llego a tiempo a la Terminal del aeropuerto de Barajas sino que hasta tuvo tiempo de facturar el equipaje y tomarse un buen café en la barra de la cafetería de vuelos transoceánicos, y todo esto antes de que los altavoces de megafonía llamaran  a los pasajeros del vuelo 328 de Iberia con destino a Nueva York.

 

-Disculpe usted. ¿Me da fuego? He olvidado el encendedor en casa o quizá lo haya metido en la maleta, o vaya usted a saber… ¡Perdone la urgencia al pedirle fuego, pero ya mismo embarcamos…! Es hasta posible que usted no fume, pero como van a llamarnos pronto, siempre enciendo un cigarrillo por si es el último que me fumo en tierra firme- le pidió amablemente a Pablo, un tipo con un cigarrillo en la mano.

 

Pablo miró a su interlocutor, y negó con la cabeza.

 

-No fumo ni llevo nada con lo que usted pueda encender su cigarrillo, aunque le recomiendo, si me permite el consejo,  que no fume usted tampoco porque es muy perjudicial para su salud y para la de los demás. Se lo digo por experiencia, yo fumaba más de dos cajetillas diarias y me dio un infarto que por poco no lo cuento. Lo siento de veras porque conozco la ansiedad por fumar, pero no puedo servirle- Le contestó Pablo al tipo del cigarrillo.

 

-No se preocupe usted. Le pido fuego a esa rubia tan mona que sirve en la barra de la cafetería, seguro que ella sí tiene. Debe de tener fuego en todo el cuerpo… ¿No cree usted? ¡Está buenísima!- le volvió a decir a Pablo el tipo del cigarrillo, pero con menos amabilidad.

 

Carlos Cejas, hijo único de una de esas familias grandes de fortuna, es un tipo simpático y educado que destilaba ferocidad malsana a poco que se indagara en el fondo de sus buenos modales, y sin llegar al final de su escasa cultura porque entonces su paranoia podía aflorar incontrolada y dar paso a su verdadera personalidad psicópata, algo increíble y peligroso que nadie podía sospechar a primera vista.

 

-Bien, bien… Ya estamos acomodados y dispuestos para cruzar el gran charco. Se está muy confortable en la clase extra de estos aviones tan enormes. Disculpe señor, yo hablo mucho y quizá a usted no le apetezca mi conversación. Desde luego, aunque le hable, está usted a salvo de que vuelva a pedirle fuego… Canallesco es que aquí no se pueda fumar- rompió el hielo inicial Carlos Cejas, cuando al sentarse en el asiento del avión coincidió con Pablo sentado en el de al lado.

 

Al principio, como siempre que viajaba en avión, Pablo se durmió plácidamente y pensando antes que vaya tipo que le había tocado de compañero de asientos. Era un verdadero latazo, un tipejo jovenzuelo con mucha cara dura y un gran desparpajo comunicativo.

 

-Buenos días. Son las catorce horas de la tarde de Madrid, y ya hace casi dos horas que despegamos del aeropuerto de Barajas. Usted acaba de despertarse a doce mil pies de altura y volando sobre el Atlántico. Por un momento, creí que llegaba usted dormido a Nueva York- sonrió Carlos Cejas a Pablo, y al tiempo que le ofrecía unas almendras tostadas y saladas.

 

-Buenas tardes, mejor. Veo que no pierde usted el tiempo y bebe un buen güisqui de malta, lo noto por su olor característico, y bien acompañado por esas inmejorables almendras tostadas y saladas. Gracias, pero no tomo sal- contestó Pablo de forma educada y con cierta desgana al hablar.

 

-Mire usted, como nos quedan, por lo menos, otras cinco horas para llegar a nuestro destino, me voy a presentar. Me llamo Carlos Cejas y es un placer tenerlo de compañero de viaje. Creo que es mejor hablar de algo, de lo que usted quiera, que ir callados… ¿No cree?- dijo Carlos Cejas, sin ninguna sonrisa y con un brillo especial en los ojos.

 

-Soy Pablo, y me gusta poco la conversación. Estoy algo delicado y no gusto de trivialidades, es algo congénito en mí. Soy austero en todas las cosas de este mundo banal, pero de algo habrá que hablar, y porque Nueva York está todavía muy lejos- respondió Pablo.

 

-Pues ahora mismo va usted a ejercer de austero, ya que van a servir la comida y podrá usted demostrarlo con fehaciente realidad frugal- Terminó la conversación Carlos Cejas.

 

-¡Señorita, por favor! Estoy operado de corazón y necesito comida especial sin sal. No puedo comer nada que esté cocinado con sal y aceite, sólo tomaré algo a la plancha y que no tenga grasa. Si es posible, que sea pescado blanco y patatas cocidas en agua de guarnición- Pidió Pablo a la azafata.

 

-Vaya, vaya… Así que está usted operado del corazón. Y yo que pensaba contarle bonitas y suculentas historias de lo malo y perverso que soy. ¡Qué lástima! No podré relatarle mi criminalidad más íntima y cómo he burlado hasta hora a la justicia. Desde luego, que es mala suerte para usted, y porque mi historietas son únicas y geniales. Es mala pata no poder contarle mi maldad y mi crueldad, pero así en mejor… Podría darle otro infarto. ¡Ah!, antes de que se me olvide: yo sí como y oigo de todo porque estoy más sano que una manzana- volvió a habla Carlos Cejas.

