martes 30 abril
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Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XVII) (8-5-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XVII)

 

El ciudadano perruno Igor González, camina despacio al periódico digital en el que trabaja todos los días. Un medio de comunicación independiente que solo pretende informar a la ciudadanía escribiendo la verdad. El autobús que todas las jornadas lo trae de su pequeña localidad adoptiva, un maravilloso pueblo de no más de siete mil almas, habitantes censados e incluyendo a los ingleses y otros guiris allí asentados, del Valle de Lecrín, lo ha traído una vez más sin percance. Su pueblo adoptivo está a 25 kilómetros de la ciudad de Granada. El autobús de línea siempre viene cargado de estudiantes y de ancianos que van a los hospitales. Y en él, el perruno ciudadano se duerme o lee. También escucha las barbaridades y los barbarismos que en el autobús dicen las gentes. Aunque también le gusta observar al personal, y ya que son muy singulares los habitantes de los diferentes pueblos del Valle de Lecrín. Son muy suyos. Cacofónicos. Enigmáticos. Extraños. Redondeados como las piedras de los ríos. Y con un lenguaje bastante peculiar. Y con una cultura bastante particular y sumergida en la oscuridad que forma círculos como los que forman las piedras cuando caen en la acuosa quietud de un lago. Aunque el autobús es el mejor lugar para conocer a estos ciudadanos de un valle alegre que es menos jubiloso de lo que se le debe pedir a los valles que son bulliciosos y ufanos. En el autobús público se conoce a los que están civilizados y educados. Y también a los que no lo están. Un autobús público es como un libro abierto de curiosidades.

 

Las jornadas del ciudadano perruno Igor González, en lo referente al periodismo, casi siempre son muy parecidas. Él solo escribe artículos de opinión, relatos literarios y realiza entrevistas. No escribe noticias de la actualidad. Aunque algunas veces, el perruno ciudadano hace reportajes insólitos de temas variados. Al perruno le gustaría, sueña con ello, solo dedicarse a la literatura en forma de prosa y poesía. Y una vez que haya concluido su jornada como periodista, el perruno ciudadano irá a visitar a su padre. Y para que esté le relate la ración diaria de su vida, y que ahora va por la infancia de su progenitor, aunque el ciudadano perruno Igor González, de vez en cuando, relate situaciones que le han acaecido a él. En este día, Granada ahora es pura luz y calor desacostumbrado para una primavera recién llegada. Pero esto no es impedimento para que el perruno ciudadano se encamine a la vivienda de su padre, y para que éste le siga relatando sus peripecias infantiles. Un abrazo a la llegada del perruno con su padre y sentarse a la vera de la chimenea, hoy sin arder porque el calor muerde y ladra, y a recibir las palabras de su progenitor…

 

“Ardía el verano con un calor asfixiante. Aunque el río seguía con poca agua límpida producto del deshielo en su cauce. En los baños de por la tarde, el agua estaba caldosa como la sopa. La poza se incendiaba expuesta todo el día a un sol abrasador. Los pájaros no volaban alicaídos refugiándose en las ramas de los árboles cansados y ausentes. Pero nosotros jugábamos como si el agua no fuera un caldo de pollo sin el más mínimo rastro del pollo. Ni las ranas asomaban, estaban sumergidas en lo más profundo de debajo de las piedras. El río parecía una leve corriente termal. Y la poza en la que nos ejercitábamos nadando, era la piscina hecha con piedras y musgo con el agua más caliente de todo el planeta fluvial que atendía modoso y caldoso por río Genil.

 

Mi hermana Carmen ejercía de monitora. Y sus saltos enormes al agua eran dignos de todo un campeonato mundial de riachuelos. Mi hermano Antonio, el hermano menor por aquellos entonces, se reía de ella cuando le decía que los salpicones de agua que levantaba eran un diluvio menor. Antonio saltaba y saltaba, y le decía que mojaba más que ella. Y Carmen lo miraba como si fuese un tritón de bellos colores amarillos y pardos que se tiraba al agua como un muñeco gordinflón. Las tardes eran cinematográficas en el río, y los desollones en la piel se curaban nadando. Y a la media tarde cuando el ocaso ya se despertaba, los abejarucos lanzaban sus cantos chillones y ruidosos entrando en sus nidos terrosos excavados en las partes altas de la ribera llena de juncos. Había en los baños, una cierta excitación muy dichosa. Éramos niños felices.

