viernes 17 mayo
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Relatos cotos sin recortar (El ciudadano perruno Igor González XXXVIII) (24-7-2015)

El ciudadano perruno Igor González (XXXVIII)

 

El ciudadano perruno Igor González está absorto con las palabras de su progenitor. Su padre le ha comentado que el relato de esta jornada es algo intranscendente y fresco que lo va a aliviar contra los calores estivales tan elevados que se están produciendo en casi todo el país, pero que en Andalucía son espectacularmente caloríficos. El padre del perruno ciudadano también le dice que con estos calores veraniegos los ciudadanos no les dan tanta importancia al mundo político español, ese discurrir que es el compendio de miles de cloacas corruptas que huelen tan mal como un estercolero. España huele a mierdas políticas. Es un país que se acerca al modelo italiano tan corrupto. Algo que debe de hacer que se sonrojen, tanto ciudadanos como políticos, en el centro de Europa. Aunque a los políticos españoles se la trae al pairo que en Europa seamos el hazmerreír de la Unión Europea. Miles de imputados políticos en toda España, esos  que esperan pacientes sabiendo, a ciencia cierta, que la Justicia nunca los va a alcanzar con su brazo ejecutor. El padre del perruno le promete que el relato de hoy es el que le ha ocurrido al hijo de un amigo suyo, pero que casos como este ocurren con una gran frecuencia en una España democrática repleta de políticos corruptos que se creen los amos del país. Hijo mío, le dice el padre del perruno ciudadano, escucha con atención el relato de este día infernal con terribles calores demoniacos, y porque a pesar de que parece ligero e inconsistente es un relato muy común en nuestro país…

 

“Se afiló la nariz con dos dedos de su mano derecha. Estaba relajado. Y cogió el vaso de güisqui con todos los dedos de la mano izquierda. Fue un trago largo. Deseado. Y porque había tenido una tarde tormentosa en su despacho de la sede del partido. Un capullo redomado, uno de esos que se apuntan a todo, los que se creen que son importantes e imprescindibles adentro de la vida orgánica del partido, le había estado dando el coñazo toda la tarde. Quería que se le incluyera en la lista electoral para las próximas elecciones municipales, las que todavía les faltaba casi cuatro años para que se celebraran. Y llamó a su mujer. Le dijo que iría tarde, que tenía todavía que resolver varios asuntos. Que no lo esperara levantada, y porque la cosa iba a ir para largo.

 

-Está cojonudo el güisqui- pensó.

 

-Soy acojonante. Un águila. La hostia. Y me voy hacer rico. Manejo al partido como me sale de mis cojones molineros. No me hace sombra ni Dios. Y al que se ponga tonto, me lo follo- Siguió pensando.

 

En su despacho tenía una colección de libros, casi todos regalados, loa que jamás iba a leer. Fotografías de su jefe supremo en el partido. Un cuadro repujado con la figura de Jesús de Nazaret cuando niño abrazado a una oveja pequeña. Y una colección de barcos de papel que le había regalado su hija pequeña por el Día del Padre. Su despacho era austero. Sin grandes perifollos. Una mesa inglesa de caoba antigua. Una papelera. Un sillón anatómico. Tres sillas de cuero. Un flexo moderno. Un cenicero de una lata ya vieja de coca-cola. Un tresillo tapizado con tela de floripondios. Una mesa baja con tablero de cristal. Un paragüero con un paraguas azul. Un mapa de la provincia. Una foto suya vestido de payaso. Otra fotografía dedicada a él del Papa del Vaticano. El escudo del Fútbol Club Barcelona en color. Y una enorme bandera de España casi infinita.

-Voy a llamar a la Pepi, la chica que me corta el pelo y me recorta las uñas. Soy un lobezno para las tías. ¡Señor! Que buena está con esos veinticinco años. Y con ese culo. Estoy más caliente que el pico de una plancha. Y hoy tengo carta blanca con mi santa esposa. María de la Esperanza, no puede sospechar nada de nada. Un polvo rápido, y en casa a las doce- volvió a pensar Luis Fernando Pinocho, y mientras apuraba el güisqui de malta.

 

-¡Ah! Antes de que se me olvide, voy a llamar al pipiolo del alcalde para decirle que en eso del plan parcial que me comentó, que sí, que vamos a tres partes de la comisión. Dos partes para mí, y una para él- se dijo Luis Fernando Pinocho para sus adentros.

 

-Oye chata, soy tu lobezno, el macho varas que te pone a dos mil por hora. El que te regala pulseras de oro blanco. Soy el que te va a comer bastante despacio, y hasta que tengas un orgasmo como una loba en celo. ¿Que tal, Pepi, si vamos a mi apartamento de soltero y te hago locuras. Y tú me chupas la vida y esa cosa tan grande que tengo, y que a ti tanto te gusta? ¿A las nueve y media está bien? No te pongas bragas, ven sin ellas, total te las voy a quitar en un santiamén. Usa desodorante, pero no en tu linda cosa peluda, yo le pondré allí mi aliento y mis babas. Y ven con el pelo suelto- le dijo Luis Fernando Pinocho a la Pepi.