 

-Soy y estoy más fuerte de lo que usted piensa. Yo soy un hombre al que no le han regalado nada. No he heredado nada y todo lo que soy y que tengo, me lo he ganado con mi esfuerzo. Yo sí sé de la maldad del ser humano y de lo inhumanos que son los hombres con los demás hombres. Usted tiene cara de niño bien, de hijo de papá, y al que le han dado servido todo en bandeja de plata. Puede usted contarme lo que quiera, y por muy duro que sea porque mi corazón no me va a fallar. ¿Qué sabrá usted de padecer, de sufrimientos…?- dijo Pablo a un Carlos Cejas con la boca abierta, relamiéndose al pensar lo que le iba a contar a aquel viejo que era su compañero de viaje.

 

-¡Por favor! No se enfade usted conmigo, yo tampoco estoy tan sano como le he dicho. La verdad es que voy a Nueva York para que me vea y  me trate un psiquiatra amigo de mi padre, un médico que arregla cabezas y que es famoso de esos que viven en Estados Unidos porque no hay en España quien le pague la consulta ser por muy caros, y que son muy buenos en su profesión. ¡Por favor! No se disguste usted conmigo, ya no le vuelvo a hablar. Aunque sin ánimo de ofenderlo, se pierde usted lo que no le iba a relatar al psiquiatra, y ya que a él sólo le contaré una sarta de mentiras. A usted le iba a relatar la verdad de lo que hasta ahora he realizado en materias delictivas… ¿Le parecería bien escuchar una historia de asesinato? ¿No? Pues usted se lo pierde porque no quiere hablar conmigo, pero este relato se basa en la desaparición de Laura Naranjo, aquella chica que ocupó, tantos días, las portadas de los periódicos. ¿No? Está bien, definitivamente me callo y cierro la boca, usted no quiere oír historias de horror- contestó Carlos Cejas a Pablo, a quien por momentos, su cara se le volvía de un rojo violáceo.

 

-¿Qué sabe usted de la desaparición de Laura Naranjo? Con esas cosas no se juega, fue un terrible suceso que conmocionó a la sociedad española en su momento, y que ahora está olvidado. Una brutalidad, supongo, de un paranoico al que algún día le caerá todo el peso de la Ley. Usted no puede saber más de lo que haya leído en los periódicos- dijo Pablo, con sudor espeso en su frente y con un hilo de voz.

 

-Ja, ja, ja. Es usted patético y bobalicón. Yo fui el violador. Yo soy Carlos Cejas, y también soy su asesino sin detener ni culpar de la muerte y desaparición de Laura Naranjo. Fuimos compañeros de Facultad y de curso, por eso ella no dudó en aceptar mi invitación para llevarla a su casa en mi coche. Aquella noche llovía, diluviaba, y aceptó encantada que la llevara al chalé donde vivía con sus padres. Cogimos mi auto del aparcamiento cercano a la Facultad, y recorrimos charlando el trayecto hasta salir de la Autónoma, cogiendo la dirección a la urbanización donde vivía Laura. Como mi intención estaba muy clara para mí, me desvié y en un descampado paré mi BMW. Allí, suplicó antes de golpearla y atarla de manos. Allí, la violé y allí mismo le corté, con mi navaja, la yugular. Un placer infinito. Después, la metí en el saco de dormir que llevaba en el maletero del coche y la llevé a la finca de mis padres. Allí, en el campo la enterré. Y nadie la va a encontrar porque nadie sospecha de mí- respondió Carlos Cejas, con una fría mirada de asesino psicópata a un Pablo con los ojos desencajados.

 

-¡Por favor! Que alguien me ayude a reanimar a este hombre. Estábamos hablando normalmente, y de pronto le han dado unas convulsiones terribles y se ha desmayado- pidió a gritos Carlos Cejas.

 

Con los ojos abiertos y llenos del asombro final de la muerte, Pablo había fallecido de un nuevo ataque al corazón. No obstante, su cara era el reflejo de una gran satisfacción, y su aspecto era el de un hombre feliz. Su boca dibujaba la sonrisa que se puede definir como la de un hombre que ha realizado un gran trabajo, y su mano apretaba con fuerza un papel.

 

-Este hombre ha muerto de un ataque al corazón. Soy médico, y no he podido hacer nada por reanimarlo. Es algo muy extraño, el señor joven que viajaba a su lado, ha explicado que estaban hablando de cosas sin importancia, y que de pronto sufrió la crisis cardiaca. Según su pasaporte tenía sesenta y siete años, era empresario, y se llamaba Pablo Naranjo. Aunque lo más extraño es que llevaba sujeto al pecho un micrófono de alta precisión, el cual estaba conectado a una grabadora de esas que se activan por la voz. Aquí le entrego la documentación del fallecido, la grabadora y el papel que apretaba doblado en su mano cerrada. En el papel pide que usted oiga la cinta de la grabadora antes de aterrizar en Nueva York, y que después se la entregue a la policía. También aclara en el papel, que retengan al joven que iba sentado a su lado, y porque es un violador y un asesino- dijo al comandante del avión y en presencia de varios testigos del pasaje, el médico que atendió e intentó reanimar a Pablo Naranjo, padre de Laura Naranjo, y no lo consiguió.

 

El ciudadano perruno Igor González, se marcha de la mansión de su progenitor. Vuelve a caminar para llegar a la parada del autobús que lo llevará a su morada solitaria. Va el perruno caminando y rumiando que los relatos de su padre siempre son realmente muy inquietantes. Raros. Insólitos. Originales. Y que no dejan indiferente a nadie. De esto está seguro el perruno ciudadano. Son la diez de la noche y el ciudadano perruno ya se va a acostar en su lecho tan solitario como la guarida de un dragón divorciado de una dragona que lo ha dejado, con el divorcio, pegado a las cortinas de su cueva y con menos hierros de curso legal que un caballero medieval que extermina dragones de forma desinteresada.

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