sábado 18 mayo
Opinión  |   |

Relatos cortos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXX) (26-6-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXX)

 

El ciudadano perruno Igor González, ha llegado a la casa de su padre con un humor maravilloso. Todo le ha salido estupendamente en ese primer día del nuevo verano que ha llegado sin avisar y sin deshacer las maletas del calor canicular insoportable del Sur de Andalucía. Los políticos de han portado muy bien, sin nuevas corrupciones políticas, y le han proporcionado noticias positivas para la ciudadanía granadina. Un día redondo en lo periodístico para el ciudadano perruno. Aunque lo que no conoce el perruno, es que lo que le va a contar en este día, para su novela, es algo tan jocoso que se le va a alegrar aún más el día. El progenitor del perruno ciudadano, también de feliz como un sonajero infantil, le anuncia al perruno ciudadano que le va a relatar la última aventura de la señora marquesa de Tiramedelhigo, una Grande de España muy singular. Aunque antes de comenzar el relato, el padre del perruno le propone a su hijo, con una cara de coña marinera especial, que deben de tomarse unos güisquis de malta, y para entrar en calor con lo que le va a relatar. Son las seis de la tarde. El astro sol se está estrellando de forma bestial contra las ventanas del salón de la casa del padre del perruno, pero éstas están cerradas a cal y canto y con las persianas bajadas y las cortinas sin descorrer. Lo que hace que el calor no irrumpa en el salón del hogar del padre del ciudadano perruno como una terrible estampida de elefantes africanos. Con el güisqui de malta a palo seco se han desatado las risas. Hay una complicidad paterno filiar entre el progenitor del perruno y su hijo Igor González. Y se la pasan de bien como senadores del Reino de España, y cuando se toman unos riquísimos güisquis de malta sin agua ni hielo. Ahora mismo son felices. Están como en una nube diablesca. Se ríen como enanos gigantes.

Y el padre del ciudadano perruno comienza el relato de la Grande de España que vive exilada en París. El padre del perruno engola la voz, y comienza su relato…

 

“La excelentísima señora doña María Fernanda Cecilia de todas las Vírgenes Pérez de los Tablones y Fanfán de los Godos, marquesa de Tiramedelhigo y Grande de España, está exilada en París. Y lo  hizo ya hace bastantes años, y a raíz del desaire que le propinó el entonces presidente del Gobierno socialista Felipe González Márquez, quién no asistió a una cena de gala que daba la marquesa en su Palacio de las Higueras, mandando en su lugar al ministro José Luis Corcuera, y que de protocolo sabía bastante poco porque se comió el besugo a la espalda con la cuchara sopera y la sopa con el tenedor y el cuchillo de trinchar y degustar el besugo horneado con leña de encina de al lado del predio real en donde un día meó y defecó con diarrea oscura y olorosa Fernando VII, el Deseado. Y además, se presentó el ministro socialista sin calzoncillos interiores y con los calcetines con tomates enormes como se descubrió después de los postres, y cuando comenzó el agradable despiporre y la orgía correspondiente a una cena de gala organizada por la señora marquesa de Tiramedelhigo.

 

Chichí, que así llaman a la marquesa sus íntimos, cogió tal disgusto que se exiló en la capital de la República Francesa, París. Se compró una casa de tres plantas en rue Burchandon, una calle paralela a Le Chans Elise, y allí vive rodeada de servidumbre y de más de ciento cincuenta gatos persas con los ojos azules. Chichí, de noventa y tres años en flor, que todavía copula con jovencitos bien dotados, está muy cabreada aún con Felipe González Márquez, y con el también y actual presidente del Gobierno popular Mariano Rajoy, a quien acusa de ser lo mismo de zurupeto con el protocolo y tan poco delicado con la nobleza española como lo fue Felipe González Márquez.

 

Chichí es de armas tomar desde pequeña. Y a la ciudadanía parisina la tiene muy sorprendida, admirada y ofuscada con sus fiestas nocturnas. Unos saraos en los que los jóvenes son las estrellas principales, y además de Chichí. La marquesa de Tiramedelhigo, dicen que copula hasta con tres jóvenes de una sentada en cada una de las fiestas que organiza en la Ciudad de la Luz. Cosas más raras se han visto en la nobleza española, y desde luego no es de mucho extrañar que la señora marquesa de Tiramedelhigo, se folle a tres muchachotes en una de sus orgías parisinas. Siempre fue la marquesa de Tiramedelhigo una dama delicadamente débil con el sexo masculino, y aún más si los efebos no sobrepasaban los treinta años de edad. Una fiera currupia follando, la marquesa de Tiramedehigo. Pero con un corazón de oro para con los enfermos y los excluidos sociales, y ya que con estos últimos, si algunos estan de buen ver y de mejor tocar, también se los follaba sin recato ni pudor alguno.

 

Chichí, la señora marquesa de Tiramedelhigo, se ha enamorado de nuevo. Y argumentan los tabloides amarillos de París, que lo ha hecho de un joven licenciado en Matemáticas del Instituto Politécnico de la Sorbona, y que está desarrollando un nuevo y revolucionario concepto de los logaritmos neperianos. Chihí es feliz de nuevo. Y al matemático se le aparecido Nostre-Dame.

 

-Señora marquesa, el señor Pernot ha llegado. ¿Le hago pasar inmediatamente o le ordeno, de parte de usted, que se vaya duchando por si le queda algún logaritmo neperiano pegado a la piel, y que sea impedimento para una relación sexual perfecta, sana y satisfactoria con la señora marquesa? Usted me dirá, señora marquesa- le preguntó el valet de cámara a la marquesa de Tiramedelhigo.

