viernes 17 mayo
Opinión  |   |

Vida metropolitana

Hay gente que se echa a la calle por la mañana sin haber leído el BOJA. Sin miedo. Suben al autobús y avanzan sin darse cuenta de cuándo han cambiado de municipio. Luego recogen a la niña en un colegio que está en otro barrio y -para colmo- no dudan en llevarla a la piscina saltándose los límites de su distrito. Gente que vive a lo loco, sin repasar por las tardes las ordenanzas fiscales.

Vivimos en una gran aglomeración de 34 municipios y más de medio millón de habitantes, pero lo hacemos de forma natural. Nuestra idea de Granada incluye un conjunto amplio de lugares y servicios diseminados que percibimos como una unidad. Simplemente sales de La Chana y vas al centro comercial o al cine sin pensar si estás en Armilla o en Pulianas. Nuestras necesidades también son metropolitanas. Lo sabes sin vives en Las Gabias y trabajas en la capital. Y, si tienes que bajar de Alfacar a tu consulta en el PTS, no quieres cambiar de autobús tres veces y te da igual quién tenga que organizarlo.

Convivimos en un espacio compartido que también nos plantea retos comunes. Granada es la ciudad más contaminada de España, a la par de Barcelona. Respiramos una combinación enfermiza de gases tóxicos y partículas en suspensión que nos está envenenando. Parece que lo sabemos todos y todas excepto la Junta de Andalucía, que, a pesar de ser la administración competente, ha tardado años en proponer un plan de calidad del aire. Queramos o no, vamos a seguir viviendo en una llanura rodeada de montañas en la que el aire entra con dificultad, pero, precisamente por eso, tenemos que ser más contundentes con el resto de factores contaminantes, fundamentalmente con el tráfico rodado.

No nos queda más remedio, necesitamos que haya menos coches. Y, como la conciencia es más lenta que la necesidad, tendremos que regular restricciones, zonas de bajas emisiones, aparcamientos disuasorios y zonas peatonales. El centro de Granada debería ser básicamente una zona peatonal, con acceso solo para residentes y servicio público. Y con amplias zonas para caminar. Si pudo hacerse en Mesones, en Alhóndiga y en Bib-rambla, también podría hacerse en San Antón, en San Juan de Dios, en Ganivet, en Gran Vía, en Puerta Real o en Plaza Nueva. En todas partes menos coches. Por salud y por placer.

Y, el metro. El metro es posiblemente la mejor aportación a la movilidad sostenible que haya tenido Granada en toda su historia. Por eso, porque es nuestra mejor baza, tiene que servir para solucionar los problemas que ya tenemos, por ejemplo, para disuadir el desplazamiento de los 160.000 coches particulares que cada día llegan de los alrededores y aparcan (de alguna forma) en Granada capital. El metro debería ser una herramienta más para corregir esta tendencia junto a los aparcamientos disuasorios, las restricciones al tráfico, las líneas combinadas de autobús, la concienciación ciudadana y todo lo que se nos ocurra.

Por eso resulta incomprensible que la Consejera de Fomento insista en construir una nueva línea de metro por el centro de la ciudad, malgastando los siempre escasos recursos en una inversión que no resuelve ninguno de los problemas mencionados. Las ampliaciones del metro deberían estar orientas únicamente a mejorar la movilidad metropolitana, por ejemplo, permitiendo la comunicación de la ciudad con los municipios de la cornisa sur (Huétor Vega, La Zubia, Cájar, Monachil, etc) en los que viven más de 170.000 personas.

Ordenar políticamente nuestra vida metropolitana es complicado, es un claro ejemplo de esa “gobernanza multinivel” en la que coinciden muchos gobiernos con competencias concurrentes. Si las decisiones dependen solo del talento y la voluntad de los responsables de turno, puede que alcanzar los objetivos esté en riesgo. Por eso me gustó la propuesta de Paco Cuenca para la creación de una “Oficina de Gestión Metropolitana”, una entidad -con naturaleza jurídica propia- que busque soluciones compartidas a problemas comunes como la calidad del aire, la gestión de residuos, el agua, los taxis o la coordinación de las policías locales. Si en otras partes funciona, también podría hacerlo aquí. Por no hablar de la falta que nos hace.

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Columnista
Pablo Hervás

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