 

Había una niña que a mí me gustaba. El corazón totalmente se me aceleraba. Me subía el rubor a la cara cuando la veía. Era amiga del colegio de mi hermana Carmen, y tenía el pelo recogido con dos trenzas rubias. Ella tenía los ojos azules, y su cuerpo menudo era como una caña espigada. Hablaba con dulzura, y yo me moría de gusto al contemplarla con su bañador rojo y azul. Nadábamos panza a rastras como pequeños submarinos, y tragábamos agua del río suficiente para que nos diese una diarrea diabólica que nos dejara exánimes y alimentándonos ese día sólo con arroz blanco cocido sin sal. Aunque siempre procurábamos no dejar de ir a bañarnos. A la barriga era muy fácil dejarla expedita un poco más abajo de la poza, y en un lugar fuera de las miradas de los demás. El agua se llevaba el producto río abajo. Y la felicidad para mí era que la amiga de mi hermana me dijese que yo era el que hacia la bomba más grande al tirarme al agua. La poza era un planeta para nosotros. Y en una galaxia muy cercana.

 

En aquel verano provocativo con tantos calores bestiales, yo le dije a Isabel, así se llamaba la amiga de mi hermana Carmen, que si quería ser mi novia. Y ella me contestó que ya tenía novio. Que su primo Nicolás y ella eran novios desde el verano pasado. Y un calor apocalíptico y un tremendo rubor de sartén con rubeola me subieron al rostro en un instante. Ella, lo observó sorprendida. Y mi hermana Carmen también. Y pensé en morirme allí mismo. Sopesé que nunca me saldrían bien las cosas con las niñas. Que tendría problemas con ellas. En ese verano me volví mudo y ciego. Aunque me seguí bañando con el mismo espíritu olímpico de todos los demás niños, incluida Isabel. Fue un verano anómalo. Y cuando Isabel se marchó, volví a hablar y a ver. Mi hermana Carmen me tomó el pelo. Y yo aprendí a bucear arrastrando la barriga por la poza verdina con los ojos cerrados. Nunca me hizo Isabel ni puto caso, se casó con su primo y se divorció a los tres años de su matrimonio. Y ahora está de gorda como una vaca.

 

En todos los veranos, siempre me pasaban cosas muy desagradables y llenas de riesgos difíciles de asumir por un niño lunático. Nunca tuve suerte con las niñas, ni en verano ni en las otras estaciones del año. En aquel verano, lo aprendí fehaciente. No poseía la gracia del niño molón que atrae a todas las niñas. Era tan tosco como el tronco del sauce del río. Tenía la costumbre desusada de no mentir. Decía lo que pensaba. E imitaba a los adultos comportándome con sentido común. Fue un verano irrisorio. Divertido y triste”.

 

Vuela el ciudadano perruno Igor González, camina a la presentación de un nuevo libro de poemas de un amigo suyo. El poemario de su amigo es prosa poetizada. Poemas de denuncia social, económica y política. El amigo poeta del perruno ciudadano es un tipo revolucionario que va por libre. Un vate que no depende de la oficialidad institucional ni de lo ridículo e hijoputezco que es tener que pasarle las manos por el lomo a los que son mandamás políticos y a los que manejan el dinero inconfesable. El amigo escritor, también escribe relatos y novelas negras, es una criatura independiente que se pasa por el escroto a los fenicios comerciantes, y ya sean éstos de las ramas de la política o del puto dinero en cantidades industriales. Al ciudadano perruno no le gustan estos actos, y ya que conoce de antiguo que allí se va a encontrar con muchas criaturas, por llamarlas de alguna manera, que a él no le satisfacen en absoluto. A estos acontecimientos acuden muchos que no tienen nada mejor que hacer. Otros que van para más tarde criticar. Y unos pocos que son verdaderos amigos del autor del libro a presentar, y que gustan de la poesía y de la amistad sincera que jamás critica a sus amigos. El perruno ciudadano va a regañadientes a esta presentación, pero como el autor es su amigo leal, el ciudadano Igor González camina en pos del jodido acto literario y poético que tendrá también una lectura de poemas por parte de su amigo y autor del poemario. La envidia humana es algo tan arraigado en los seres humanos que quizá merece la pena asistir a estos actos, y porque allí se observa a los envidiosos como sufren con los triunfos de los demás. Los envidiosos son los que más alaban el trabajo presentado. Son unos hijos de puta con toda la cuerda dada. Y son los que también más aplauden. Son caricaturas humanas de lo que debe de ser un ser humano normal. Y son los que siempre preguntan por el lugar en el que el autor va a invitar a unas copas alcohólicas para celebrar la presentación del libro de poemas. Por cierto, el poemario lo ha titulado el autor, el amigo del ciudadano perruno Igor González, con el singular, ostentoso y extraordinariamente extenso nombre de “Poemas autóctonos sobre la muerte incierta de un cabrón celoso y envidioso que rimaba pésimamente los ripios poéticos con sabor a chocolate con churros salvajes”.

 

 

 

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