 

-Pero que haces todavía despierta, María Esperanza? Son las doce y media. Y ya deberías de llevar una hora, por lo menos, acostada. No veas que día he tenido. Creo que todavía huelo a las colonias de la diputada Garcés y a la de la también diputada provincial Salmerón. Son unas besuconas. Vaya unos olores tan pegajosos que se ponen las dos damas. Estoy molido. Me han dado el día con tantas reuniones que tienen tantas directrices orgánicas del partido. Y como yo también se lo he dado a mis subordinados. Estamos marchando para que las próximas elecciones no se nos escapen. ¿Me ha llamado alguien? Me voy a tomar algo de fruta y un yogurt. Y me acuesto enseguida. Estoy rendido. Y mañana más de lo mismo. ¡Estoy hecho unos zorros!- le comentó Luis Fernando Pinocho a su santa esposa.

 

-Eres un sinvergüenza. Te aguanto porque los niños están todavía pequeños, pero cuando estén más crecidos, te vas a quedar con tu puta madre. Eres un hijo de puta. ¿Crees que soy imbécil? ¿Crees que no sé lo de la tal Pepi esa, la que te corta el pelo y te recorta los pelos de la nariz? Eres un capullo. Yo también te pongo una cornamenta así de grande. Y con el secretario general de tu capullesco partido político. Y te los voy a poner todavía más grandes. Me pienso acostar con el líder del partido que hasta ahora te gana todas las elecciones. No creas, que lo voy a llevar a cabo con el viejo jardinero. Cipote. Que eres un cipote de misa y olla. Y si me das más la vara, voy a contar tus negocios con tu amiguito del alma, ese con el que haces trapicheos ilícitos. ¿Y qué tiene la tal Pepi, además de muchos menos años, que no tenga yo, una señora de buena familia? Y que consentí en casarme contigo porque parecías un político leal y honrado, y todo un señor. ¡Peluquillas, que eres un peluquillas!- le contestó María Esperanza a Luis Fernando Pinocho.

 

-¡Joder! Se me han quitado las ganas de frutas y de yogurt. Que se joda la dama. A la Pepi me la voy a beneficiar aún más. Todos los días. Y que se separe y se divorcie, doña María Esperanza. Tengo más de diez testaferros. Me fumo un canuto tan gordo como mi dedo índice, y me acuesto. Será hija de puta esta señoritinga de mierda. De buena familia, pero más tiesa que el callado de un pastor- pensé yo, y mientras liaba el canuto”.

 

El ciudadano perruno Igor González, por su trabajo periodístico, bien conoce a los políticos españoles. Aunque nunca sospechó que llegada la ansiada democracia a España, en tan pocos años democráticos, se iba a montar tanta corrupción política y empresarial. El perruno camina de vuelta a su casa, va a coger el autobús público que lo llevará a su pueblo adoptivo en el Valle de Lecrín, con una melancolía empecinada que es simplemente amargura ciudadana. No se esperaba el perruno ciudadano que hubiese tantos corruptos políticos y empresariales. Sopesaba el perruno que España es un país con ciertos pícaros, algunos saltabalates, un número corto de caciques y variados canallas de misa y olla, pero no tantos delincuentes políticos como acumula este país (España). Y alguna vez, rememora para sí mismo el perruno, esta situación tendrá que cambiar. España es muy dada a espadones que sacan el sable antes de que cante un gallo. No son tiempos de estas situaciones políticas, pero y si el espadón tiene la olla de las ideas sin luces democráticas. ¿Dejaría Europa la insensatez de una nueva dictadura? El perruno no cree que algo así pudiese pasar. Y se limpia los ojos porque el sol es tan fuerte como un turbión que va cayendo para el ocaso de una tarde muy seca y calurosa.

 

Va el ciudadano perruno Igor González sentado en un asiento del fondo del autobús. El sol de poniente le da anaranjado en su cara de centroeuropeo que nunca ha roto un solo plato, sino que se ha cargado más de una vajilla entera. Le observa el perruno los duros y redondeados muslos a una mujer joven que va sentada en el asiento de al lado del que ocupa el ciudadano perruno. Son unos muslos recios de largas piernas. Y que la mujer joven no tiene ningún inconveniente en enseñarlos con toda su plenitud oceánica de poderosos muslos enervantes. La mujer lleva tintado el pelo en un color rubio plateado, aunque sus ojos verdes claros son como esos mares esmeraldas del Caribe. La mujer es de alta estatura, aunque sería aún más guapa para el perruno, si sus cabellos fuesen del color acaramelado del pelo castaño claro que reluce como un oro gastado por el tacto de las manos de un usurero. Es una mujer joven espléndida, y ella lo sabe y saca partido de ello. Y ya que todos los hombres la miran con cara de lobo feroz. Y las otras mujeres la observan con una envidia notabilísima que se palpa en sus ojos repletos de admiración. El ciudadano perruno va como las pistolas disparadas. Le gusta la mujer joven. Sus encantos físicos son alucinantes. Aunque es incapaz de intentar una conversación que tuviese un resultado feliz para sus intereses sexuales. El perruno ciudadano conoce que los milagros sexuales, a su edad, son imposibles. El perruno cree en lo que afirmaba el escritor argentino Jorge Luis Borges: “los hombres a los cincuenta años son invisibles para las mujeres”.

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