 

-Que pase inmediatamente, lo de la ducha ya lo hará después del polvo del atardecer... Pierraut, que el señor Pernot, eso sí, se lave los dientes con agua oxigenada y dentífrico. Vayamos a que me vaya a pegar gengivitis. Y que en los genitales se eche polvos de talco. ¡Ah!, que se me olvidaba, pon en dos copas muy altas champán fresco sin que esté helado. Y trae también unas almendras tostadas que no estén muy saladas. Es por las almorranas del señor Pernot- le contestó la señora marquesa de Tiramedelhigo, a su valet Pierraut.

 

-Lo que usted ordene señora marquesa- fue la escueta respuesta del valet Pierraut, a la marquesa de Tiramedelhigo, y saliendo de su íntima alcoba.

 

-Querida Chichí, estoy desolado... Tu hijo Pedro, el mayor, me ha mandado sus padrinos. Quiere batirse conmigo porque desaprueba nuestro amor. Con setenta y un años, tu hijo está loco con eso de querer batirse a florete conmigo. Yo tengo veintinueve años, y fui campeón universitario de florete de Francia. Lo mato a las primeras de cambio. Aclara tú querida este entuerto tan español con tu hijo, dile que lo puedo matar en un periquete, y que no es mi intención hacerlo- le dijo Alain Pernot a la marquesa de Tiramedelhigo, y nada más entrar en su alcoba íntima.

 

-Tonterías de viejo noble español. No le hagas ni caso a mi hijo Pedro, la nobleza española todavía cree en eso del honor... Vamos a echar un buen polvo, y a la salud de mi hijo Pedro, marqués de Culoenpompa. Ya sabes, a los maricones viejos siempre les sale el honor por dónde no les debe de salir. Como te vuelva a decir impertinencias o te moleste... Lo desheredo, y sólo le va a quedar la legítima- le contestó la señora marquesa de Tiramedelhigo, a su amante Alain Pernot.

 

A las voces de Alain Pernot, el valet Pierraut entró en la alcoba íntima de la señora marquesa de Tiramedelhigo, le había dado a Chichí un jamacuco mortal. Los ojos idos como las cabras que se desnucan, y todo su cuerpo desmadejado como una muñeca rota. Alain Pernot, tenía cara de asustado. Y Pierraut, movió la cabeza como un péndulo incrédulo al ver a la señora marquesa de Tiramedelhigo.

 

-Íbamos por el cuarto polvo, y la señora marquesa pedía más ímpetu y amor... Yo achuchaba con todas las fuerzas de mi miembro viril, como si fuera un girondino, y la señora marquesa, estimado Pierraut, pedía más ímpetus y más amor... Y en un momento, ha caído en un sopor del que todavía no se ha recuperado ni creo que lo haga. ¿Ha muerto la señora marquesa, Pierraut?- le dijo y preguntó Alain Pernot, al valet Pierraut.

 

-La señora marquesa de Tiramedelhigo ha muerto, pero lo ha hecho haciendo uso y disfrute del nombre de su título nobiliario. ¡Viva la señora marquesa!- le contestó Pierraut al señor Pernot, matemático y amante ya viudo de la marquesa de Tiramedelhigo”.

 

El ciudadano perruno Igor González camina para coger el autobús que lo llevará a su apartamento del alquiler en el valle de Lecrín con una borrachera espeluznante. Entre su padre y él se han bebido botella y media de güisqui “Lagavulin”. Y sin hielo ni agua. En vasos pequeños. Y sin interrupción. En cuatro horas de un reloj también bastante beodo. Y la borrachera que lleva el perruno, es absolutamente épica. Camina muy despacio. Las aceras se le estrechan. Y va tropezando con los viandantes. Y una mujer joven le espeta airada que observe con atención por donde discurre en su andar dando tumbos. El perruno ni entiende ni padece. Solo piensa en llagar intacto al autobús. Y allí dormir en uno de los asientos del fondo del vehículo público. Su boca tirana la tiene tan seca como un enorme desierto. Y sus ojos lobunos oscuros están cerrándoseles. Va jurando para sus adentros que jamás volverá a beber güisqui con su progenitor. Su padre es tremendo  bárbaro que escancia como un sumidero, y él no está acostumbrado a tanto degustar ese alcohol que su padre metaboliza en un pis pas. Y que a él le cuesta metabolizar con dos días de resaca de gran calibre.

 

Y cuando el ciudadano perruno Igor González cae en su tálamo solitario, no tarde ni tres minutos en caer en brazos de un sueño feroz. Y su último pensamiento coherente, antes de dormirse como una marmota tibetana, lo desperdicia en acordarse del relato que su padre le ha contado sobre la Grande de España, la duquesa de Tiramedelhigo, esa que se folló quizá a media humanidad antes de que le diese un yuyo del que no salió con vida. Ya está dormido el perruno ciudadano. Ronca a través de su boca abierta y tan seca o más que la suela de un zapato sudado. Y su padre, insuperable, está dando cuenta del resto de la botella de güisqui Lagavulin. Cuando la marcha se pone dura, el padre del ciudadano perruno Igor González, como dicen los ingleses, se pone a marchar. Es un tipo bastante duro el padre del perruno, y con un aguante al beber propio de los piratas británicos.

 

 

 

 

 

 

Publicidad

Comentarios

©Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta noticia sin autorización expresa de la dirección de ahoraGranada
Publicidad
DÍA A DÍA
Desarrollado por Neobrand
https://ahgr.es/?p=43059