domingo 19 mayo
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Relatos cortos sin recortar (Historias de insectos pavorosos) (10-10-2014)

Historias de insectos pavorosos

Aquel hombre salió a pasear por la campiña. Comenzó a andar despreocupado por unos parajes maravillosos en los que abundaban las lagunas y los bosques de pinos. Fue en una radiante mañana veraniega, pero el hombre jamás volvió a su hogar. Un mosquito gigantesco, no hubo explicaciones de dónde llegó y de cómo se había convertido en un gigante, lo devoró junto a la ribera de la laguna más bella de todo aquel entorno natural. Y todo lo pudo recoger, otro hombre con su teléfono móvil dotado con una cámara de video. El mosquito gigante lo atrapó con sus varias patas por una de sus piernas y con su gigantesca trompa lo fue engullendo hasta que desapareció adentro de su monstruoso estómago. Increíble. Y después de la comilona, el mosquito no pudo elevar el vuelo porque su hinchado estómago impedía que se elevase. El mosquito estuvo allí haciendo la digestión un par de días tan tranquilo y sin que nadie fuese capaz de molestarlo. Un pánico horroroso y pavoroso impidió matar a aquel monstruo. Y que se marchó a los dos días volando hasta que desapareció en la línea última del horizonte último grisáceo.

Otro hombre marchó solitario de cacería a unas montañas próximas a su vivienda, pero jamás volvió a su casa. Una jauría de millones de hormigas rojas se lo merendó en un santiamén. Unas horribles escenas que fueron grabadas por un par de excursionistas que llevaban una cámara de video, además de sus pesadas mochilas de montañeros expertos en altas cumbres. Los excursionistas le dijeron a la Policía Rural, que las hormigas rojas estaban dirigidas por un líder que las mandaba y guiaba en el ataque al desgraciado y desafortunado cazador. Y ya que todas actuaron con los planes militares de un ejército bien organizado. Al cazador primero le quitaron sus armas. Después lo inmovilizaron cientos de miles de hormigas rojas. Y finalmente comenzaron a devorarlo empezando por la cabeza y el pecho. El hombre gritaba pidiendo socorro, pero los dos montañeros no se atrevieron a acudir en su ayuda porque eran millones las hormigas rojas guerreras. El hombre murió entre terribles gritos de pánico y agonía, aunque su muerte fue rápida. Las hormigas eran máquinas de matar y de devorar al mismo tiempo. Fue algo dantesco.

Y un tercer hombre fue devorado lentamente por una nube gigante de moscas negras que se abalanzó sobre él cuando iba montado en su bicicleta de color verde pistacho. Fue en plena calle de una urbanización de lujo que estaba ubicada a la salida de una gran y limpia ciudad. Su muerte espectacular y terrorífica la grabó un coche patrulla de la Policía Local, y sin que los dos agentes pudiesen hacer nada por evitarlo. Las moscas negras, con toda seguridad, también podían haberlos devorado a ellos en el caso de que hubiesen intentado impedir la cacería y posterior forma terrible de devorar las moscas negras al hombre ciclista que paseaba mundano y satisfecho montado sobre su bicicleta verde color pistacho, y sin que él sospechase de su horrible muerte que le iba a llegar por medio de las trompas de los asesinos dípteros carnívoros tan negros como la misma muerte. Las moscas, una vez finalizada la matanza del incauto ciclista, volaron sin dejar rastro. Eran unas moscas pegajosas que irradiaban colores verdosos y rojizos cuando el sol incidía en ellas directamente, y que zumbaban como abejorros bastante inoportunos.

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